Para Julián (Ricardo Darín) el ocaso de la existencia es ya un hecho. Padece un devastador cáncer terminal y ha decidido que ha llegado la hora de dejar el tratamiento, pues esta solo es una forma de prolongar su agonía. Prefiere despedirse en paz con el mundo y dedicar sus últimas semanas a dejar arreglados sus asuntos. Hasta Madrid, su ciudad de residencia, viaja desde Canadá Tomás (Javier Cámara), su mejor amigo, para tratar de convencerle de que se aferre hasta al final a la esperanza y que siga con la radioterapia. Pronto se dará cuenta de que sus (tímidos) esfuerzos son inútiles y comprenderá la posición de Julián, porque estando a su lado puede asomarse al abismo de su sufrimiento, de la extrañeza y locura que es saber que dentro de poco uno estará ausente. Seguramente, como el personaje, uno situará sus últimas esperanzas en sueños de no extinción de su ser después de la muerte. Julián compra un significativo volumen de Elisabeth Kluber-Ross, Sobre la muerte y los moribundos y lo lee en sus horas de insomnio, esperando encontrar una respuesta que, en el fondo, sabe que solo va a hallar cuando llegue ese momento tan temido.
Truman plantea de forma magistral dos temas importantes: la muerte y la amistad. Para muchos Julián se ha vuelto una especie de apestado, alguien a evitar, pues su rostro demacrado recuerda a los demás que la enfermedad o la desgracia pueden tocarle a cualquiera. Además, muchos no saben qué decirle. Las palabras de consuelo son inútiles, simplemente porque para la mayoría la muerte no existe. Encontrarnos con alguien que está padeciendo su cuenta atrás es casi como ver a un fantasma, alguien que se encuentra al borde de la no-existencia. Compadecerlo es demasiado fácil. El único ser que puede hacerle compañía es su mejor amigo, que tendrá paciencia para escucharle y vivirá con él sus momentos de rabia, lágrimas, frustraciones y pequeñas alegrías. Julián está en una situación en la que debe actuar, no puede dejar lo eternamente aplazado para más adelante. Como dice Ricardo Darín, un actor que interpreta su papel con una naturalidad pasmosa, en una entrevista concedida al diario 20 minutos:
"Cesc ha utilizado como disparador el tema de la muerte pero creo que lo que quiso hacer fue desparramar temas como la forma en la que nos relacionamos con los demás o qué espacio le otorgamos a los que decimos amar. Muchas veces con los que amamos, precisamente porque hay una corriente grande de afecto, lo vamos dejando todo para más adelante. Siento que a veces vivimos la vida como si fuéramos a vivir cuatrocientos años. Es raro eso"
Y por supuesto, también está Truman, el perro que da título a la película. Truman es el ser más inocente del reparto y la vez, seguramente, el que mejor comprende la situación, el que se solidariza más profundamente con su amo, porque su instinto le dice que algo ha cambiado en la profunda relación que mantiene con él desde hace años. Truman comienza siendo un problema, ¿qué será de él cuando Julián fallezca?, pero quizá el perro, con su mirada sabia, tenga la solución para perpetuar la esencia de la amistad con Tomás. No se pierdan la película de Cesc Gay, un estupendo ejemplo de cómo el cine puede hablar de sentimientos, de relaciones humanas sin caer en la sensiblería.