Entre tanta autoficción, literatura panfletaria y lirismo afectado, descubrir a una escritora como Alba Carballal (Lugo, 1992), arquitecta de formación y discreta en las redes sociales, supone un soplo de aire fresco para la narrativa española (y en general). Las comparaciones hacen más mal que bien, pero no es descabellado ver en ella a una posible heredera de Eduardo Mendoza y Juan Marsé. Tiene ese mismo gusto por la narración pura, ese sentido del humor gamberro que tanto se echa de menos en la «generación precaria». Tres maneras de inducir un coma (2019), su ópera prima, escrita con la ayuda de una beca de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, sigue las andanzas de un antihéroe de hoy, llamado Federico, un cuarentón sin oficio ni beneficio que vive con su madre, adicta a la televisión, en un barrio obrero de Madrid. Su fortuna da un giro cuando se cruza en su camino Natalia, una transexual despampanante que le hace un curioso encargo. Federico se mete en un buen lío.La novela es un divertimento bien traído. Picaresca, comedia castiza (y a la vez refrescante), un registro mordaz y guasón. Y, también, un fondo social bajo la caricatura. Por un lado, los conflictos familiares: de Federico con su madre, la precariedad, la soledad de la anciana que se entretiene con la tele; de Natalia con su padre, un hombre rico, famoso y chapado a la antigua que reniega de ella, aunque le sobren los motivos para estar orgulloso (porque Natalia no solo se define por su identidad de género: es además ingeniera, y de armas tomar, y muy válida). La autora no cae en la autocompasión, como si dijera que sí, la discriminación existe, la pobreza existe, la sociedad está llena de problemas, pero ha escrito este libro para reírse de todo. Por otra parte, otro rasgo distintivo es cómo su voz se desenvuelve entre la alta y la baja cultura, desde los epígrafes a la historia misma, donde abundan las referencias culturales (literatura, música, cine, televisión, filosofía, etc.). En este sentido, refleja a la perfección ese corpus variopinto que define nuestra sociedad, y a nosotros, con personajes cultivados que tan pronto escuchan una canción pop como reflexionan sobre las ideas de Zygmunt Bauman.En relación con esto último, la mirada de arquitecta resulta clave: cómo mueve al personaje por los barrios del Madrid actual, Chueca, Chamberí, Salamanca, Tetuán, el Museo del Prado, incluso un guiño a la librería Tipos Infames. La percepción urbanística del libro es formidable, y no se limita a actuar como escenario, sino que el espacio deviene un elemento significador del personaje, es decir, uno no se comporta igual en un bar de tapas que en un museo. Federico no se reúne con Natalia, la mujer transexual moderna, en los mismos sitios que con el padre de ella, el señor rancio y ricachón. Incluso un personaje secundario como Susana desempeña un rol distinto en función del lugar donde se halla. En la ciudad se condensan asimismo la cultura elevada y la cultura popular, el protagonista pasa de contemplar un cuadro en el Prado a ver un partido de fútbol en un bareto; Madrid como una ciudad «diversa», donde tienen cabida lo culto y lo ordinario, lo rico y lo pobre, lo fino y lo hortera, lo serio y lo burlesco, lo antiguo y lo nuevo. Todo se integra de maravilla en la voz de Alba Carballal, ya que su concepción de la literatura también es así, deudora de muchas y muy variadas influencias.Con todo, tiene algunos puntos débiles. Cuando el protagonista está solo, la historia decae: tiende a caer en las digresiones y, ya se sabe, lo poco gusta y lo mucho cansa. Está muy bien esta amalgama de alta y baja cultura en la narración, pero el discurso intelectualoide se acaba haciendo pesado, le sobra relleno. En segundo lugar, los monólogos de esa voz amiga de Natalia (y, al final, de la madre de Federico) pecan de reiterativos. La autora maneja el tono coloquial; estupendo, pero, cuidado, porque abusa de ciertos giros del habla que hacen gracia en su justa medida. Cuando se insiste tanto, caen en el cliché, acartonan al personaje, y ella tiene capacidad para ir más allá del tópico. El libro funciona mucho mejor cuando la narración va al grano con el desarrollo de la trama, encuentros, diálogos, movimientos. La acción decae un poco a partir de la segunda parte, titubea y luego retoma el hilo.
Alba Carballal
En cualquier caso, como el debut que es, merece un aplauso. Alba Carballal posee ya una mirada propia y fresca, un cóctel explosivo entre la mejor tradición made in Spain y la deriva del siglo XXI, con mucho humor; no, con mucho cachondeo. Es fantástico leer a una autora que no se toma demasiado en serio a sí misma (sí su escritura, que es lo importante). Y esto es solo el principio. Ah, un último apunte: el libro, que no en vano se organiza en «secuencias» e incluye epígrafes como los del folletín decimonónico, tiene mucho potencial para adaptarse a la pantalla, con ese retrato tan vívido de Madrid. No costaría encontrar a actores para dar vida a Federico y a Natalia, dos personajes antagónicos que sin embargo comparten una identidad «con diferencia» (él, por su clase social; ella, por el género), siempre desde la comicidad. En definitiva, una primera novela notable y muy fácil de disfrutar. Ojalá sea el comienzo de una gran carrera.