Triunfo, derrota, o ambas cosas

Por Ana María Ros Domínguez @anaroski

Desde que somos pequeños se nos enseña a hacer las cosas bien, a trabajar buscando la excelencia, buscando el éxito, la perfección y a intentar ser cada día un poco mejor.

Al menos así me educaron a mí desde que nací. Frases como “las cosas bien hechas Dios las bendice”, “aunque te cueste hazlo y ofrece al Señor ese sacrificio que EL te lo valorará”, o aquella que tanto me repetía mi madre “quien trabaja bien, trabaja solo una vez, el que hace las cosas mal tiene que estar repitiéndolas hasta que las logra, así que por pura pereza es mejor hacer las cosas bien y con diligencia para no empantanarte en algo”, o aquello de “lo que se empieza se acaba”…

Seguro que más de alguna persona que lea hoy mi post se sentirá identificada con algunas de estas frases de madre o incluso harán que afloren durante la lectura otras frases de contenido similar a éstas.

Así que no cabe duda que desde pequeños somos llamados a trabajar para lograr el éxito, a ser buenos estudiantes, a ser buenas personas, buenos amigos, buenos hermanos, buenos hijos, buenos padres y buenos trabajadores. Prácticamente, desde que nacemos empieza la competición, primero son los padres los que comparan entre los bebés de alrededor y se comienza con esos comentarios sobre cuando fue la primera vez que le salió el diente, qué cantidad de biberón se toma, cuántas veces toma la teta, o a qué edad comenzó a andar, también presumimos de peso y talla de los niños, de capacidades extrasensoriales, e incluso de habilidades que serían impensables en un niño que está en fase de desarrollo y que está madurando su sistema motor y su propio organismo.

Tras la etapa de bebés, llega la guardería, la escuela y seguimos comparando, Fulanito tiene mucha habilidad para el baile, y Menganita para el cante, uy pues mi Julito es un máquina modelando con barro, y Pepito marca unos golazos que ni Mezzi a su edad…

Y poco a poco comenzamos a construir una realidad sobre esa nueva persona sin darnos cuenta porque lo mismo ocurrió con nosotros, y con nuestros padres y abuelos. Existe esa línea invisible que si la cruzas eres un triunfador pero si no llegas eres un pobre fracasado, y así nos encontramos con tantas personas frustradas que sienten que no han logrado nada en la vida.

Yo misma, la que os escribe he tenido durante mucho tiempo esa sensación, la sensación de no tener nada de lo que sentirme orgullosa, o la sensación de que a mis años sigo siendo un auténtico desastre.

Pero entonces y gracias a internet, que por mucho que lo critiquemos también ha aportado grandes cosas, leo un cartelito que alguien comparte en redes: “Si valoras a un pez por su capacidad para trepar a un árbol pensarás que es un inútil, pero obsérvale por su capacidad para nadar y respirar debajo del agua, ¿sería el mono capaz de nadar y respirar bajo el agua como el pez?

Entonces caes en la cuenta de que en la vida no todo es blanco ni negro, sino que entre el blanco que es la mezcla de todos los colores, o el negro que es la ausencia de color, hay una gran variedad de grises, y por qué no de colores, amarillos, naranjas, ocres, rojos, rosas, morados, verdes grises, malvas que a su vez se descomponen y se funden para dar lugar a otros colores como el azul azafata, el verde cacería, el rosa higo o el marrón chocolate.

Y ante esa grandeza empiezas a observar que cualquier persona por pequeña y débil que pueda parecernos tiene algo que la hace única y la hace distinta a todas las demás y que en cualquier momento de tu vida puede llegar a darte una gran lección, solo es cuestión de estar en actitud de escucha activa.

Así que de nuevo vuelves a pensar en el título de este post, ¿triunfo o victoria? Pues yo creo que las dos cosas, creo que todos tenemos áreas en las que triunfamos e incluso nos salimos y áreas en las que necesitamos mejorar, y cuánto antes aceptemos eso, menos dramático será para nuestro yo interior aceptar el fracaso cuando llega o asumir el éxito como el resultado de un trabajo bien hecho desde la humildad sin que se nos suba a la cabeza.

Por eso, cuando llegan los momentos bajos, quizás como los que yo he pasado en estos últimos meses, viene genial pararte, dejar de mirar hacia ti misma para lamentarte de lo desgraciada que eres y pensar en esos momentos en los que saboreaste el éxito, en la que lograste el objetivo o llegaste a la meta. ¿Qué te hizo lograrlo entonces y ahora no? ¿Qué actitud tenías cuando enfrentaste esa situación y cuál es la que tienes ahora? ¿Qué habilidades utilizaste en aquel momento, son las mismas que necesitas para esta nueva prueba que la vida te pone por delante?

Y es que muchas veces las respuestas están en nosotros mismos, y lo único que necesitamos es escuchar a nuestro yo interior, tomar aire, aminorar la marcha, reorganizar y volver al campo de juego.

¿Estás de acuerdo?