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Trevor ApSimon, su organillo callejero y el taller Apruzzese de Madrid

Publicado el 05 febrero 2013 por Srabsenta @srabsenta

Trevor ApSimon, su organillo callejero y el taller Apruzzese de Madrid

Organillo callejero de TrevorApSimon

Trevor ApSimon es todo un artista y eso poca gente lo sabe. Yo misma lo desconocía hasta que él vino a mí. De eso hará unos dos meses. Un día recibí un mail suyo en que me pedía permiso para utilizar una foto que había en mi blog. Curiosamente era de una marioneta de Ramón Montserraty eso ya me gustó. Luego, al cabo de unos días volvimos a contactar y él, sabiendo de mi afición a marionetas y autómatas, me contó que tenía un organillo callejero y me invitaba a conocerlo. Evidentemente, accedí encantada ya que algo así no es fácil de ver en Barcelona. Quizá en Madrid no sea tan raro pero aquí es algo excepcional. Pero lo es ahora, ya que a principios del siglo XX, los organillos en Barcelona eran algo normal. Paco Villar lo cuenta en su “Historia y leyenda del barrio chino” con esta cita literal de un texto de la época en qué describe el interior delprostíbulo “As de Oros, de la calle Robador:
Un organillo dejaba oír sus acordes chillones, para que las pupilas de la casa incitaran con el baile a los hombres, despojos humanos como ellas”.
En cuanto a Trevor les diré que es irlandés (de Belfast) y que en Inglaterra empezó a estudiar música, aunque para tocar este instrumento resulta que no es necesario saber solfeo. Pero entonces, cuando empezó con la música, aún no había descubierto su afición por los organillos callejeros. Eso le vino después, durante su paso por Holanda y Alemania. Allí contactó por primera vez con estos instrumentos que tocan melodías con tan sólo girar la manivela.

Trevor ApSimon, su organillo callejero y el taller Apruzzese de Madrid

Organo Mortier, del alemán Carl Frei (foto bajada de esta web)

En Holanda trabajaba para un belga, fabricante de organillos, y se encargaba de escribir los arreglos para las distintas melodías. Un trabajo complejo y delicado ya que, por lo que pude entender, la melodía se escribe a base de ir haciendo pequeños orificios sobre un rodillo de papel (o cartón) llamado libro. Cada uno de estos orificios indica la posición de una nota musical. Luego, el rodillo agujereado pasa sobre unas válvulas y, gracias a esos orificios, el aire puede salir y hacer sonar las flautas del organillo. Si no entendí mal, así es como funciona. Lo que ocurre es que el organillo de Trevor es algo más sofisticado que eso ya que se ha atrevido a sustituir el libro de papel por un archivo midi (digital) que ejerce la misma función.
Aunque Trevor lleva años escribiendo música para organillos jamás tuvo uno propio hasta ahora. Hace unos tres años que encargó su construcción basándose en un diseño original británico. El resultado de dicho encargo queda reflejado en este vídeo filmado en su casa, con mis hijos como ayudantes. Marc es el que acciona la manivela y Anna la voz en off.

Dicen que el organillo es un invento inglés y, por su fácil manejo (ya he dicho que no es necesario ser músico para utilizarlo), en seguida se hizo famoso en países de Europa y Suramérica. En España, su popularidad quedó centrada en Madrid. Es aquí donde, hurgando por la red para escribir esto, he encontrado la historia de Antonio Apruzzese (Madrid 1906-1995), hijo del introductor del organillo en Madrid, el italiano Luís Apruzzese. Una historia bonita y emotiva con la que he topado gracias a dos artículos de El País, publicados con 10 años de diferencia (1998 y 2008).
Por lo que he podido saber, Antonio era un músico precoz. A los 9 años era alumno del pianista del café “El Vapor”(que se encontraba en la Plaza Tirso de Molina) y a los 11 yatrabajaba en el taller de construcción de organillos de su padre. Artísticamente era conocido como el As del organillo y, bajo ese nombre, grabó varios discos. La mayoría, chotis y pasodobles. Hasta llegó a colaborar en la banda sonora de El Pisito (1959) de Marco Ferreri.

Trevor ApSimon, su organillo callejero y el taller Apruzzese de Madrid

Cartel publicitario de la película, elaborado por Mingote

El taller de los Apruzzese se hallaba en la Gran Vía de San Francisco y, cuando el padre murió, Antonio se hizo cargo de él. Regentó el negocio junto a su esposa durante muchos años. El matrimonio, que no tuvo hijos, conoció a un chaval que vivía frente al taller que empezó a trabajar con ellos para hacerles los recados y, con el tiempo, fue descubriendo los secretos del oficio de organillero. Aprendió a tocar, afinar y la técnica para su construcción. Ese chico se llamaba Fernando Ochoa y llegó a querer tanto a esa pareja que hasta los consideraba sus abuelos.
Cuando Antonio murió en 1995 (a los 89 años), Fernando y su hermana se encargaron del negocio bajo la supervisión de la viuda Apruzzese, de 88 años de edad.
En 1998 Fernandocompaginaba sus estudios de administración y dirección de empresas con su trabajo al frente del taller Apruzzese donde, además de reparar los instrumentos, los alquilaba para fiestas populares con organillero incluido en caso necesario. En muchas ocasiones él mismo o su padre eran los organilleros que amenizaban las fiestas.
Diez años más tarde, la periodista de El País, Elena G. Sevillano, volvió a entrevistarse con Fernando Ochoa pero esta vez por una triste noticiaEl alquiler de organillos moría en Madrid y el histórico taller debía cerrar. El futuro de los organillos quedaba en el aire, ya que ni el Ayuntamiento de la ciudad ni la Comunidad Autónoma querían saber nada de ellos.
Ahora, cuatro años más tarde, descubro esta historia por haber conocido a Trevor ApSimon y su organillo callejero y, aunque he buscado información al respecto, no he podido descubrir qué fue de Fernando Ochoa, su taller y los organillos tras echar el cierre al negocio.

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