Tributo a Sócrates

Publicado el 02 octubre 2020 por Abel Ros

Tras explicar - a mis alumnos - el origen de la filosofía, más conocido como el paso del mito al logos, recibí una llamada de Sócrates. Estaba sin saber de él desde que el gobierno de Trasíbulo le condenara a beber cicuta en la plaza pública de Atenas. Aturdido por la sentencia, hablamos largo y tendido de los sofistas. Me preguntaba si en pleno siglo XXI existían "usurpadores de la palabra" y "tejedores de mentiras". Si existían asesores políticos que enseñaran: retórica, oratoria y erística. Y que la enseñaran, me decía, con el único fin de conseguir el éxito social y el gobierno de la polis. Le dije que la España del ahora no difiere mucho de la Atenas de su época. Le dije que hoy existe una crisis de verdad. Una crisis más allá del relativismo, el escepticismo, el convencionalismo y el empirismo político que defendían Protágoras, Gorgias, Hipias, Trasímaco, Calicles o Pródico, entre otros. Hoy estamos ante la "postverdad", un concepto que atraviesa y rompe la definición tradicional de verdad.

Después de varios minutos de conversación telefónica, quedamos en El Capri. Allí, sentados en los taburetes de la barra, dialogamos como lo hacían los jóvenes de Atenas. Tras un intercambio acalorado de dimes y diretes, de aproximaciones y lejanías, Sócrates llegó a varias conclusiones. La primera, que la verdad, tal y como él la entendía, no existía en los tiempos de Internet. Reconocía que el diálogo entre los hombres había servido para llegar a unos universales equivocados. Unos universales que demostraban el fracaso de la mayéutica. Y unos universales que eran aceptados por una masa de ingenuidad manipulada. La segunda conclusión, que la sociedad actual confundía verdad con autoridad. Se toma como verdad, decía Sócrates, aquello que dicen "los de arriba". Existe una crisis de espíritu crítico. Una crisis de cuestionar las tripas de la realidad. El ser humano es el único animal que mira la fecha de caducidad. El único que antes de introducir un alimento en la boca, pone en valor el efecto de su acción. Ese animal que cuestiona su comida no cuestiona, sin embargo, la comida informativa.

Entre cerveza y cerveza, Sócrates me preguntó por Maquiavelo. Le dije que Nicolás retomó las ideas de los sofistas. Que, ajeno a la búsqueda de la verdad, entendió la política como un fin en sí misma. Entendió que "todo vale" en la lucha por el cetro. Y entendió que el poder y el dinero guardan relaciones. Ambos están en constante riesgo de caer en el vicio de la ambición. Una ambición que corrompe a los hombres en su afán lucrativo. Y una ambición que se retroalimenta por la teoría del valor. La abundancia de riqueza y el exceso de poder tarde, o temprano, transforman la humildad en vanidad. Y esa vanidad, me decía Sócrates, convierte al político en un esclavo de su asiento. El poder se convierte en algo erótico. Se convierte en una lucha de egos que, más allá de salvaguardar el interés general, busca el interés particular. Y ahí, en ese punto, es cuando la sociedad - el rebaño de ingenuos - se convierte en una víctima del sistema. Una víctima que sobrevive en un mundo de universales erróneos y postverdades artificiales.

Por Abel Ros, el 2 octubre 2020

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