Existe un lugar donde resulta imposible enmarcar eternamente la sonrisa de un niño.
Donde los sentimientos, aunque diversos, llegan a unirse en uno, tan solo uno.
Cerrar los ojos y asentir con miedo,
preparando un espléndido aprecio,
rebajando el honor.
Danza, canta, asiente, como una vulgar prostituta de clase oriental,
llegar lejos.
Sin volver la vista atrás por miedo a que, al girar de nuevo, no vuelvas a ver,
caigas.
Amor propio violado, borrado, pintado encima de lienzos de soledad,
cuadros de tristeza.
Tríptico ahora sí, enmarcado separando el presente, el pasado y, finalmente,
el futuro.
Vidas rotas marcadas al desear una burda leyenda atrayente sin contar la moraleja.
Se me parte el alma cuando observo sus rostros rotos, sus facciones traspuestas,
sus ojos, vacíos de lágrimas, de sentimiento alentador.
Llorando niebla que expulsa la ceguera.
No es necesario viajar muy lejos.
Estés donde estés.
Mira a tu alrededor.
Ese lugar existe.
Le llaman pobreza.