Imagen del atentado terrorista en Túnez captada por las cámaras del museo del Bardo | 20minutos.es
En boca de numerosos expertos internacionales hemos oído, con motivo de la crisis, que mientras hace 50 años la política estaba condicionada por la religión, hoy lo está por el dinero. Sin quitar hierro a esta afirmación, hay que puntualizar que en numerosos países del mundo islámico la religión no sólo continúa impregnando la política, sino que sin esta mezcla la paz social es aparentemente imposible. Sólo Túnez ha conseguido romper ese cordón umbilical y, por este y otros motivos, acaba de convertirse en uno de los países brutalmente atacados por el terrorismo islámico.
No es raro que los tunecinos fueran los precursores de las revueltas árabes. Túnez cometió dos grandes aciertos en los últimos cuatro años: el primero, la legalización del partido islamista En Nahda y, el segundo, un proceso de transición democrática que demostró que el tiempo nos da la oportunidad de aprender de nuestros errores e ir mejorando nuestro modelo de país. En su caso, a base de democracia. La población tunecina entendió que los islamistas moderados no estaban preparados para afrontar sus problemas socio-económicos, así que optó por algo realmente innovador en un país árabe: un gobierno laico, el de Nidaa Tunis.
La revolución democrática de los tunecinos no habría sido posible si no fuera porque Túnez es, junto con Líbano, el país islámico de mayor rasgo laico, lo cual no implica que el grueso de su población lo sea. Sus buenas relaciones con los países europeos -y muy especialmente durante el mando del dictador Ben Ali- y su privilegiada situación geográfica lo convirtieron en un enclave del turismo occidental, para algunos más atractivo que el vecino Marruecos por su menor (o, como mínimo, menos visible) conservadurismo. A nivel de estabilidad democrática corrió mayor suerte que su vecino Egipto, que todavía no ha conseguido deshacerse del autoritarismo militar ni del vestigio de Hosni Mubarak.
Túnez se ha convertido, en definitiva, en un símbolo de fortaleza y libertad en todo el mundo islámico. La otra cara de la moneda es que ese símbolo ha servido de perfecto escenario para el último atentado terrorista reivindicado por Estado Islámico, que encontró en esa fortaleza un gran punto débil. Atentar en Túnez ha sido para los yihadistas una victoria moral contra aquellos a los que incansablemente denominan “infieles”, en este caso tunecinos y turistas occidentales. El golpe ha sido doble. Ha habido víctimas mortales de varias nacionalidades, pero también los tunecinos han sido víctimas de trazar su propio camino y han vuelto a sentir miedo de ser libres. Y ese es el objetivo clave del terrorismo, el miedo a la libertad. Con toda la solidaridad internacional que unos a otros nos debemos, espero y deseo que la población tunecina pueda recuperarse y decirle al terror que la libertad es mucho más fuerte.