Túnel del tiempo

Por Janet Val Tribouillier

Ser en el tiempo.

Un túnel del tiempo, en su interior un mundo de pausas y risas. Un lugar para la contemplación de un paisaje diferente. Mediante una acción estética reflexionamos sobre los ritmos infantiles, en un intento de acercarnos y conocer cómo es el tiempo en la infancia y cómo están ligados con las emociones, el cuerpo y la construcción del pensamiento.
De niña mi padre me contaba un cuento sobre un fraile que una vez se sentó en la plaza central del monasterio. Le daba el sol en la cara, sentía el aire fresco después de una lluvia de primavera y mientras oía el canto de los gorriones, sin darse cuenta se quedó dormido. Le despertó otro fraile de traje y aspecto diferente a los amigos que él conocía, y le preguntó a este desconocido que cuánto había dormido y la respuesta fue: ¡Toda una eternidad, Padre! Aquí le conocemos como la estatua del fraile. Habían pasado miles de años y su único pensamiento fue el recuerdo de que se había quedado dormido pensando en cómo sería aquel lugar a donde uno acude después de dejar este mundo. ¿Podría existir un lugar donde lo que parece un segundo fuese toda una eternidad? ¿Podría ser un momento eterno apreciar y sentir el sol en la cara o el oír el canto de los pájaros?

Un túnel como campo de observaciónPreguntando a los niños ¿qué es el tiempo? ellos casi en su mayoría decían, que el tiempo es esperar, así que decidimos crear un lugar para observar qué ocurre mientras se espera y en qué consiste esta percepción.
El túnelCon cinta celo y papel celofán fuimos construyendo paredes firmes que, cerradas entre sí, constituían un recinto acogedor y transparente. Una sola entrada era el secreto para  crear turnos de espera. Una entrada limitada les obligaba a desarrollar destrezas motrices: proporcionaba la posibilidad de arrastrase, gatear, rodar, encogerse, rotar, ponerse de puntillas, tumbarse, o abrazarse con otro dentro del túnel. Un lugar para jugar con y sin sentido.Dentro, la complicidad de la charla, de ser vistos y de observar su entorno desde el  juego, como en un “cucú-tras”, escondidos pero no del todo. Resguardados en un lugar donde los adultos no entraban.
Más tarde realizamos otro con una entrada un poco más amplia, pocos adultos entraron. Era un lugar para los niños. Después de clase o antes de entrar al aula había que pasar un rato allí. Llevamos un tercer túnel al Museo Tomás y Valiente en Fuenlabrada junto con el colectivo Enterarte* como una muestra de tiempo propio, vivido y sentido en la Escuela, de tiempos compartidos, de estancia íntima, que duraba el tiempo que los niños quisiesen, o que algún adulto les permitía. Dentro, en la estancia de colores, de alguna manera el niño se aislaba del mundo y  veía todo desde otra perspectiva.Los niños decían cosas como: “Voy a viajar en el tiempo”. “Es como volver a la tripa de mamá”. “Dentro estoy contenta, es mi lugar”. “Mi hermano pequeño aquí no puede entrar”. “Mi amiga y yo charlamos de nuestras cosas”. “Me gusta ir a otro tiempo”. “Casi vuelvo a la época de los dinosaurios, si me dejaran más tiempo”. ” Yo no quisiera volver al tiempo en que era bebé que me ponían muchas inyecciones.” ”Este túnel no es el tiempo del reloj”.El túnel fue una excusa para crear un momento de observación, con un tiempo estipulado por los niños, tiempos de espera y de encuentro. Un tiempo común en el pasillo de la escuela. El pulso fue definido por la espera de los padres mientras el niño entraba y permanecía en él. El niño marcaba un fluir eran ellos quienes indicaban el límite de la permanencia del rato que querían estar dentro del túnel, o bien las familias negociaban unos tiempos de juego con los niños y por tanto limites externos regían la duración de la estancia dentro del túnel. De forma natural ocurrían tiempos sociales marcados por el paso en la escuela cada mañana o cada tarde. El primer túnel duró dos meses intacto, apenas permitía la entrada a un niño cada vez.  La segunda construcción tenía una mayor entrada y mayor espacio en su interior, permitiendo al menos cuatro niños cada vez, con lo que hubo momentos de encuentro en su interior.Los niños fueron protagonistas de una nueva relación social emergente, surgiendo así acuerdos personales y de cada familia durante el tiempo que duraron los túneles en el pasillo de la escuela. Y vimos cómo se organizan los niños en función de los tiempos de cada grupo que participaba. A veces venían las maestras con sus grupos permitiendo la entrada fluida de los alumnos al túnel. Curiosamente, los tiempos de espera fueron acordados por los niños y respetados.Las transgresiones estaban previstas: cuando la familia acordaba un tiempo límite, los pequeños corrían hacia el túnel con la pretensión de ganar un poco más de tiempo y permanecer en su interior un poco más.Poco a poco se iba configurando un equilibrio social de reglas que favorecía el disfrute del túnel, sin ninguna intervención por parte del personal docente. El túnel formó parte de una construcción social de tiempos de espera y de juego o exploración. Fue una frontera para descubrir una participación de tiempos naturales  y compartidos, pero también fue el principio para que los docentes nos formuláramos una serie de preguntas sobre el tiempo y el ritmo personal de los niños. Estos procesos se entrecruzan y a veces se confunden, sobre todo cuando nos movemos rápidamente en el hacer de cada día.  

