Tres mujeres

Publicado el 06 enero 2012 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas

Tres mujeres detrás de una ventana, en un tercer piso, enfrente de mí. Tres mujeres de edad avanzada, probablemente hermanas, mirando detrás del cristal el bullicio de la calle, de los nińos y de los padres y de todos quienes como yo esperábamos ansiosos la llegada de los Reyes Magos de Oriente, su entrada majestuosa en la ciudad, precedidos por su amplia corte. Tres mujeres en una habitación a oscuras, contemplando todo a través de los cristales, impasibles, inmutables, quizás pensando que nadie las estuviera viendo, sin imaginar que mis ojos las estuvieran observando.
A la derecha, en el edificio contiguo, otra ventana, ésta totalmente distinta a la anterior, una ventana abierta de par en par, una habitación iluminada, llena de vida, y un montón de nińos que con gritos y aplausos reciben el cortejo, mientras sus abuelos y sus padres van apareciendo y desapareciendo de la escena.
La cara y la cruz de una misma moneda, la noche y el día, pero con algo en común a ambas ventanas, la curiosidad de quienes comienzan y la de quienes ya una vez vivido casi todo, todavía mantienen esa pequeńa ilusión y el recuerdo de aquellos ańos en los que siendo muy nińas quizás estuvieran no en esa ventana, sino a pie de calle disfrutando del desfile, de las risas, de la emoción, de ese momento único e irrepetible que se vivieron ańo tras ańo, incluso hasta llegar hasta hoy.
Detrás de mí un nińo afortunado, al que su padrino, con casi dos metros de estatura, sube sobre sus hombros para que pueda verlo todo desde lo más alto, quizás demasiado alto para el pequeńo, que al poco pide por favor que lo baje porque tiene “miedo a las alturas.” Mientras tanto, pienso en lo mal repartido que está el mundo, yo, que cual bailarina frustrada, intento una y otra vez ponerme casi sobre las puntas de mis pies para no perderme ripio de todo lo que sucede y que tanto trabajo me está costando no perderme.
Al final los nińos se sorprenden con lo de toda la vida, ni Cortes de países exóticos, ni cortesanos ataviados con sus mejores galas, los “burrinos”, esos que forman parte del cortejo más asturiano son los que llaman su atención, y a quienes el nińo que tengo detrás de mí dedica el mejor de los piropos, “qué guapos los burrinos, qué guapos…”
A mi derecha le hago un guińo a la pequeńa nińa rubia que en los hombros de su padre, tres pisos por debajo, dicho sea de paso, que el padrino que se encuentra a mis espaldas, cae casi agotada ante tanto desfile. Ladea su cabeza, me mira tímidamente, le sonrío y ella me devuelve una tímida sonrisa mientras se esconde entre el pelo de su padre, extenuada ante tanto cortesano y preguntándose probablemente cuándo llegarán los Magos de Oriente.
Carlos ha optado por la apuesta más segura, la de esperarme en la cafetería de al lado y no perderse detalle del desfile a través de la televisión, pero yo siempre elijo la opción de estar a pie de calle, cámara en ristre, mano levantada para saludar y pies dispuestos a seguir el ritmo de la música que va y viene con cada una de las bandas de música, sobre todo con la de nuestras gaitas y de ese villancico que no suena igual con ningún otro instrumento que no sean ellas.
Y de repente llegan ellos, los más esperados, los que tras tres cuartos de hora de estar a pie de calle arrancan todos los aplausos, todos los vítores, todas esas manos levantadas para recibirlos como se merecen, agasajándolos como lo que son, Magos de Oriente que hacen cada ańo un largo viaje para visitarnos y dejarnos al lado de nuestras zapatillas todos esos regalos que les pedimos y que ellos, generosos como pocos no escatiman esfuerzos para traernos.
Con la algarabía que produce la llegada de Melchor, Gaspar y Baltasar, se me han olvidado las ventanas, afanada como estoy en sacar fotos y saludar a sus Majestades, pero seguro que las tres mujeres siguen ahí, y seguro que ahora con un sonrisa, con esa ilusión, con esa magia que llega solamente una vez al ańo, el día 5 de enero, con esa cabalgata, con la llegada de los Reyes Magos, esos que las tres han esperado tímidamente y sin hacer ruido detrás de los cristales, los mismos que seguro habrán dejado algo especial sobre sus zapatillas.