Tristezas y alguna alegría del trabajo por la paz

Por En Clave De África

(JCR)
A las siete salgo de casa, en un barrio de Bangui. Después de caminar una media hora por callejuelas de tierra llego a la oficina del Consejo Danés para los Refugiados, donde trabajo. Tras una media hora de poner al día los correos y revisar algunas páginas web de noticias sobre África, entro en el coche con el resto de los compañeros y partimos para el barrio de Boy Rabe, hace meses centro de las agresiones de los milicianos de la Seleka y desde hace un par de meses feudo de las milicias anti-balaka que descargan su odio contra los musulmanes. El sábado pasado, 15 de febrero, una operación militar de soldados franceses y de la Unión Africana detuvo a varios de sus líderes y recuperó numerosas armas. Esta mañana ya no se veían los jóvenes paramilitares que, machete en ristre, circulaban hasta hace poco con toda libertad por sus calles. Ojalá dure la calma.

Desde hace dos meses doy cursillos de formación para líderes de los comités de cohesión social en el cuarto distrito de Bangui, donde hasta hace pocas semanas cristianos y musulmanes cohabitaban hasta que los anti-balaka expulsaron a los seguidores del Islam con saña y, en muchos casos, saquearon y destruyeron sus viviendas y mezquitas. Mientras explicaba a los participantes cómo los estereotipos han terminado por considerar a todos los musulmanes como extranjeros y presuntos autores de todos los males de la República Centroafricana, a apenas 20 metros de la sala donde damos los cursillos todas las mañanas se reunía un grupito de milicianos anti-balaka para tener su reunión en una casa situada enfrente de la escuela donde me encuentro. La alcaldesa del distrito nos propuso hace poco organizar un cursillo para los fanáticos milicianos –“ellos son los que de verdad necesitan que se les hable de la paz”, nos dijo- pero tras la operación de desarme del pasado sábado los radicales parecen haberse esfumado detrás de la colina que domina el barrio.

“Los conflictos son normales y naturales, y no tienen por qué desembocar necesariamente en la violencia”, explico frente a mis 20 participantes.

Una detonación no muy lejana interrumpe mi presentación. Tras un momento de silencio, oímos una ráfaga de ametralladora y varios tiros que cesan tras dos minutos. Dudo si seguir adelante, mientras intento tranquilizar a los inquietos asistentes al cursillo sobre conflictos con la inesperada música de fondo.

“Perdonad. Aún no nos hemos presentado. Os invito a que digáis vuestros nombres, lugar de procedencia, ocupación… y decir también una cosa que os gusta y algo que no os gusta”.
Los dos últimos participantes en presentarse me han dejado sin palabras.

“Me llamo Giselle. Tenía cinco hijos. El pasado 5 de diciembre estábamos refugiados en el Hospital de l’Amitié, cuando llegaron los Seleka y mataron a dos de ellos en el patio”.

“Yo me llamo Antoine. Soy funcionario y vivo en el barrio desde que era niño. Estoy casado y tengo cinco hijos. Me gusta la paz. Odio los musulmanes”.

Sonrío sin hacer comentarios y continúo con mis explicaciones. Después de dos horas paramos para tomar café juntos. Más presentaciones, y también discusión en grupo, dinámicas y diálogo sobre la paz y cómo entender y resolver los conflictos en los que vivimos.

Al día siguiente volvemos al trabajo. A la media hora suena algún otro disparo, pero esta vez más lejano. Mientras termino el trabajo no puedo evitar pensar si todo esto merecerá la pena. La repuesta me llega, de forma inesperada, cuando hacemos la evaluación final.

Valoración de Giselle: “Este cursillo me ha hecho ver que puedo tener esperanza, aunque haya perdido a dos de mis hijos”.

Más me sorprendió la respuesta de Antoine, el duro que dijo odiar a los musulmanes:
“Después de estos dos días, creo que deberíamos invitar a los musulmanes que han dejado el barrio a volver. Y algunos de ellos deberían estar en nuestro comité por la paz”.

Vuelvo a casa cansado, apurando el paso para que no me pille el inicio del toque de queda al atardecer. Mañana empezaremos con otro grupo. Me consuela pensar que tal vez asistirán otras personas que -como Giselle y Antoine- saldrán con más esperanza y menos odio.