Como todas las noches desde hacía 37 años, José fue hasta el baño para quitarse la ropa de calle. Allí se puso el viejo pijama de algodón y salió casi tan limpio como había entrado, era una pena que se le hubieran formado esos grumos blancuzcos en las comisuras de los labios.
-Espero que hoy estés más tranquilo, hace varios días que gimes y te revuelves en la cama mientras duermes- le dijo la esposa ya dentro de las sábanas.
-Lo siento, últimamente no estoy descansando bien.-Es que lloras y gritas mucho, ya vamos a conseguir ese dinero, no te preocupes…-No es eso, mujer, son sólo pesadillas- gruñó él, acomodando la manta.Se metió en la cama, se quitó los lentes y los dejó sobre la mesilla de noche. Le echó un vistazo a la foto de sus hijos (le sonreían, o eso imaginaba él) y luego apagó la luz. Como si lo hubieran pactado de antemano, cada uno se dio vuelta hacia el lado opuesto del lecho, culo contra culo. Pasados más de 3.600 tic-tacs, ya estaban subidos sobre la ominosa cornisa de la medianoche, pero ninguno de los dos conseguía dormirse, ella: por las penurias del día anterior, él: porque le intrigaba saber quién encontraría sus cuerpos al día siguiente.