TRES HISTORIAS DE LA GUERRA (agosto 2009)

Por Moncho Satoló

Acudimos al campo de refugiados de Grafton (a unos kilómetros de Freetown, en el distrito de Waterloo) para conocer de cerca la situación de una organización de viudas que se formó en 1999 tras lo duros acontecimientos ocurridos en enero de ese mismo año en Freetown. Esos hechos se refieren a la denominada ‘Operación Nada con vida’, perpetrada por los rebeldes y que comenzó el 6 de enero, causando 7.000 muertos en dos semanas, el tiempo que tardaron las tropas internacionales (formadas sobre todo por nigerianos) en expulsar a los rebeldes de la ciudad.

Viuda de la guerra en el campo de refugiados de Grafton / Moncho Satoló

De la Organización de Viudas, con las que colabora AfroAid y todos los miembros de la casa donde nos encontramos instalados, hablaremos en otra ocasión. Ahora, me gustaría contar los relatos de tres personas que nos encontramos en nuestro vagar por el campo de refugiados (ahora convertido ya en una aldea paupérrima plagada de niños, con precarias chozas de adobe o sacos, tejados de plástico o zinc, y suelos de tierra. Recipientes para las goteras invaden cada una de las chozas, donde el barro lo salpica todo).

Campo de refugiados de Grafton / Moncho Satoló

Estas son las historias:

KADIATU FOFANAH

Kadiatu Fofanah en su puesto de venta / Nuria Rodpa

Señora en silla de ruedas, siempre de mal humor. Tiene las dos piernas amputadas. Es una de las líderes del poblado. Antes solía vender diferentes productos en la ciudad con los que conseguía el suficiente dinero para alimentar a su familia. Para ella los males comienzan el mismo día que para la mayoría de la gente que entrevistaré más tarde: el 6 de enero de 1999. Fue ese día cuando los rebeldes llegaron por sorpresa a Freetown y atacaron todo. Nos encontramos con ella en su pequeño puesto de venta junto a un camino de tierra. Su tienda la forma una caja en forma de maletín que utiliza como expositor y que contiene dulces, galletas, cigarrillos. Así narra su historia:

“Después del primer ataque el 6 de enero, continuamos todavía en la ciudad hasta el 12. Los rebeldes mataban, quemaban casas, violaban. Mi marido, entonces, me dijo que debíamos marcharnos de allí. Nos dirigimos hasta Kissy (a las afueras de Freetown) y nos ocultamos en el Kissy Mental Home. Pero los rebeldes nos descubrieron y nos obligaron a salir. Les dijimos: ‘No somos políticos, sólo gente de negocios, dejadnos marchar’. Y los rebeldes nos respondieron: ‘Aquí en la ciudad, a las mujeres os gusta mucho bailar y a los hombres aplaudir mientras bailan. Vamos a parar esa basura’. Yo tenía en mis brazos a mi bebé de siete meses. Los rebeldes nos obligaron a hacer dos líneas, una de hombres y otra de mujeres, y comenzaron a cortar las manos a los hombres y las piernas a las mujeres. Muchos de los hombres eran asesinados. Traté de escapar, pero los rebeldes me cogieron y me cortaron las piernas, trozo a trozo. Durante tres días no me moví del sitio donde me encontraba, con mi bebé de 7 meses en brazos, esperando ayuda. Más tarde traté de encontrar a mi marido.
En esa zona solía haber soldados nigerianos (pertenecientes a las tropas internacionales) ayudando, porque nuestros soldados de Sierra Leona o se habían unido a los rebeldes o habían desertado. Mi marido había sobrevivido y, aunque los nigerianos le aconsejaron que no abandonase la zona que ellos controlaban, porque era peligroso, decidió ir a buscarme. Cuando me encontró, me llevó a un hospital.
Allí no había nadie, tan sólo un médico negro de la Cruz Roja. Trató de limpiarme las heridas pero, al no haber medicinas, sus esfuerzos no sirvieron de nada. Dos semanas después, llegaron Médicos Sin Fronteras (MSF) Francia. Ellos dijeron a mi marido que deberían amputarme por completo las piernas si quería continuar con vida. ‘¿Pero qué voy a hacer para cuidar de mis hijos?’, decía yo. Al final las amputaron. Sentí que me quería morir. ‘¿Pero cómo ayudar a mi familia?’. ‘Yo te ayudo -me respondió mi marido-, tu sólo debes buscar a Dios’. ‘Quiero morir’, insistía. Del hospital nos fuimos al campo de refugiados.
De aquella todo el mundo venía a ayudar. Los noruegos nos hicieron las casas, el Gobierno nos dio algunas ayudas, pero sólo durante los primeros 6 meses. Siguieron ayudándonos durante un tiempo las organizaciones internacionales de cristianos y musulmanes, pero no el Gobierno. Yo solía ir a la ciudad a pedir limosna, aunque normalmente no conseguía más de 50 ó 1.000 leones.
Ahora consigo lo mínimo para sobrevivir, lo mínimo para mis niños. En Sierra Leona ya no hay guerra, pero nadie está en paz, nadie olvida. Yo no estoy bien. Antes conseguía un saco de arroz al día y vivía en la ciudad, no en un lugar como éste.”

