Tres de martes

Por Calvodemora
La realidad, la alegríaUno cae en la cuenta a veces, pero otras lo desoye, lo aparta incluso, cree que está a salvo o que puede seguir sin que nada le afecte. Hasta que un día le toca, observa cómo todo lo que le parecía ajeno cobra de pronto una cercanía y lo siente como suyo. No sé si estoy hablando de enfermos de cáncer o de africanos en las fronteras de la vieja Europa o de afectados por los desahucios. En realidad no importa mucho a qué frente inclinarse. Nunca se está a salvo del todo. Tampoco deberíamos estar a salvo del todo. Conviene la zozobra, la idea de que un día te puede tocar a ti. Hoy escribía un amigo, en su muro del facebook, la conciencia de la alegría que había manifestado su hija de tres años. Es posible que hayamos perdido esa conciencia, que estemos ya muy envenenados como para detenernos y pensar la alegría, como pedía Mario Benedetti en su maravilloso poema. No sé si todo está perdido. Lo está mientras que existan leyes de extranjería, esa desgracia del progreso. O mientras que la política siga siendo un negocio lucrativo. O mientras que esquilmen derechos.
Maestros
Tiene este oficio mío de maestro recompensas diarias que nunca recoge la nómina o a las que no se hace referencia en prensa, asuntos que uno revela entre amigos, en la barra del bar, o cuando vuelve a casa, andando, confiando esa pequeña epifanía laboral a quien anda conmigol, ese prodigio a veces oculto, que no se manifiesta de forma íntegra. No hay transcripción fiable de lo que se dice en esos momentos de absoluta alegría; tampoco debería haber de cuando caemos nos sentimos vulnerados o cuando notamos que no se aprecia como debiera el trabajo que desempeñamos. Y no se aprecia, aunque haya a veces signos que evidencien afectos o incluso declaradas y encendidas manifestaciones de respeto o de admiración. No es ésta una profesión fácil: no lo es por la responsabilidad que contrae, no por la relevancia de lo que se adquiere en esas edades tempranas en las que el maestro es una especie de sacerdote y la vida es la religión que exalta.
Qué leer
Hay veces en que no sabemos qué leer. Nada parece ajustarse a lo que deseamos. No hay historia que de verdad nos llene. No encontramos asidero en la ficción. No creo que sea porque la realidad nos colma. O lo hace de un modo precario y precisamos del concurso de lo fabulado. Anoche creí que un libro de pensamientos de Pascal me contentaría y lo deseché a poco que avancé en sus páginas. Tenía a mano, en la mesita de noche, un volumen de poemas de Emily Dickinson, y no me mantuvo más de tres o cuatro poemas. Caí en la cuenta de que tenía un número atrasado de Dirigido por, la estupenda revista de cine, muy a mano, en un cajón. Solo leí un espeso reportaje sobre la última película de Lars Von Trier (Nimphomaniac 2), seguida de un estudio (que me condujo al sueño de golpe) sobre la pornografía en el cine. Así que puse la radio. Sintonicé uno de esos programas deportivos (amo el fútbol con moderación) en los que glosaban las virtudes de Jesé, la perla canaria del Real Madrid. Ahí lo entendí todo. No era nada a lo que tuviera que aplicarme en exceso. No me llenó, cómo iba a llenarme, pero me acompañó hasta que fue abducido por los enanitos del país de mis sueños.