Para empezar, las primeras medidas adoptadas por el magnate inmobiliario contra los inmigrantes procedentes de determinados países musulmanes, firmadas con toda la pompa y boato propios de un monarca coronado más que de un presidente republicano, fueron inmediatamente paralizadas por los tribunales de Justicia. “La primera, en la frente”, según expresión coloquial que señala un mal comienzo. Porque una cosa es predicar en campaña electoral y otra dar trigo desde el sillón presidencial con arreglo a la Constitución. Susmediáticos y peliculeros vetos migratorios han quedado, de momento, en papel mojado. Y por dos veces. ¿No tiene, acaso, el presidente Trump asesores jurídicos que revisen sus iniciativas antes de hacer el ridículo tan ostensiblemente? Quizá todo sea debido a que sólo se deja aconsejar por su yerno Jared Kushner, su hija Ivanka Trump y su propagandista ultraderechista Steve Bannon, ninguno de los cuales es un reputado experto en leyes o abogado. Y se nota un montón.
De igual modo, el muro que prometió construir a lo largo de la frontera con México, para proteger a Estados Unidos de la plaga de inmigrantes ilegales procedentes de aquel país que sólo traen consigo drogas, robos y violaciones, sigue sin ver ni un solo ladrillo ni alambrada de espinos que impermeabilicen todo el pasillo fronterizo, ya que aún no ha conseguido los fondos con que financiarlo. Y eso que en campaña pregonaba, el entonces candidato Trump, que su coste sería endosado al Gobierno mexicano por no impedir eficazmente ese tráfico de personas hacia el poderoso vecino del Norte. Ni México va a pagar un peso ni Washington parece dispuesto a adelantar los dólares necesarios para erigir tamaña monstruosidad inútil, sólo viable en la mente maniática y obsesionada del que piensa que todos los males que sufre su país provienen del exterior, de los “otros”, sean musulmanes o mexicanos, salvo la única excepción de Melania Trump, tercera esposa del 45º presidente, un delicado jarrón sumamente decorativo de origen esloveno, nacionalizada estadounidense hace sólo once años, pero incapaz de pronunciar un discurso sin plagiar párrafos enteros de su antecesora en el cargo de primera dama. Otro ridículo que inspira a los monologuistas latinos y yanquis; con el muro, no sobre la bella exmodelo.
Y es que Trump cree que gobernar un país es como dirigir una empresa. Busca ganancias a cualquier precio, aunque hipotequen el futuro, bajo el eslogan de “America, lo primero”. Los acuerdos económicos que no supongan ventajas inmediatas para Estados Unidos son vistos como un mal negocio aunque persigan un equilibrio comercial en las relaciones internacionales. Por ello, otra iniciativa ridícula de Donald Trump ha sido la de retirar a su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado que pretendía configurar el mayor bloque económico del mundo y que había sido refrendado por doce países que representan, en su conjunto, el 40 por ciento de la economía mundial y un tercio de todo el flujo comercial internacional. El aislacionismo proteccionista que persigue Trump, sin medidas de reciprocidad, puede resultar beneficioso en el corto plazo al egoísmo que denota el“América, first”, pero no cabe duda de que será perjudicial a largo plazo, en cuanto el resto del comercio mundial también implante aranceles a sus productos. Es imposible ocultar, una vez más, lo ridículas que resultan las iniciativas de este mandatario sin miras ni ideas propias y que se limita a seguir las consignas que le dictan sus áulicos palmeros ultranacionalistas.
El amargor de su presidencia ya se detectaba desde el inicio del mandato de Donald Trump, cuando se produjo la dimisión del exgeneral Michael Flynn, recién nombrado asesor de Seguridad Nacional, al conocerse que había mantenido contactos con el embajador ruso en Washington poco antes de la toma en posesión del nuevo Gobierno estadounidense. Esa estrecha conexión con Moscú sigue costándole a Trump verdaderos dolores de cabeza, pues está demostrado que el pirateo moscovita al correo privado de su máxima contrincante durante la campaña electoral, Hillary Clinton, favoreció sobremanera su acceso a la presidencia. Una investigación que todavía está en marcha.
En definitiva, los primeros cien días en la Casa Blanca de Donald Trump no pueden ser más bochornosos por el ridículo que ponen de manifiesto. Con todo, la cosa puede ir a peor si sigue con esa dinámica de impulsar iniciativas a golpe de ocurrencias, jaleadas por su equipo familiar y de amigos ricos que lo rodean. La última de ellas, la rebaja de impuestos para las empresas y la reducción de tramos para los trabajadores, supone un ahorro extraordinario para las grandes fortunas y las grandes empresas, como las que representa el propio Trump, quien se niega a revelar su declaración de renta, pero un motivo de alarma para los ingresos del Estado y la consiguiente financiación de los servicios que ha de prestar a los ciudadanos. Sigue la senda de lo denunciado por Karl Polanyi, un autor que seguro no ha leído, de subordinar lo social a lo económico y potenciar lo mercantil. Lo dicho, los primeros cien días de Trump son un puro ridículo, desgraciadamente.