Este fin de semana quedó claro que Turquía no entrará en la Unión Europea pese a venir negociándola bajo Recep Tayyip Erdoğan desde 2005.
En eso coincidieron la cristianodemócrata Angela Merkel y el socialdemócrata Martin Schulz, cabeza de los principales partidos alemanes que compiten por los 630 diputados del Bundestag (Parlamento) que elegirán –o reelegirán-- canciller el próximo 24. Sólo se adelantaron a la posición general de la UE.
Porque Turquía, de 80 millones de habitantes, una vez y media España, y una renta per cápita la mitad de la española, está cayendo aceleradamente en un régimen islamista, conspiranoico y sin libertades presidido por este Erdoğan que inicialmente parecía traer un islam liberal: un breve espejismo.
Aunque sufre episodios de terrorismo kurdo, sus principales opositores son pacíficos, tanto laicos como religiosos; pero él y sus allegados se han hundido en un pozo de cerrazón tras el sospechoso y fallido golpe de Estado de julio de 2016.
Y mientras esos opositores pacíficos son perseguidos como terroristas, sus defensores ennegrecen el país incitando a las masas a volver a las conductas musulmanas más integristas.
Hace poco que España detenía al respetado periodista turco-sueco Hamza Yalçim a petición de la Interpol bajo la acusación de terrorismo, según Erdoğan, con el que Rodríguez Zapatero quería crear su ficticia Alianza de las Civilizaciones; está en espera de su posible extradición.
Son víctimas, como centenares de millares de turcos contrarios al autoritarismo de este político-religioso que había ido a prisión en 1998 bajo la justicia laica por llamar a la revuelta bajo los minaretes, “fusiles del islam”.
Ataturk diseñó la Turquía laica en 1923, la que podía haber entrado en la UE, pero no han pasado cien años para la recaída al islam, sistema político-religioso-cultural absolutamente opuesto a toda democracia por su propio significado, “sumisión a Alá”, algo que no tiene nada que ver con la libertad personal.
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SALAS