Tres párrafos para no escribirlos

Publicado el 14 noviembre 2013 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

Quizás algunas historias sea mejor no contarlas. A mí no me gusta quedarme con ellas dentro, y más cuando se trata del transporte público. Ayer, montado en una guagua tan llena de personas como solo puede estar el autobús de la ruta 195, justo frente a mí habían un ciego y un débil visual. De más está decir que nadie les brindó el asiento y ellos no pudieron avanzar entre la masa de personas para buscar esos puestos destinados a minusválidos. Pérdida de valores.

Nuestras guaguas poseen unas guindalejas que en teoría son para agarrarse y mantener el equilibrio, pero están hechas para pigmeos, porque a una persona de estatura media le llega a los ojos, como a ambos débiles visuales. Traté de sostener uno de aquellos manubrios de plástico con soga para evitarles un golpe, pero dada la incomodidad de la guagua y los empujones habituales, debidos a la inercia o no, se me resbaló de las manos y fue a parar a las gafas de uno de ellos. Por suerte ni se rompieron, ni se dio un golpe y terminó riendo mientras decía “por poco me los rompe”.

Volví a agarrar aquello mientras pensaba “por suerte no vio que fue culpa mía”. No es humor negro, en una situación como esa, ¿qué otra cosa se puede pensar? Pero ahí no. Cuando llego mi parada les dije “cuidado, esto va a soltarse de nuevo” y no más despegar mis manos del manubrio, el plástico impactó en la cavidad ocular del débil visual. Mi rostro se contrajo en una expresión lastimera, respiré profundo y cuando me cercioré a ojos vista que no le había ocurrido nada, me bajé.