Vimos como el tiempo interno, el ritmo de un niño, va cambiando en función de cómo  les surgen nuevas necesidades, cuando el niño se concentra en alguna actividad o debe enfrentarse a nuevos retos cognitivos o físicos. Vimos también como estos tiempos internos van de la mano de las emociones. Sus preocupaciones o exigencias personales o sobretodo en cómo el niño se enfrenta a estos retos. El niño revela su forma particular, su actitud para enfrentarse a la vida, a las relaciones sociales o a los procesos de aprendizaje que surgen en la escuela. Cuando estamos tan preocupados por los resultados y alcanzar determinados objetivos no valoramos la importancia de cometer errores y de aprender de ellos. ¿Verdaderamente hay espacio en las aulas para dar tiempo a las equivocaciones o a la exploración de posibles respuestas frente a un mismo problema?

El tiempo personal es múltiple y va unido a otros tiempos, deja de ser lineal para convertirse en algo circular donde el niño incorpora sus percepciones y toda la información que recibe.
Pero ¿qué ocurre si aquel  no es capaz de aceptarlo, si aún quiere permanecer centrado en una acción? Si esta acción es externa, el maestro debería negociar con los niños y encontrar unos acercamientos de tiempos comunes posibles e interesantes para ambos. Los maestros sabemos que debe dejar un momento para que se consoliden determinados aspectos del desarrollo del niño, dejándolo sumergirse en alguna actividad deseada. Pero ¿qué ocurre con las acciones internas, esas acciones conscientes o inconscientes no siempre reconocibles de acciones intencionadas que se extraen de las experiencias? ¿Cómo se integran estos pensamientos? ¿En qué consisten los tiempos de aprendizaje? Este compás es personal y cada uno necesita tiempos diferentes para integrar pensamientos, emociones, sensaciones en nuestros esquemas cognitivos y emocionales. ¿Da la escuela o el maestro tiempo para que estos procesos se produzcan? ¿Se incorporan igual los aspectos emocionales que los cognitivos? ¿Y en qué consisten?

Las transformaciones rítmicas quizás sean lo que determina el tiempo de la infancia, la forma sana en que se ajusta a la realidad social y educativa teniendo en cuenta los sucesivos cambios. Es como aprender a bailar, algunas veces el niño se deja llevar y otras se mueve hacia la búsqueda de las respuestas necesarias  para encontrar un equilibrio emocional o para construir sus pensamientos. ¿Podría ser que las emociones fuesen reguladoras de los tiempos internos que cada niño necesita?
La obra de Richard Serra “la materia del tiempo” se basa en la idea de que las temporalidades y la escultura vivida es necesaria para comprender que el tiempo es lo que se experimenta. Este  tipo de esculturas se definen por el ritmo del espectador en su relación con el objeto. Su significado sólo se entiende desde el movimiento, la observación y el recuerdo. Sin embargo no hay una visión única, ni una secuencia preferente, ni una forma de sentirla única; cada niño vivió de forma personal este espacio, cada niño se relacionó con el túnel y con los demás niños y los adultos de mil maneras. Es posible que el tiempo sea un tiempo de percepción, de estética, de emoción, de relaciones sociales. El túnel no proporcionaba un tiempo narrativo, sino más bien fragmentado y discontinuo.Einstein dijo que el tiempo se convierte en espacio y el espacio en tiempo, reclamando así el espacio y sus múltiples vivencias como posibilidades temporales interesantes para el ser humano. El ritmo es creador de orden, el niño busca su propio orden al observar momentos interesantes. De alguna manera todos, tanto niños como adultos, estamos atados al movimiento. Quizás porque somos movimiento o porque detrás de cada acción hay una construcción del pensamiento.Estos movimientos pueden ser modulados, siendo rápidos o lentos, y las acciones que se generan nos producen placer, como el que se produce cuando un niño que bota una pelota y ve como se desplaza, o del que vierte la arena de un lugar a otro o que al recoger una mariquita se la lleva al bolsillo del pantalón. Se establecen así relaciones entre las acciones, los objetos, el espacio y el tiempo, tanto interno como externo. Como dice Juan José Eslava, “como un tejido de múltiples sentidos en la percepción de la realidad”*.
El tiempo en la Escuela.Observar las acciones de los niños en esta situación creada, nos da algunas pistas. Una observación flexible ayuda a los maestros a comprender en qué consisten los ritmos infantiles. Las programaciones rígidas y los objetivos establecidos marcan un tiempo a los maestros diferentes a los de la propia infancia.
El conflicto aparece con la forma de establecer límites y si acaso estos son necesarios. ¿Cuándo se debe empezar una actividad y emprender la siguiente? Da la sensación de que el calendario de una escuela está compartimentado en mil acciones que tienen una periodicidad establecida y externa; así como los horarios, que a veces son tan inamovibles que los cambios de direcciones o los contrastes de intensidad entre acciones pueden desorientarnos. ¿Acaso necesitamos desarrollar una inteligencia diferente o competente? aquella que fuese capaz de ajustar impulsos, inercias propias y ajenas ajustando los ritmos internos propios con los compartidos.

