“La carne es pecado, sólo el espíritu cuenta”; esto dicen Los Papalagi, por esta razón llevan el cuerpo enteramente cubierto de taparrabos, esteras y envuelven sus pies en pellejos ajustados y pesados. Es común que los taparrabos de las hembras sean más coloridos, atractivos y finos que los de los machos. La mujer tiene muchas ropas de todos los colores y formas, la mayoría de sus pensamientos están dedicados a la elección de qué taparrabos llevar y cuando. El hombre sólo tiene un traje de fiesta y rara vez habla sobre él. Haciendo todo esto, el cuerpo de Los Papalagi se vuelve de un blanco pálido y carece del color de la alegría. No disfrutan de la vista que les ofrece una doncella esbelta con los miembros brillando al sol. Los Papalagi tienen que cubrirse tanto para esconder su vergüenza por estar locos, ciegos y no sentir los verdaderos placeres de la vida; porque no hay mayor locura que considerar la carne como un pecado.
Cada Papalagi dedica la mayor parte de su tiempo a una profesión. Todo lo que hacen con sus manos o con sus cabezas lo convierten en una profesión. Tener una profesión significa hacer siempre la misma cosa sin obtener ningún placer de ese trabajo, porque su trabajo se come toda la alegría y porque nunca hacen nada por su propio gusto. La profesión también es un espíritu maligno que destruye la vida, un espíritu maligno que murmura promesas dulces a los oídos de la gente a la vez que les chupa la energía de sus cuerpos; están cansados, encorvados y grises, les mata toda luz. Muchos trabajos de su profesión consisten en tallar e inventar cosas. De repente todo el mundo quiere tener tal cosa; la ponen frente a ellos, la adoran y la cantan elegías en su lenguaje. Parece que vivieran sólo para obtener cosas. Coleccionan cosas como un loco colecciona hojas muertas y llenan su cabaña con ellas hasta que todo espacio libre queda ocupado. Esta es la razón porque la tierra se ha vuelto tan triste. Es signo de gran pobreza que para vivir, alguien necesite de muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de los elementos importantes del Gran Espíritu. El sueño del Papalagi nunca es tranquilo, siempre tiene que estar alerta, constantemente, para que las cosas que amasa durante el día, no le sean robadas por la noche. Jamás hallan el verdadero reposo: esa cabaña donde sólo hay una estera para dormir y un envuelvecama, y donde nada te turba salvo la suave brisa del mar.
El misionero dijo: “Dios es amor”, esta es la razón por la que el hombre blanco reza al Gran Espíritu, pero el misionero nos ha mentido. Sé que el Gran Dios nos ama más de lo que los ama a ellos, que nos llaman salvajes, palabra que evoca imágenes de animales con colmillos, carentes de alma. No se entiende donde radica el mérito de la cultura que ellos llaman civilizada, que alinea a su propia gente y les hace falsos, artificiales y depravados. Debemos estar agradecidos por no conocer los pecados y horrores de Los Papalagi.