Por: Manuel García
Publicado por EPdV en 2013, la obra de Mateo Marco posee esa esencialidad del neorromanticismo en la que las imágenes literarias se conjugan en el proceso creativo para evocar el pasado como un espacio idealizado, lleno de matices sutiles que contribuyen, no a menospreciar el presente, pero sí a comprobar que la actualidad del momento que se vive está sumergido en el problema de la incertidumbre, en la mayor de las insatisfacciones. En ocasiones, es preferible regresar a la infancia para contemplar la vida desde una perspectiva simbólica, descifrando los mensajes ocultos que el propio destino parece dejar en los pequeños acontecimientos.
Solamente el creador es capaz de ser consciente de ese terrible y asombroso estado de las cosas. Su neorromanticismo se refleja también en la deleitación por el paisaje mediterráneo, por su agreste terreno y por esa serenidad mutable que el mar provoca en la poesía de Mateo Marco. No sería capaz ahora de analizar otras cuestiones formales de mayor calado que la técnica de este creador amigo maneja con madurez en muchos de sus versos finales, porque el recuerdo que tengo de la lectura de Tríptico es el que espero de esos libros escritos con riesgo y hondura: impresiones, esbozos de algún hecho similar que yo viví como este poeta, imágenes borrosas de mi niñez que confluyen en las barriadas donde me crié y un cuestionamiento continuo de por qué debemos continuar explorando lo que vivimos desde la emoción y también desde la pereza. O sea. La rutina como un proceso tan transcendente como inútil.
Enhorabuena, Mateo.
“Entre coníferas/ surgen gritos./ En la noche/ se estrecha el silencio/ aún más gigante/ a las voces de la Naturaleza./ La luz de la penumbra/ de la luna de sol/ se deshace para las bestias”. (pág. 19)
“La cocina no olía a cocina,/ olía a despensa y a luz. A humedad./ Calcomanías diminutas en los manises ininterrumpidos/ y luego cal hasta el techo./ Una trenza de papel cebolla, blanca y rosada liada al cable,/ hacía de lámpara./ Como un hilo de dentista,/ atado a la puerta, para el niño Vicente./ Enfrente, la navaja de afeitar/ con aceite de hombre y aromas/ descansaba en una leja/ bajo el espejo del cuarto de baño/ descascarillado de frío,/ estrecho./ Todo era casi nada/ al lado de la cocina/ que apenas olía a cocina.” (pág. 39).