Sostenía la estilográfica por la punta con lo que la tinta se apresuro a ensuciar sus dedos de manera infantil, Jorge estuvo tentado a sanear su error, pero al momento se dio cuenta que para ella no existía, la forma de coger la pluma reflejaba su manera natural de tocarlo todo, de sentirlo todo. La impune sensualidad del momento solo daba cabida al silencio y la expectación. La había conocido hacia unos días en el Metropolitan, no recordaba exactamente quien dijo la primera palabra, de lo que si estaba seguro es que su frescura lo atrapo de al instante, tanto que no quiso que la magia se quedara atrapada en el recuerdo de un momento. Ella, le había informado que estaba en Jersey y él le prometió llamarla a su regreso de Canadá, ahora se arrepentía de haber concretado las fechas de su estadia en Montreal, su hermano ya habría hecho planes para los dos.Estaba a las puertas de otro museo, ahora era el de historia natural, por un momento me vi siendo el berrinchoso de Holden. Sí, el personaje del Guardián entre el centeno, pensé en comentarle lo estupidas que me parecían las letras de Salinger, pero sospechaba que ella tal vez lo admiraría, parecía admirar a todos los clásicos, pero con la sinceridad de haberlos sentido. ¿Cuanto habría leído? preferí obviar la respuesta, me molestaría reconocer que más que yo, entierro la ocurrencia y encendió otro cigarro, aunque al rato escupo al suelo y pienso en voz alta -estupido engreído-. –¿Quién? me interrogo, sin que hubiera tenido la oportunidad de percatarme de su llegada. No pude reprimir mis palabras ni la irónica sonrisa que la acompañaron: -El único canon que vale la pena seguir es el que dicta tu propio corazón-, mis palabras sonaron ajenas, ridículamente cursis, por suerte ella las tomo como las divagaciones sin sentido que deberían tener todos los escritores publicados. –Pues entonces tendrás que escribirme un canon que me indique el camino real-, así fue como en una librería de viejo, en la zona alta de Central Park, deje brotar todo mi hedonismo mientras ella callaba escuchando hablar de escritores y novelas ya leídas. Pero no fue todo, compartimos poemas, arañamos confidencias, puede ser que hasta nos hiciéramos promesas o al menos quisimos hacerlas. No medimos el tiempo y nos atrapo la noche entre frases ajenas, las mismas que no consiguieron saciar la sed de lo que callábamos. Dejamos rápido testimonio en las servilletas de bares, como si esa prosa fácil pudiera sobrevivir al peso infranqueable del olvido. La prosa la olvide, pero mi retina aun sostiene la inclemente manera en que friccionabas el papel, dejando poco espacio a la incertidumbre del sentido de tus pensamientos envueltos de raza. Pero tu blog se convirtió en la ventana a tu mundo, y pude ver como el galope de tus letras se comió tus días y engullo tus noches, atrapada por la prosa de los grandes, se te hincharon las venas de una dialéctica que acabo en grito. Quise dejar de mirar, pero siempre volvía, por más que te empeñaste en alejarme.Entre tanto indio se percudió tu prosa, te perdí con tus verdades absolutas, te creíste cóndor, te viste jaguar, te volviste tierra, te alocaste, demasiado autentica. Imposible seguirte para un hombre tan liviano, abocado al momento. Si habitantes de dos mundos, el mío es tan insustancial que desaparece entre las letras que alimentan mis sueños, mientras las tuyas se convierten en raíces que sujetan tus sueños a la tierra, pero tu infinita sed te hace acechar la luna con la intención de susurrarle las lisuras que calientan al sol.Te empapaste tanto de la vida, que acabe tiritando yo, pero torpemente volvía a la humedad de tus letras. Con el tiempo me devolviste el susurro sosegado de tu veneno. Sí, volviste de tu viaje, ahora te reconozco, en tus palabras respiro tu aroma, el carácter de tu olor irrumpe ante la ambigüedad del propio, yo sigo insustancial, liviano, la tinta de mis letras resbalan sobre el papel sin el peso de un mensaje, solo la huella del sentimiento las acompaña.A Carla Badillo