Tristeza sin máscara

Por Manuelsegura @manuelsegura

Ser de pueblo imprime carácter. Ello implicó, en mi caso, educarme en un colegio público con chavales de toda condición social o jugar en la calle con ellos, por ejemplo. Mi pueblo era mi país. Y también mi frontera. Había zonas peligrosas así como otras donde te sentías al abrigo protector. A lo largo de mi infancia andaba por la calle y conocía a casi todo aquel con el que me cruzara. Distinguía al forastero con la nitidez que me proporcionaba la extrañeza.

He hallado esta fotografía sepia que me ha hecho retrotraerme a aquellos días. Es de una Semana Santa, a finales de los años sesenta del pasado siglo, supongo. El demonio local por antonomasia, Carlos ‘el Martino’, la preside. Como ya referí una vez, solo he conocido dos demonios verdaderos en mi vida: a éste y a Manolo, ese singular camarero del bar ‘La tapa’, en la plaza de las Flores de Murcia. Los poderes fácticos, el alcalde, el cura y la fuerza pública, se sitúan tras el diabólico, una de cuyas alas intuyo que oculta al maestro. Los monaguillos ríen las ocurrencias del circunstancial Belcebú, mientras un ‘armao’ romano también las celebra.

Están en la plaza principal, frente a la iglesia, hace sol y es Domingo de Resurrección. Una niña esconde sus temores al amparo de la autoridad varada. Sin embargo, no diviso tristeza en sus caras. Aunque, en cualquier caso, y como alguien dijera, quizá su alegría sea tan solo su propia tristeza sin máscara.