¿Hasta qué punto los niños son dueños de su tiempo? Los horarios son estructuras en las que se toman en cuentan sus necesidades fisiológicas generales, pero estructuradas desde fuera de los niños. ¿Verdaderamente pueden los niños apropiarse de su tiempo? Sin someterse al frenesí de un estilo de vida exigente, el túnel fue una acción que nos permitió crear pausas en la Escuela. Se construyeron en sitios de paso, lo que limitaba las salidas y las entradas a la escuela y fomentaba mayor plenitud vital del entorno escolar. La idea era apropiarse de la escuela, donde sus espacios no fuesen  sólo de paso.
¿Hay espacio en la escuela para que los niños utilicen su tiempo de forma personal? ¿Pueden las emociones hacer que una determinada experiencia tenga sentido a través de un tiempo elegido?¿Hay tiempo de verdad para compartir los hallazgos de los niños? ¿Cómo desvelar la comprensión de los tiempos infantiles?Estas y otras preguntas nos hicimos los docentes para llegar a otras más peculiares como: ¿Cómo despojarnos de los conceptos que marcan nuestra cultura sobre nuestro propio ritmo? ¿De qué forma nos permitimos abrir ámbitos para dar espacio al ritmo de los otros, en especial a los niños?
Fernando Pessoa dice que la medida del reloj es falsa. Pero ¿cuál sería el ritmo, el tiempo adecuado entre procesos de aprendizaje y experiencias necesarias que forman parte de la enseñanza?
Es necesario interpretar mejor la realidad de la infancia, admitir espacios para el aprendizaje sin prisas, disfrutando de lo que se aprende y de lo que se transmite, dejando espacio para la exploración y las conclusiones personales. Quizás con el propósito de dar sentido tanto a las acciones de los niños como a la propia labor docente. Vivir el tiempo de los niños es dejarse asombrar por cómo los hechos se transforman en  sucesos que se conmueven por las emociones y la creatividad sentida. Como también la curiosidad y las ganas de aprender que subyacen a la alegría de crecer en una escuela amable. ¿A dónde nos lleva tanta urgencia? Irritación, ira, intransigencia… creando sin querer una sociedad con muchos conflictos. 
Las Programaciones didácticas determinan los objetivos a alcanzar por los alumnos. La organización escolar marca la idea en la que parece que todos los niños deben ir por igual. Quizás la Escuela deba plantearse y permitirse comprender los tiempos de vida de las familias y reconocer los tiempos individuales, o bien permitir el pulso, el ritmo de la infancia, dejando paso también a la espera como un acto optimista para ver qué se puede esperar de la infancia; todo, sin esperar nada cuando se  escucha a los niños. Quizás el docente pueda aprovechar más aquellos  momentos inéditos que a veces ocurren en clase, que apoyan la enseñanza o revelan nuevas estrategias para aprender. Quizás así demos una oportunidad para expresarnos (a través de los lenguajes no verbales) sin prisas, sólo por el hecho de respetar el flujo interno de un grupo de niños. Tener en cuenta las emociones que los niños traen a la Escuela es fundamental para el ritmo de la enseñanza. Desterrarlas, es una falta de respeto hacia el niño, porque en realidad son puentes necesarios para construir un mundo que tiene que ver en gran medida con el aprendizaje. No se trata de disminuir la velocidad únicamente de nuestro hacer diario, sino de adecuar el aprendizaje a cada alumno. Pero para ello se necesita poner el acento en aquellos aspectos importantes para el desarrollo y el crecimiento de los niños. Al menos no perderlos de vista, contribuyendo a la vez en crear una comunidad más solidaria y tolerante, disfrutando de todos los sabores de la vida, pero sobre todo recuperar la capacidad de saber esperar y aprender  de la experiencia y con ella.
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Para saber más:Vivir despacio. Pequeñas acciones para grandes runo Contigiani Ed. Plataforma editorial.Ritmos infantiles. Tejidos de un paisaje interior. Isabel Cabanellas, Juan José Eslava, Clara Eslava, Raquel Polonio. E. Octaedro-Rosa Sensat.La pedagogía del caracol: Por una escuela lenta y no violenta. Gianfranco Zavalloni. Ed. Grao.

Un agradecimiento especial a las constructuras de tuneles en especial Vanesa Julia, Susana Verdú y Raquel Navarro.