Tres ensayos, deliciosamente escritos y hondamente atinados, componen este volumen que, con la firma de Antonio Buero Vallejo, lleva por título Tres maestros ante el público. Lo conozco desde hace años por sus piezas dramáticas (es uno de los grandes del teatro español del siglo XX) y también por sus apuestas artísticas (quién no recuerda su retrato de Miguel Hernández), pero su faceta de ensayista aún no la había explorado. Y qué delicia, oigan. Admirable.
En el primero de los trabajos reflexiona sobre los modos que tiene Valle-Inclán para retratar a sus personajes: bien observándolos desde abajo (“De rodillas”), bien situándose a su altura (“En pie”), bien juzgándolos desde la altura (“En el aire”). Y, sobre todo, aborda la manera en que esa óptica influye en la percepción que los lectores tenemos de ellos, en función del retrato de don Ramón.
En el segundo, analiza (con una minuciosidad impresionante y con detalles técnicos que anonadan) el manejo de las perspectivas y las líneas de fuga en el cuadro Las Meninas, para demostrar (me parece muy evidente que lo demuestra) que el espejo del fondo no reproduce la imagen de unos reyes que miran a Velázquez mientras trabaja, sino que refleja lo que el sevillano está pintando en el lienzo.
En el tercero (su discurso de ingreso en la Real Academia Española), se centra en los dramas de Federico García Lorca, que siempre supo colocarse del lado de quienes sufren y, por eso, su teatro “se incendia de sinceridad” (p.108). Con un buen aparato de conexiones y discrepancias, Buero va perfilando la posición de Lorca con respecto al teatro esperpéntico del noventayochista Valle-Inclán (que juzga de “maravilloso y genial”, pese a que lo catalogara de “detestable como poeta y como prosista”), hasta que el granadino alcanzó la plenitud trágica y social con sus propias piezas.
Al final, se cierra el tomo (el delicioso tomo) con la sensación de que han sido cuatro, y no tres, los maestros que han desfilado por delante de mis ojos.
Qué grande era Buero Vallejo.