En un 2012 que, con frecuencia apabullante, está marcando el 40º aniversario de la edición en vinilo de icónicos colosos el rock, tampoco nos olvidamos, a principios de este mes, de soplar las velitas para el disco tal vez más terso, armonioso e intimista de Emerson, Lake & Palmer: “Trilogy”.
Por el contrario, y tal como anuncia su título, “Trilogy” ya se asentaba en una compacta y madura unidad grupal; en un esfuerzo tripartito y mancomunado que partía desde el pentagrama y terminaba en las bateas de las disquerías; en una música sin mayor pompa, pero muy lejos de ser lineal -es que nunca hubo linealidad en el sonido de ELP! Porque “Trilogy” pasea con igual comodidad entre lo bucólico y lo rimbombante, lo sutil y lo agresivo, lo metódico y lo impetuoso, lo predecible... y hasta lo impredecible. Es un cambiante paisaje sonoro en el que tienen cabida la franca finura de “Fugue” y los innumerables overdubs de “Abbadon’s Bolero”, con un medio tiempo donde no queda terreno sin explorar.
Detenidas en el tiempo han quedado, no obstante, esas imágenes de Greg frente al mellotron, en apoyo del moog de Keith en “Abbadon’s Bolero”, como también se han evaporado las ejecuciones en vivo de “Endless enigma/Fugue”, “Living sin” y “The Sheriff”, si bien esta última volvió momentáneamente en la última y muy breve gira de ELP, en 1998.
No es de extrañar entonces que otra de las delicias que se lleva consigo “Trilogy” es precisamente la de atesorar esos momentos únicos que hoy sólo perduran en el disco. Como perduran en la tapa las caras de los tres veinteañeros de entonces, asomando por cuanto árbol se les interponía a su paso en el ya clásico collage otoñal que muestra a Keith, Greg y Carl retozando en el Epping Forest londinense. Hasta podría argumentarse que “Trilogy” no es más que una pintura musical de semejante paisaje onírico.