Tu padre y la muerte

Publicado el 21 mayo 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Cuando tu padre se muere, te das cuenta de que era idiota, como tú. Que cometió errores, igual que tú estás cometiéndolos, y que Roland Barthes (entre otros) se equivocó.

Adviertes que la petite mort no surge tras un buen polvete, sino cuando descubres que tú eres como él: mortal, incompleto, inseguro e imbécil. Y, en retrospectiva, recuerdas esa caída de la imagen de dios, que jamás podrás perdonar.

No porque no lo entiendas —lo haces—, ni porque no sepas, con toda seguridad, que no podía haber hecho o dicho otra cosa —lo sabes—, sino porque, aun así, sigue siendo superior a uno mismo.

Quizá por eso empecé a escribir (y, mucho antes, a leer). Como un modo a través del que buscar otras formas de comunicación, una conexión distinta, pero funcional, una nueva vía ante un problema que se me antojaba imposible de superar.

Y eso tampoco resultó.

Al final, aprendí que no importa si el error proviene de uno, del otro, o alcanza a ambos; sigue ahí. Y lo que más me sorprendió —idiota de mí— es que se mantuvo enquistado tras el cemento y la losa. Con un eterno tarde para hacer las cosas que siempre le acompañaba, y sensaciones de ingenuidad sobre cómo algo podía cambiar, a través del recuerdo, de la letra o de la tecla que suspiraba agotada al alba.

Después, terminas por perdonarte. (No lo haces.) ¿Qué más da? Puedes intentar tragarte un “si hubiera más tiempo…”, o un “si las cosas hubiesen sido distintas”, e incluso aquel “si la situación fuese otra”, pero las cosas son como son, y fueron de la única forma que podían haber sido. Ahí encuentras algo de paz, y dejas de flagelarte para hacer de la fusta otra parte de ti.