Tu efectividad necesita recuperar la atención

Publicado el 12 diciembre 2016 por Ajmasia @ajmasia

Existe una creencia generalizada de que la atención tan sólo ha de estar al servicio de actividades concretas, como las ejecutivas o las relacionadas con la resolución de problemas.

Sin embargo, la ciencia cognitiva ha venido a poner de manifiesto las bondades de una mente moviéndose a su propio aire, es decir, una mente errante.

Según afirma Daniel Goleman, la mente errante es el estado por defecto de nuestro cerebro. Se trata del sistema que opera cuando no estamos inmersos en ninguna actividad cognitiva concreta, activándose de forma espontánea.

Pruebas realizadas con escáner cerebral han puesto de manifiesto que cuando nuestra mente divaga, se activan dos grandes regiones de nuestro cerebro. Una de ellas asociada precisamente a la mente a la deriva, y otra relacionada con la función ejecutiva de la corteza prefrontal. Esto explica el porqué cuando divagamos mientras estamos enfocados en la ejecución de algo, nuestro foco se dispersa.

Las investigaciones que se han realizado sobre la mente errante revelan que se produce una paradoja curiosa, y es que resulta imposible instruir a alguien para que tenga pensamientos espontáneos, es decir, para que consiga que su mente divague a voluntad. En este sentido, si queremos evitar la pérdida de foco, deberemos cazar estos pensamientos al vuelo para ocuparnos de ellos en otro momento.

Divagar tiene una fuerte connotación negativa, aunque afortunadamente no siempre es así. La mente errante tiene la capacidad de generar creatividad. Como comenta Daniel Golman, " cuando nuestra mente divaga, mejora nuestra capacidad en cuestioones que dependen del destello de la intuición, desde ingeniosos juegos de palabras hasta invenciones y pensamientos originales ". Entre otras funciones positivas de la mente errante están la de proporcionar descanso a los circuitos que se ocupan de gestionar la intensidad de nuestro foco.

La probabilidad de que pensemos en algo distinto a lo que estamos haciendo es de aproximadamente del 50%. Esta probabilidad varía en función del tipo de actividad que llevemos a cabo. Según unas encuestas realizadas al azar entre miles de personas, las actividades que más aumentaban la atención eran el ejercicio físico y la actividad sexual. Por el contrario, las modalidades más errantes de la mente se producían con mayor frecuencia durante la jornada de trabajo o durante los desplazamientos en dichas jornadas. ¿Cuestión de motivación?

Las personas tienden normalmente al desánimo cuando entran en este estado. Esto se debe fundamentalmente a que cuando divagamos, tendemos a centrarnos, como decía William James, en el "yo", es decir, en todas las cosas que tenemos que hacer, en nuestros errores y, en general, en nuestras preocupaciones. Recuerda que las distracciones están en tu mente.

Estas situaciones, además de la incorrecta gestión de los sobre-estímulos de nuestro tiempo, nos conducen inevitablemente a una fatiga de nuestra atención, acompañada normalmente de una gran dosis de estrés autogenerado.

Cuando se desarrolla el hábito de prestar atención plena a nuestros sentidos, nuestro cerebro es capaz de frenar nuestro diálogo interior. Escáneres digitales realizados mientras se practicaba meditación han puesto de relieve la capacidad de atenuar los circuitos cerebrales en los que se asienta el diálogo intrapersonal. De hecho, cuando fluimos, es decir, cuando estamos realmente conectados con lo que estamos haciendo, nuestros sentidos están 100% al servicio de lo que estamos haciendo. Como veremos más adelante, durante esta serie, para poder fluir hacen falta que se den una serie de circunstancias.

El antídoto para la fatiga de la atención es el mismo que para la fatiga física. Sencillamente descansar. Pero, ¿cómo descansa un músculo mental?

Según Stephen Kaplan, psicólogo de la Universidad de Michigan, la clave está en pasar de desarrollar actividades cognitivas, propias del sistema descendente (actividad cognitiva), a actividades más pasivas, propias del sistema ascendente (actividades emocionales), dentro de un ámbito tranquilo, y si es posible en el ámbito de la naturaleza.

La teoría de la recuperación de la atención de Stephen Kaplan propone que la recuperación ocurre cuando pasamos de una atención esforzada, en la que la mente tiene que estar constantemente tratando de eliminar distracciones, a dejarnos llevar por cualquier cosa que esté ocurriendo en el presente. La recuperación se produce cuando somos capaces de alternar entre distintos estados emocionales opuestos y complementarios, que además han de darse en las distintas facetas de nuestra vida.

La clave para ello está en las experiencias de inmersión total de nuestra atención, tanto en forma descendente (actividad cognitiva), como ascendente (actividades emocionales), conectadas y desconectadas totalmente. Cada uno de nosotros hemos de encontrar cuáles son esas actividades que nos permiten recuperar nuestra atención, al igual que recuperar nuestra energía física.

El primer paso para poder recuperar nuestra atención es aprender a optimizar nuestra capacidad de atención. Para ello tendremos que desarrollar los hábitos necesarios para evitar dar cancha a las distracciones y mantener nuestro nivel de enfoque. En este sentido, metodologías como GTD® u OPTIMA3® nos proporcionan hábitos como el de capturar o registrar.

El segundo paso será desarrollar el hábito de alternar periodos de actividad con períodos de descanso, en los que nuestra atención fluya en el presente para que nuestra capacidad de atención se pueda regenerar. Estos hábitos nos permitirán vivir lo que Mihaly Csikszentmihalyi denominó, experiencias óptimas. Así es que ya sabes, t u efectividad necesita recuperar la atención