BUNDU KAMARA

Bundu Kamara / Nuria Rodpa

Anciano sin la pierna izquierda, con una prótesis con sandalias doradas que la sustituye.
“Todo ocurrió el 6 de enero de 1999. Vivía en la zona del ferry (que une Freetown con el aeropuerto de Lungi al otro lado de la bahía). A las 3 de la madrugada, escuché un sonido extraño. Me dije: ‘Será Ramadán’. Pero seguí preocupándome y fui a ver a mis vecinos, y les comenté: ‘Este sonido no es normal, vienen los rebeldes’. Pero no le dimos demasiada importancia porque, por entonces, estaban los soldados nigerianos que nos protegían. Sin embargo nos habíamos equivocado, los soldados nigerianos habían marchado. Llegaron los rebeldes. Empezamos a oír disparos que venían de todos lados. Hasta la mañana siguiente nadie salió de sus casas, todo estaba rodeado por los rebeldes.
Los rebeldes nos dijeron que no nos harían nada y nos obligaron a vestirnos con ropa blanca y a cantar por la paz para que lo escuchara el Gobierno. Si alguien se quedaba en su casa, le hacían salir. Al día siguiente, la BBC informó sobre unas declaraciones del Gobierno, que declaraba que los aniquilaría (en relación a los rebeldes). Fue entonces cuando los rebeldes comenzaron a asesinar y destruirlo todo.
Los nigerianos llegaron a las 6 de la mañana con un jet (aviones Alpha Jet), pero como no diferenciaban con el humo entre rebeldes y civiles, disparaban a todos. Los rebeldes escalaron los árboles y comenzaron a disparar al jet y éste lanzó una bomba. Traté de escapar, pero los fragmentos de la bomba se me incrustaron en la pierna y me fue amputada. Mis hermanos y algunos amigos me escondieron en una casa y permanecí allí una semana. Luego, me obligaron a abandonarla porque los rebeldes volvían a ocupar una zona que habían controlado los nigerianos. Desde allí, me llevaron hasta el hospital del Gobierno, donde no había ningún médico hasta que, tiempo después, llegaron MSF Francia. Antes de que ellos llegaran todo apestaba por el olor de los miembros gangrenados. Más tarde el Gobierno de Sierra Leona nos dio tierras y llegamos hasta aquí. Nos ayudaron los 6 primeros meses. Después, por un tiempo, lo hicieron algunas organizaciones caritativas. Vivo aquí con mi mujer e hijos”.

SORIE SAWANEH

Sorie Sawaneh / Moncho Satoló

Anciano de 73 años, con el brazo izquierdo amputado. Lleva puesto un gorro rojo de invierno. Muy amable, educado, siempre intentando esbozar una sonrisa a pesar de todo lo padecido. Esta es su historia:
“Todo comenzó el 6 de enero de 1999. A todos nos sucedió lo mismo. A mí me amputaron el brazo. ¿Cómo sucedió todo? Los rebeldes llegaron a las 3 de la madrugada. Nos pidieron que nos pusiéramos ropas blancas para indicar que íbamos en son de paz. Nos quitaron todo con violencia y luego se fueron. El 22 de enero llegaron los soldados nigerianos. También lo hicieron los rebeldes con los soldados de Sierra Leona que se habían unido a sus filas. Un disparo hirió al hermano de mi esposa y lo llevamos al hospital. De camino, nos descubrieron los rebeldes, y me dijeron: ‘Este hombre (por su cuñado) está muerto, ahora lo estarás tú por apoyar a los kamajor (guerrilla independiente de Sierra Leona que respaldaba al Gobierno) y a los nigerianos’.
Desnudaron a hombres y mujeres y nos pusieron en dos filas. Los rebeldes llevaban machetes y fusiles. Nos ordenaron ir en fila india. Más tarde, llegó el comandante y dijo: ‘Cortad a todos las manos (hombres y mujeres) y luego dejadlos marchar’. Al que estaba frente a mí lo mataron. Luego, cuando llegó mi turno, me cortaron la mano y la pusieron en una bolsa con el resto de las manos amputadas, para mostrar luego al comandante el buen trabajo hecho. Lloraba de dolor, todos llorábamos, desnudos y sin ayuda. Unas ancianas llegaron, nos dieron ropa, y nos llevaron hasta un hospital. Sin embargo, al llegar al hospital, nos cerraron las puertas y no nos dejaron entrar. Entonces fui a buscar a mi esposa (que estaba embarazada de 9 meses) y desde allí fuimos a un campo de refugiados con soldados nigerianos. Al día siguiente, nos llevaron a todos a un hospital. Allí nos atendió MSF Francia. Después nos llevaron hasta aquí (el campo de refugiados de Grafton).
El Gobierno nos ayudó durante los primeros 6 meses. Ahora nadie lo hace. Sufrimos mucho. Todos nos han olvidado, ahora sólo esperamos ayuda de Dios. Sin embargo, los blancos tenéis una mente cercana a nuestro sufrimiento. Debes mostrar al mundo todo esto que nos sucede para tratar de ayudarnos. Si encontráis algún modo para ayudar a las viudas, eso será bueno, porque todos nos beneficiaremos. Mi mujer se murió el año pasado y me dejó un niño de 6 meses. Solía pedir limosna y, con lo que me daban, sólo me llegaba para comprar una piruleta, por lo que he dejado de ir. Después el Gobierno dice que la educación es gratuita, pero no es verdad, es un insulto. Sólo unos carnets que necesitan los niños cuestan 5.000 leones”.