Tristes armas

Publicado el 23 octubre 2017 por Jcromero

A diferencia de otros regímenes que silencian, persiguen y encarcelan a los discrepantes, el democrático es un sistema que acepta las discrepancias. La democracia tiene en el diálogo un resorte transformador y en la persuasión, que con frecuencia es sustituida por la demagogia, el método para relacionarse con los disidentes.La Grecia antigua, la fundadora de la democracia, daba mucha importancia al diálogo al considerar que beneficiaba a las personas en cuanto individuos y como integrantes de la sociedad. Por el contrario, en estos días, con ocasión de las tensiones territoriales y como sucede cada vez que un asunto consigue polarizar la opinión pública, se escuchan voces que desprecian la utilidad del diálogo. Dialogar, ¿para qué?, escucha con frecuencia. ¿Para ceder en lo que ellos quieran?, se responden los exaltados.

El diálogo es un instrumento para la convivencia; la falta de diálogo es una tara democrática. Es cierto que existen límites, pero estos deben ser los suficientemente amplios para que los interlocutores, si tienen verdadera voluntad, puedan hacerlo. En democracia el único mecanismo aceptable para solucionar los conflictos pasa por la voluntad de entendimiento, el diálogo y las urnas. Diálogo siempre desde la predisposición a escuchar y considerar otras opciones; hacerlo desde la predisposición a no modificar las posiciones iniciales, es una pérdida de tiempo y un engañabobos. La democracia convive con el conflicto y la confrontación permanente, pero también con el acuerdo. En cualquier caso, la democracia no puede responder a los desafíos reduciendo los espacios democráticos o interviniendo gobiernos. ¿Se han buscado espacios para el entendimiento? ¿Es necesario enumerar el repertorio de desprecios y humillaciones?

El diálogo es un valor que pocos niegan, hasta que las discrepancias se enconan. Entonces surgen las voces de los intransigentes para reclamar soluciones expeditivas. En estos tiempos, la pregunta es recurrente: dialogar, ¿para qué? Sin embargo, la respuesta parece obvia: si no se puede dialogar sobre las discrepancias, ¿para qué el diálogo?

En estos días de profunda tristeza democrática, cuando el Gobierno suspende el autogobierno de Catalunya hay que reivindicar una vez más el valor de la palabra y la fortaleza democrática del diálogo. La democracia se reivindica con más democracia. Si gobiernos del PSOE y del PP fueron capaces de dialogar con ETA, la conclusión parece obvia. Y sin embargo, antes que propiciar el diálogo, el Gobierno y sus aliados prefieren aplicar el artículo 155. ¿Pretenden la obediencia civil de los catalanes suspendiendo la voluntad democrática de sus electores y reduciendo Cataluña a un simple protectorado?

"Ahíto me tiene España", escribió Quevedo; "Tristes armas si no son las palabras", Miguel Hernández.

Es lunes, escucho a Andrew McCormack Trio:

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