Tumba de imperios (1)

Por Tiburciosamsa

En el mundo anglosajón hay un estilo de ensayos que se ha vuelto muy habitual. Son libros que conjugan anécdotas vividas por el propio autor con algunas ideas interesadas sobre el tema que tratan. Hasta ahí bien. Lo malo es que se pretenden estudios en profundidad cuando no pasan de ser crónicas periodísticas largas. Se leen con facilidad e informan realmente al que no supiera nada sobre el tema, pero el que ya sabía algo acaba chasqueando los dedos, “mecachis, ya me la han vuelto a meter”.

Uno de estos libros es “In the graveyard of empires. America’s war in Afghanistan” por Seth G. Jones. Jones tiene un curriculum impresionante: ha trabajado para la RAND Corporation, ha sido representante del Mando de Operaciones Especiales de EEUU, asistente al Secretario de Defensa para Operaciones Especiales, asesor de las Fuerzas de Operaciones Especiales en Afghanistán. Está especializado en contrainsurgencia y contraterrorismo con un interés especial en Afghanistán, Pakistán y al-Qaeda. En fin que con unas credenciales tan impresionantes ya se podía haber currado el libro un poco más.

El libro se centra esencialmente en la evolución de la insurgencia afghana y los errores occidentales (como buen norteamericano pone el ventilador en marcha para que la mierda también salpique a los aliados), que hicieron que la situación prometedora que el éxito de la invasión norteamericana de 2001 había provocado, terminase desembocando en el caos actual (el libro se detiene a mediados de 2010).

Aunque la invasión fue un gran éxito y derribó al gobierno talibán, Jones muestra que ya entonces se cometió una serie de errores garrafales. Por mencionar algunos: hubo tanta obcecación con machacar a al-Qaeda, que no se prestó la debida atención al aplastamiento de los talibanes. Lo que yo llamé una vez querer que la guerra les saliera por dos euros. El resultado es que se les dejó escapar con demasiada facilidad; la negativa norteamericana, impulsada sobre todo desde el Departamento de Defensa y el Pentágono en contra del parecer del Departamento de Estado, a involucrarse en un proceso de reconstrucción del país; un corolario de lo anterior fue la negativa a desplegar tropas fuera de Kabul, lo que facilitaría posteriormente el retorno de los talibanes y contribuiría al deterioro de la ley y el orden fuera de la capital; se descuidaron los temas policiales, cruciales en un país que sale de un conflicto; no se aportó la ayuda financiera necesaria para la reconstrucción del país. El mayor problema de todos fue que la atención norteamericana se dirigió hacia Iraq y Afghanistán pasó a un segundo plano.

Coincido con Jones y voy un poco más allá que él. Desde el principio, desde antes incluso del 11-S, la Administración Bush había estado interesada en derribar a Saddam Hussein. El 11-S proporcionó la excusa, pero antes de emprenderla con Saddam, que no había tenido nada que ver con lo de las Torres Gemelas, había que ajustarle las cuentas a Osama bin Laden y a los talibanes que le protegían. Afghanistán era una guerra que había que emprender, pero era preciso que fuese breve, poco costosa y que no distrajese de lo esencial, que era la invasión de Iraq.

El caso es que entre 2002 y 2004 hubo una ventana de oportunidad para haber convertido a Afghanistán en un país que funcionase. Los talibanes estaban noqueados. La población afghana apoyaba en gran medida a Occidente, que les había liberado de los talibanes, y sólo quería vivir en paz. Pero, como reconoció cuando el daño ya estaba hecho Richard Armitage, el entonces Vice-Secretario de Estado: “La guerra en Iraq sustrajo recursos de Afghanistán antes de que las cosas estuviesen bajo control. Y nunca nos recuperamos.” La ironía es que mientras que Condoleezza Rice afirmaba que “Iraq se ha convertido en el teatro bélico decisivo contra el terrorismo y si ganamos en Iraq, el terrorismo islámico puede ser derrotado”, donde de verdad se estaban reforzando los terroristas era en el sur de Afghanistán y en Pakistán.

