Primer día Aterrizamos el martes sobre las dos de la tarde, así que antes de ir al hotel decidimos comer en el aeropuerto y comprar la Budapest Card de 72 horas porque merece la pena para coger los numerosos medios de trasporte que existen en la ciudad: metro, autobús, tranvía, trolebús y barco. En una cafetería comimos unos bocadillos y un trozo del mejor pastel de manzana que he probado nunca. Tuvimos que coger un autobús extra porque estaban de obras en la línea de metro, pero tras varios momentos de confusión, porque no estaba demasiado bien indicado, llegamos al hotel sin novedad. Tanto la habitación como el baño eran muy amplias y espaciosas, con una terraza bastante grande desde la que teníamos unas bonitas vistas. (Después supimos que se veía la cúpula del palacio de Buda y la estatua de la liberación del monte Gellért) Decidimos aprovechar la tarde para hacer un crucero por el Danubio. Escogimos el que había a las 20,30 porque era la hora en que se ponía el sol. Lo reservamos a través de internet y nos costó 19 euros con una duración de una hora y una consumición. Mientras tanto hicimos tiempo visitando el centro de la ciudad y recorriendo las orillas del rio, plagado de barcos de todos los tamaños.
Fue un momento mágico, de los que no deseas olvidar nunca. A un lado del Danubio se encuentra la ciudad de Pest, presidida por el Parlamento, que es el tercero más grande del mundo, y a la otra orilla la de Buda, en la que destaca el castillo, el Bastión de pescadores y la iglesia de San Matías y la estatua de la libertad del Monte Gellért.
Segundo día El hotel estaba bien situado en una zona muy tranquila por lo que dormimos estupendamente, aunque como no utilizan persianas a partir de las cinco ya empieza a clarear y es más difícil para mí. El desayuno era correcto, aunque poco variado para ser un hotel de cuatro estrellas, pero lo que más me gustó fue la sala con grandes ventanales y estanterías llenas de libros (en húngaro, claro, que parece el idioma más difícil del mundo). Fuimos en metro y después en autobús hasta donde se coge el funicular para subir al castillo. Nos hacía ilusión cogerlo y es muy bonito, pero resulta muy caro para el trayecto tan corto que realiza (y no entra con la Budapest Card). Todo el entorno del castillo resulta majestuoso y las vistas, cómo no, espectaculares. Realmente el interior es un museo y solo accedimos a la exposición permanente de pintura húngara que es lo que estaba incluido en la Budapest Card. Había una exposición de Dalí y Magritte, pero teníamos poco tiempo. Después probamos la comida típica en uno de los restaurantes de la zona: la sopa goulash y el pollo con paprika y una especie de pasta con crema. Todo muy rico pero muy contundente y caliente, aunque por suerte en la terraza soplaba un viento fresco muy agradable. Cerca del castillo se encuentra la Iglesia de San Matías, a la que no te dejan entrar si no te cubres los hombros con un pañuelo. En teoría tampoco se puede entrar con pantalones por encima de la rodilla, aunque con esto no son tan rigurosos. Es una iglesia muy bonita por la que merece la pena pagar porque es muy diferente a las que estamos acostumbrados a ver, al menos yo. Tuvimos la suerte de que estaban tocando el órgano por lo que pudimos comprobar la acústica perfecta.
Bajamos a ver el tesoro. Nos hace mucha gracia que la beata que está allí nos persigue continuamente en cuanto nos paramos a ver algo y nos empieza a contar una historia que no entendemos porque nos lo cuenta en una mezcla de idiomas extraña. La verdad es que no tiene nada de especial excepto si eres una persona muy religiosa y tienes especial interés por esos temas.
Después de comer muy bien en un restaurante italiano, cogimos la línea de metro más antigua para ir a la Ópera pues teníamos también una visita guiada. La Ópera se encuentra en la avenida Andrássy, declarada patrimonio de la humanidad.Cuando salimos fuimos hasta la Plaza de los Héroes que está al final de la avenida. El monumento a las siete tribus fundadoras de Hungría es colosal y la plaza enorme.