y no me corto cuando quiero volar
Extremoduro Veo a Cristiano Ronaldo en la televisión y finge cara de tristeza, de falsa tristeza, ¿cómo puede estar triste cobrando lo que cobra?, dicen en el bar de abajo. La tristeza no tiene nada que ver con el dinero, sí con las percepciones, con la pérdida, con los puntos finales, con las cosas en las que dejamos de creer de repente. Miro a Cristiano Ronaldo o a Messi, copan las portadas y los informativos, pero no veo en ellos las estrellas que todos dicen que son. Las estrellas están en lo alto, allí donde Andrés Montes sujeta un micrófono desde el que lanza sus consignas positivas. La vida puede ser maravillosa. Todo va a cambiar. Proclamas de un mundo mejor desde un lugar mejor. Andrés Montes es el Ortega y Gasset de nuestro tiempo, el pensador más iconoclasta de los últimos años. Tuvo que morir para que todos creyésemos en él, para que su calva reluciente nos recordara a las estrellas. Mira, ahí hay una estrella fugaz. Quizá sea la estrella de Andrés Montes o quizá la alegría de Cristiano Ronaldo difuminada en un cielo negro de opulencia y ego desmedido. ¿La ves ahí? Sí, todas las estrellas que necesito ver ahora están a mi lado, cerca, muy cerca. Ella no sabe que tengo los ojos cerrados. La luz apagada. La habitación oscura. Las estrellas brillan como nunca antes se atrevieron a brillar, iluminan los sueños. Y el descanso. Y la paz. Andrés Montes susurra desde allá lejos sus épicas frases de filosofía positiva. La muerte no es el final, es sólo el inicio. Start.