Revista Arte

Tres formas de impresionar en el Arte, desde la más mediata a la más inmediata a la mente del creador.

Por Artepoesia
Tres formas de impresionar en el Arte, desde la más mediata a la más inmediata a la mente del creador.
Tres formas de impresionar en el Arte, desde la más mediata a la más inmediata a la mente del creador.
Tres formas de impresionar en el Arte, desde la más mediata a la más inmediata a la mente del creador.
 Cuando observamos el mundo podemos obtener de él diversas formas de percibirlo. Esto fue lo que los impresionistas intuyeron genialmente en el último tercio del siglo XIX. Renoir tal vez fue el más indicado para lograr definir el sentido más auténtico del Impresionismo. El mundo mejor representado era aquel cuyos colores traducían ferozmente la compleja impresión del momento visionado. Pero la percepción no será la misma, dependerá de la distancia que el objeto impresionado mantenga en el ojo subjetivo del receptor. O se acerca más a la impresión de lo observado o se acerca más a la mente del observador. Cuando Sisley, un impresionista apasionado del paisaje, quiso pintar un amanecer en Normandía utilizaría los menos colores posibles para componerlo. Para este pintor reflejar la luz de la mañana y sus efectos en el paisaje era el sentido más deseable de una impresión estética. Ese era su objetivo, y lo consiguió genialmente. Vemos la luz sin verla, estamos con él ahí para poder distinguir el matiz maravilloso del reflejo matutino de una iluminación natural extraordinaria. La impresión está más cerca del paisaje, del objetivo, que de la mente subjetiva que lo ha originado. Se trataba de eso, de alcanzar a representar el momento, su luz y la impresión tan sosegada de ese instante. En Renoir la impresión es más elaborada hacia el sujeto creador que la compone, pero tampoco tanto. Consigue tal vez ese intermedio entre lo mediato y lo inmediato al sujeto. Porque participa de los dos intensamente. En Sisley la participación del paisaje y su luz es más mediata, es decir, se recorre más distancia entre la realidad de la impresión y la irrealidad de quien la capta. En Renoir no recorre tanta, está ya más cerca de la visión subjetiva que de la objetiva. Sin embargo, aún percibiremos de esta impresión la realidad de un paisaje fascinante, vibrante, esplendoroso, casi traducido fielmente al recuerdo iconográfico de un lugar parecido. 

Pero hay otra forma de impresión que se desliza aún mucho más a la mente imaginativa del creador, una que es inmediata a su sensación más íntima y, por tanto, menos a la realidad impresionada. Esta la obtiene Van Gogh en su obra Campo de trigo con cipreses. Este pintor crea más lo que tiene en su mente que lo que tiene ante sí. En el recorrido desde su objetivo hacia la mente del observador, el objeto del mundo va perdiendo sentido real y su imagen desarrollará matices o perfiles que variarán, o no, dependiendo del lugar elegido de ese camino para plasmar su impresión. En Van Gogh la visión de su paisaje no es detenida sino cuando el pintor la percibe más inmediata a él que a su retina. Es la subjetividad mayor, esa que no ve otra cosa sino lo que su mente interpreta gozosa. Está así más cerca de sí mismo que del paisaje, de la luz o de la impresión momentánea del instante. Todo lo contrario que en Sisley, que lo representado está más cerca de la luz y de la impresión del momento que de la mente subjetiva del creador. Es impresionismo, es un maravilloso efecto impresionista mediado por el sentido primoroso del objeto a representar. Los impresionistas no se acercaban tanto a la retina de lo observado, como el Arte había sido compuesto antes de ellos, sino que traducían los efectos que, desde ahí hasta la mente impresionada, producían la luz y sus reflejos en una imagen real. Pero, como toda evolución en el recorrido de lo creado, ese reflejo natural llevaría una variación subjetiva que avanzaría en la percepción de la visión que del mundo tuviera un artista. En Van Gogh no sabremos dónde está la luz ni qué momento del día es. No se trata de eso. En su obra el pintor holandés busca otra cosa, la fuerza expresiva de una impresión. No busca la impresión sino su fuerza subjetiva, esa que está situada más cerca del pintor que del mundo. El mundo no es lo importante, es la excusa, y su impresión no es la impresión que del mundo obtengamos, sino la que de nosotros mismos obtengamos con la ayuda del mundo. 

En Renoir como en Sisley, aunque cada uno con su fuerza impresionista, lo que se trata es de alcanzar la impresión subjetiva del mundo. Pero el mundo es fundamental, sin él la impresión no tiene sentido por sí misma. Por eso ellos elaborarán los recursos más inspirados para alcanzar a reflejar la impresión de ese mundo que miran. La impresión, no el mundo, pero la impresión más cercana al mundo que miran. En Sisley la impresión del mundo es más mediata al mismo, es decir, se asemeja más a él, lo necesita para plasmarlo así, lo representa ahora buscando los elementos más naturales que de una visión subjetiva tuviera un observador sensible. En Renoir el observador está un poco más alejado del mundo, ahora se acerca un poco más a la visión que un sujeto tuviera en la inmediaciones de su interior estético. Los reflejos de la luz en las cosas representadas son traducidos en infinidad de colores para salvar así la distancia con el mundo. Es el mundo lo impresionado, pero sin todo lo del mundo. Aquí, en Renoir, la inmediatez y lo mediato se acercan equilibradamente. Obtiene así la perfección impresionista. No hay ni subjetividad ni objetividad puras. Es la visión representada de un artificio maravilloso que refleja el mundo. Sólo habría que recorrer el camino a la inversa, es decir, hacia lo mediato del mundo, para que la visión de Renoir nos asombrara al ver ahora la conciliada representación de los alrededores de la bahía de Moulin Huet con la realidad del mundo. En Sisley el recorrido sería menor aún. Pero en Van Gogh habría que recorrer mucho más, tanto como para alejarse por completo de la mayor subjetividad que el Impresionismo pudo obtener de uno de sus creadores.

(Óleo Campo de trigo con cipreses, 1889, Vincent Van Gogh, Metropolitan de Nueva York; Cuadro Prados de Sahurs en el sol de la mañana, 1894, Alfred Sisley, Metropolitan de Nueva York; Óleo Colinas alrededor de la bahía de Moulin Huet, 1883, Renoir, Metropolitan de Nueva York.)


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