El primer año de Trump es, sin duda alguna, una calamidad para las pretensiones del ínclito presidente. Ninguna de sus grandes medidas, aquellas iniciativas estrellas con las que consiguió atraer el voto de los desengañados por una modernidad (tecnológica, industrial, comercial y cultural) que los dejaba tirados en la orilla, ha podido materializarse como estaba previsto, ni siquiera contando a su favor con mayoría republicana, el partido al que pertenece el propio Trump, en las dos Cámaras legislativas y en la Judicatura. Cadavez que intentaba implementar una de ellas, tropezaba con unos jueces que se la paralizaban o con sus correligionarios congresistas que la consideraban insuficiente o mal elaborada. Demostraba, de este modo, una mediocridad e inexperiencia que resultaban patéticas frente a los procedimientos legislativos y los acuerdos parlamentarios que no se pueden soslayar, confiando sólo en la simple voluntad, si se pretende que las iniciativas presidenciales puedan prosperar y beneficiar a la mayoría de los ciudadanos, no agradar sólo a los votantes más identificados con el presidente. Es por ello que del incumplimiento de sus principales promesas sólo puede concluirse que el vacío ha sido el resultado de este primer año de la “era” Trump, un vacío tan absoluto y preocupante como su inteligencia política o el contenido de sus mensajes y discursos, construidos a base de lugares comunes, eslóganes y propaganda.
Tampoco sirve para nada la criminalización del extranjero, en este caso musulmán, como sospechoso de terrorismo, tal como hacen desde el miedo los ignorantes y los simplistas. Donald Trump, pecando de lo mismo, también ha intentado, durante este año escaso de su mandato, vetar varias veces la entrada a EE UU de determinados nacionales de países que profesan la religión islámica, pero la Justiciale anulaba la medida por discriminatoria. Finalmente, logró elaborar una norma, acorde con las órdenes del Tribunal Supremo, que prohíbe durante 90 días la entrada de extranjeros procedentes de Siria, Irán, Sudán, Libia, Somalia, Yemen e Irak, convencido de que, como pretende con el muro con México, aislarse es la mejor defensa contra los peligros del exterior, aunque ello suponga tratar a todos los turistas de esos países como sospechosos de terrorismo islámico radical. La medida podría mantenerse más tiempo con aquellos países que no entreguen la información requerida por los servicios de control de EE UU. Sin embargo, llama la atención que entre los países vetados no figure Arabia Saudí, de donde procedieron 15 de los 19 terroristas que atentaron contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001 (el mayor atentado terrorista producido nunca en suelo norteamericano), ni los Emiratos Árabes Unidos y Egipto, de donde procedían los restantes. Se desprende con ello que la arbitrariedad y los prejuicios obsesivos vuelven a caracterizar las iniciativas de un presidente que no sabe afrontar los desafíos a los que se enfrenta su país más que con ocurrencias estrambóticas. Por ello, como ejemplo de una gestión calamitosa, este veto migratorio significa sólo un triunfo parcial de Donald Trump, puesto que está condicionado por el Tribunal Supremo a que la prohibición no se imponga a “nacionales extranjeros que declaren una relación de buena fe con alguna persona o entidad en los EE UU”.Y es que no todo el mundo puede ser sospechoso de terrorista, por mucho que así lo crea el presidente norteamericano.
El procedimiento empleado para empezar a desmontar el Obamacare es el mismo con el que Donald Trump truncó con anterioridad el sueño de los “dreamers”, jóvenes indocumentados que entraron con sus padres ilegalmente en el país cuando eran niños, y que podían impedir la deportación, obtener un permiso temporal de trabajo y hasta licencias para conducir si reunían los requisitos exigidos por el programa DACA, promulgado por Obama en 2012. Mala cosa. Como con las demás medidas del legado del exmandatario demócrata, Trump había prometido acabar también con ella porque la consideraba compasiva y excesivamente generosa con los inmigrantes, a los que tiene ojeriza. Afecta a cerca de 800.000 personas que, cuando no puedan renovar sus autorizaciones, dejarán de ser “soñadores” para convertirse en “ilegales”, si el Congreso no elabora una ley que sustituya la de Obama y regularice la situación de estos “dreamers” que no tienen culpa de residir en el país al que los condujeron sus padres y que muchos de ellos consideran su patria, puesto que no han conocido otra. Otro motivo más para considerar calamitoso el año Trump.
Su pragmatismo empresarial le lleva a decidir que, ante la posibilidad de negocio y rentabilidad para la economía de EE UU, es preferible abandonar el Acuerdo de París contra el cambio climático y seguir contaminando la atmósfera con el humo de las industrias norteamericanas sin restricción, o permitir la construcción de un oleoducto desde Alaska a EE UU aunque atraviese bosques y espacios de especial protección natural, sin estar sujetos a medidas que eviten el impacto.ambiental y los peligros contaminantes en caso de fugas. Está convencido que las medidas ecológicas, como ese acuerdo, son debilitantes, desventajosas e injustas para los intereses nacionales de EE UU, según su parecer economicista radical.