En bicicleta por la ciudad
A esa hora de la noche la ciudad ya estaba desierta.El muchacho pedaleaba por la interminable avenida bajo estrellas y guirnaldas de colores.De pronto escuchó tras de sí, aún lejos, el ruido de una moto. Se acercó a la acera todo lo que pudo, y de manera inconsciente aceleró el pedaleo.La moto siguió acercándose, y justo en el momento en que llegaba a su altura el muchacho notó un roce en la espalda, como si el motorista le pasara la mano por encima de la cazadora. En ese instante estuvo seguro de que quería tirarlo al suelo, pero la moto pasó de largo sin más.El muchacho de la bicicleta pensó entonces que tal vez fuera un conocido que había intentado saludarlo. O algún sentimental imprudente que quería desearle una feliz Nochebuena.Al llegar a su casa dejó la bicicleta en el patio y subió a su habitación.Y entendió lo que había ocurrido al ver el desgarro que cruzaba la espalda de la cazadora.
A Fuensanta no le gustaba diciembre, porque las calles y los escaparates decorados hacían que se sintiera aún más sola. Pero no tenía más remedio que salir cada tarde para tirar la basura. Y a veces, de paso, iba a misa.
Salió del portal y al volver la esquina se detuvo un momento delante de un cartel que habían pegado en la fachada. Era uno de esos carteles en los que se pide ayuda para encontrar a alguna persona desaparecida. Fuensanta contempló la foto: era un hombre joven y de aspecto agresivo. Y entonces, hablando para sus adentros, como les hablaba a los santos de la iglesia, la anciana dijo:-Todo el mundo tiene a alguien que lo eche de menos. Hasta un tipejo como tú, un ladrón cobarde y miserable, que se mete en las casas de mujeres indefensas para robarles su pobre paga de Navidad...
Fuensanta caminó unos pasos más hasta el contenedor y tiró la bolsa con su escasa basura diaria: unas mondas de patata, una cáscaras de huevo, unos huesos…
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Los tiempos cambian
A Nicolás no le gustaban los cambios. Era muy tradicional y las novedades le causaban ansiedad. Pero sabía que los tiempos cambian y que hay que adaptarse, sobre todo si eres autónomo y tienes una empresa que sacar adelante.De modo que aunque le costó desprenderse de su antiguo vehículo, al que le tenía mucho apego, no dejaba de reconocer que la nueva furgoneta de reparto, roja y blanca, era un primor. Cuando se sentó al volante por primera vez se sintió raro, como aprisionado. Pero en seguida vio que los asientos eran más cómodos, y que en cuestión de estabilidad y seguridad no había comparación. Ahora sí que podría hacer sus entregas con toda puntualidad sin temor a los vaivenes ni los derrapes.Eso sí, lo que nunca podría superar la furgoneta era la estampa clásica del trineo y los renos recortados contra la luna.