La dejación de responsabilidades por parte de EEUU creó un vacío que fue llenado inmediatamente por los señores de la guerra. Dado que no se podían enviar más tropas a Afghanistán se recurrió a los mismos señores de la guerra, que tanta responsabilidad habían tenido del caos en el país en los 90, para que emprendiesen las operaciones de antiinsurgencia que los norteamericanos no querían realizar personalmente. Una consecuencia de esta política miope es que el gobierno de Kabul nunca pudo afirmarse e imponerse a los señores de la guerra.

A comienzos de 2005 finalmente se hizo evidente que algo no marchaba bien en Afghanistán. La insurgencia empezó a montar ataques más osados y parte de la población rural, al ver que el gobierno no lograba garantizar su seguridad, se volvió desafecta. Y en ese momento la política de las naciones occidentales (ahora hay mierda para dar y tomar, no sólo para los norteamericanos) demostró que si un camello es un caballo diseñado por un comité, un caballo es un Ferrari diseñado por una alianza. Alemania, que estaba encargada de formar a la policía afghana, envió la portentosa cantidad de 17 asesores policiales a un país en el que la creación de una fuerza de policía tenía que comenzar de cero. Italia (sí, ¡Italia!) fue la encargada de poner en pie la administración de Justicia en el país; un estudio sobre su desempeño les acusa de falta de coordinación y cooperación con otras instancias interesadas como el Banco Mundial o NNUU y de no haber consultado lo suficiente con los afghanos. El colmo fue que durante más de un año no enviaron a nadie para ayudar a la reconstrucción del sistema judicial. EEUU subcontrató labores policiales en la compañía privada DynCorp, cuyos agentes tenían más experiencia en la lucha contra la droga en Nueva York que en la formación de policías en el Tercer Mundo. Corea del Sur retiró sus tropas del país, pero ofreció formar un puñado de oficiales afghanos en su escuela de oficiales, tan eficaz como ofrecer un vasito de agua para apagar el incendio de un rascacielos.

Para finales de 2005 se sabía que el mal gobierno y la corrupción eran los principales problemas de Afghanistán y uno de los resortes de la insurgencia. Un chiste que circulaba por aquellos años: un afghano va a ver al Ministro de Interior y le dice: “Señor Ministro, el principal problema de este país es la corrupción. La gente ha perdido la confianza en este gobierno y en sus funcionarios.” El Ministro reflexiona y le dice: “Me ha convencido. ¿Cuánto me dará si arreglo el problema?” La comunidad internacional reaccionó como el Ministro de Interior del chiste: sabía que había un problema, pero no quería hacer nada para resolverlo. Lo malo es que el mal gobierno creaba desafección de la población e incrementaba el apoyo a los talibanes. Y a la vez que los talibanes volvían a instalarse en el sur del país, también regresaba el cultivo de la amapola. Para 2006 ya eran más de 150.000 las hectáreas cultivadas con esa planta tan curiosa.

Algunos datos de cómo la insurgencia iba arraigándose en el país: el número de ataques suicidas pasó de 1 en 2002 a 140 en 2007. De 2005 a 2006 el número de bombas detonadas a distancia pasó de 783 a 1.677 y los ataques armados de 1.558 a 4.552. La población en general se dio cuenta de la tendencia: sondeos hechos en 2007 mostraron que para casi el 50% de los encuestados el principal problema del país era la inseguridad y el 41% dijeron que en 2007 se sentían más inseguros que el año precedente. Frente al 77% de 2005, en 2007 sólo un 54% pensaba que el país marchaba en la dirección correcta. ¿Y qué hacía mientras el Presidente Karzai? Reunirse en agosto de ese año con el Presidente Bush en Camp David y declarar que los talibanes eran una fuerza derrotada.

Los talibanes que regresaron con ganas de guerra a partir de 2004 eran básicamente los mismos que fueron derribados en 2001. Su objetivo para ganar era desgastar a EEUU y sus aliados hasta que tirasen la toalla, al tiempo que se ganaban a la población local por las buenas o por las malas. No obstante en dos cosas habían cambiado: ahora aceptaban las nuevas tecnologías y habían adoptado la táctica de los ataques suicidas. En sus avances los talibanes se vieron beneficiados por la desafección creada por el mal gobierno de la Administración de Karzai. Pero al mismo tiempo tenían que hacer frente a un obstáculo: el recuerdo de su desastrosa administración en los 90. Ser gobernado por los talibanes no es de esas experiencias que uno tenga ganas de repetir.