Me gusta pensar en tu sonrisa enfrente de mis labios. Me gusta pensar que sientes mi boca aún antes de tocarte, y que al pensarlo un pequeño temblor recorre alguna parte de tu cuerpo. Yo pienso en bordar tus labios con mis besos. Tu piensas en caminos. Los que tu piel hará para mis dedos. Durante un momento, ambos economistas nos hacemos. No hay otra cosa en el aire que leyes de la oferta y la demanda. Yo te ofrezco leves, largas, lentas caricias. Tu demandas una red de cercanías de mis dedos con las estaciones marcadas a besos en tu cuerpo. Yo saco al mercado movimientos de mis manos buscando el superávit de mis deseos, y y tu rebajas ostensiblemente el precio de tus besos. Jugamos a comprar y vender, ganando siempre.
Me gusta pensar en tu sonrisa enfrente de mis labios. Me gusta repetirme la frase mentalmente, mientras tu intentas averiguar porque te sigue mi mirada. Te escondes un poco, como de primera vez. Y yo sonrío. Jugamos a ser desconocidos. A que no sabemos lo que hay detrás de la esquina que giramos al colocar nuestros cuerpos para tocarnos levemente. Hablamos del tiempo, pero estamos pendientes de cualquier movimiento. Un dedo se aventura, hay borrasca en Cantabria. Acercas la pierna, quizás el jueves llueva. Piesno que quiero besarte mientras discutimos si salir con chaqueta, que hace frío.
Me gusta pensar en tu sonrisa enfrente de mis labios. También en la sonrisa de tus ojos. Los abres como quien abre la ventana una mañana en agosto. O en tu otra sonrisa, la que besan mis dedos, tocan mis labios, cubre mi cuerpo. La que muestras tendida y sueño despierto. La que me pide que vaya, a la que voy urgente. La que me llama a gritos, la que contesto en deseo. La que se abre, la que completo. La que finaliza todo, esa sonrisa.
Me gusta pensar en tu sonrisa enfrente de mis labios. Pero me gusta mucho más vivir contigo para poder pensarlo.
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