Tres nuevas

Publicado el 03 febrero 2017 por Angeles

Al igual que los campos monótonos del invierno se van animando y llenado de color con las florecillas que aparecen al llegar la primavera, así el monótono paisaje del lenguaje revive y se anima con las palabras que añadimos de vez en cuando a las praderas de nuestro léxico.

Últimamente he añadido yo unas cuantas palabras llenas de color a mi diccionario personal, ese que cada uno tenemos en la cabeza, aunque unos más gordos que otros.

Las palabras nos acompañan, nos rodean, nos persiguen, y aunque la mayoría de las veces no les hacemos mucho caso, hay ocasiones en que no queda más remedio que prestarles un poco de atención. Algunas son tan bonitas, tan raras o tan graciosas que nos sorprenden y hasta nos hacen sonreir por el feliz hallazgo. En esos casos siempre pienso que esas palabras hay que sacarlas a pasear.

Y sacarlas a pasear, claro, significa usarlas en público, en alguna conversación o en algún texto. Pero para estrenarlas, qué mejor que traerlas aquí, y ver si les gustan a ustedes también.

La primera de mis tres palabras nuevas es semicupio, que a mí, por alguna razón, me resulta muy cómica.

Un semicupio es, por así decir, una bañera de medio cuerpo; un baño de asiento, de esos tan decimonónicos que vemos en las películas del Oeste, en las que los rudos vaqueros se asean sin perder de vista el revólver, por lo que pueda pasar.

Esta palabra procede del latín y está formada por semi y cupa, que significa cuba o tonel. Es fácil imaginar qué se usaba antes de este invento.

La segunda palabra es giróvago, que suena, me parece a mí, a maquina voladora de fantasía.

Pero en realidad giróvago es sinónimo de vagabundo; y, según nos dice el diccionario, también denomina al monje que "por no sujetarse a la vida regular de los anacoretas y cenobitas, vagaba de uno en otro monasterio". Es una palabra tan bonita que hasta su definición resulta poética.

Por otro lado, también se denomina giróvagos a los derviches o "monjes" de Turquía, que danzan girando sobre sí mismos para entrar en éxtasis.

Así que todo queda entre vueltas, revueltas y monjes, lo que me resulta muy curioso.

Pero indagando un poco más en el término he aprendido otra cosa curiosa. Resulta que esta palabra proviene del latín gyrovagus, de gyrus (movimiento circular), y vagus, (errante). Y que este vagus, a pesar de lo que parece, no tiene que ver con vago, el holgazán; porque vago no proviene de vagus sino de vacuus, que, aparte de vacío, significa también ocioso, sin ocupación.

Son cosas del latín.

La última palabra de hoy es mi favorita de los últimos tiempos, por su forma y por su significado: eutrapelia.

Suena airosa y danzarina, y es, según el diccionario, la "virtud que modera el exceso de las diversiones o entretenimientos"; la gracia inofensiva, el juego inocente.

Está tomada directamente del griego εὐτραπελία, que se refiere a la conversación amable y amena.

Pero una palabra tan especial merece algo más que una definición y una etimología. Merece al menos que un sabio decimonónico le dedique unas palabras. Y seguramente por eso Matthew Arnold pronunció éstas tan elegantes:

La eutrapelia es la virtud que nos permite entregarnos por completo a ese asunto tan serio que es disfrutar de las delicias de la amistad y el amor, la familia y los amigos, los libros y los juegos, el vino y la cerveza [...] e s sin duda un don estupendo. Lucidez de pensamiento, claridad y exactitud de lenguaje, falta de prejuicios y de rigidez, mente abierta, modales amables [...]

Las palabras tiene un valor impresionante, porque cada una contiene en sí un montón de ideas, de conceptos, que a su vez contienen otros, y otros... Y todo ello refleja y representa los infinitos aspectos y facetas del mundo y del ser humano.

Por eso a mí me parece que cada palabra que añadimos a nuestro léxico particular es como una llave que abre una puerta. Y al abrirse, esa puerta nos deja ver un trocito más del mundo, ensanchando el panorama que percibimos y permitiéndonos comprenderlo un poco mejor.


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