“En mi principio está mi fin. Una tras otra,
las casas se levantan y caen, se derrumban, se amplían,
son repuestas, derruidas, restauradas, o en su lugar
se extiende un descampado, o una fábrica, o una circunvalación.
Viejas piedras en nuevos edificios, vieja leña en nuevas hogueras,
nuevas hogueras en ceniza, y ceniza en la tierra
que ya es carne, pellejo y heces,
huesos humanos y animales, tallos de trigo y hojas.
Las casas viven, mueren: existe un tiempo para edificar
y otro para la vida y la generación,
y otro para que el aire rompa el vidrio desportillado
y sacuda las tablas donde corretea el ratón de campo
y el raído tapiz que exhibe su callado lema.
En mi principio está mi fin. Ahora cae la luz
a lo largo del descampado, desertando la senda
acechada de ramas, en la penumbra de la tarde,
donde el talud te acoge al paso de la furgoneta,
y la senda persiste en dirección
al pueblo, hipnotizada en el calor
vibrante. En la calina, la piedra gris absorbe,
no refracta, la luz encandecida.”
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