Son muchas horas en la cama; un tercio de la vida la pasamos entre las sábanas. Tiempo más que suficiente como para que el asunto del dormir sea uno de los más importantes de nuestra vida.
Dormir es necesario. Quienes trasnochan, los que se desvelan, los insomnes... a la larga acaban pagando por esas horas hurtadas al sueño. Personalmente, después de una mala noche, tengo un humor de perros y los demás acaban pagando el pato también por mi irritación.
Los que tenemos algún problema que nos impide dormir (y en mi caso son unos irritantes acúfenos) hemos aprendido a relajarnos, a obviar el problema y desconectar para poder aprovecharnos del reparador efecto del sueño. Pero, a veces, surgen otros problemas.
Dormir en pareja supone un importante ejercicio de tolerancia. Hablaré de una pareja que conozco bien, de la que formamos parte mi mujer y yo. tras más de un cuarto de siglo durmiendo juntos hemos consolidado las rutinas dedicadas al reino de Orfeo.
En primer lugar nuestro particular lado de la cama. Yo, cediendo turno a su elección, me ha acostumbrado al lado derecho y así lo mantengo siempre en casa, pero también durante las visitas, en los hoteles... Algo falla, algo nos desasosiega, si por alguna razón cambiamos de lugar. Al día siguiente recomponemos la posición.
Después está la postura; en mi caso suele ser estirada (la postura fetal, tan solo cuando hace mucho frío). El decúbito prono suele ser la postura inicial al acostarme: es la posición de los últimos pensamientos de la vigilia y permite un cierto estado de alerta. Cuando la llamada del sueño se hace más profunda adopto una postura lateral. Acostado sobre mi izquierda obtengo sueños más placenteros. La derecha, que termino adoptando a veces para aliviar el calor en la mejilla apoyada en la almohada, ofrece sueños más extraños y perturbadores. En ocasiones, en los días de calor sofocante, me tiendo en decúbito prono, arrojando la almohada al suelo; posición placentera pero que acaba produciendo dolores de cuello al cabo de 15 minutos, por lo que hay que girar de lado la cabeza frecuentemente interrumpiendo el sueño. Mientras alterno entre mis posturas favoritas hay que contar con los solapamientos de tu compañera de cama que en mi caso abarcan un amplio repertorio de invasiones con brazos y piernas que se superponen, empujan, golpean, abrazan... todo con movimientos impulsivos y repentinos. A veces dormir seguido se hace imposible. Una de sus posturas favoritas es con los brazos extendidos a la altura de los hombros y doblados por los codos. Los codazos en la cara forman parte de las caricias nocturnas que me dedica.
En tercer lugar está la posición de los brazos. Yo tengo la costumbre, desde muy pequeño, de dormir arropado, con los hombros bien cubiertos por el embozo bien ajustado a mi cuello. Es el hábito adquirido tras largo aprendizaje en fríos dormitorios donde las tortícolis eran frecuentes. Para no destaparme aprendí también a girar sobre mi eje al cambiar de postura en vez de rodar por la cama, con lo que las sábanas ni se movían. Mi mujer no aprendió estas útiles técnicas autoprotectoras y rueda ampliamente sobre el lecho arrastrando consigo sábanas y mantas, sobre todo cuando, por el frío, las sujeta firmemente por el embozo. Este deslizamiento de la ropa hace que ella quede literalmente rebozada y yo parcialmente al descubierto. Pero mi Charo, además, gusta de sacar los brazos por encima de la ropa y es entonces, al girarse, cuando arrastra más de un metro del ajustado ropaje dejándome totalmente expuesto a la intemperie.
Un día durante una comida, tratando de explicar esto gráficamente, se me ocurrió recurrir a los cubiertos y la servilleta. Le dije: - Charo: té eres tenedor y yo cuchara.Y arropando cada uno de ellos con una servilleta de papel a la manera de dormir de cada cual, giré ambos utensilios provocando con el tenedor un espectacular retorcimiento de la servilleta. No fueron precisas más explicaciones.
Otros enemigos varios luchan contra nuestro sueño: desde gases inoportunos, odiados despertadores, ruidos intempestivos, trajín de familiares desvelados, preocupaciones ineludibles, turbadores disgustos...
Y yo me hago cruces porque ahora llegan los problemas de próstata, el sueño entrevelado, los ronquidos... y suspiro por recuperar aquel sueño de niños, ese en el que soñábamos largamente con blandas nubes y angelitos blancos.