No sé a quién se le ocurrió por primera vez la expresión “angustia de la separación”, pero está bien traída. Como era previsible, después de dos semanas sin separarnos papá, mamá y Chiquinini, éste no ha asumido demasiado bien la vuelta al trabajo. Ha sido peor incluso que en ocasiones anteriores.
No quería mis besos. Esto no me dolió. No quería que me fuese otra vez a trabajar. Lo entendí. Como tenía que irme de todos modos, decidió que él también iría a trabajar. Fuese lo que eso fuese, iría con mamá. Lo entendí. En otro momento se puso primero mimoso y luego bruto, y finalmente estalló en un berrinche monumental; tanto se descontroló que incluso se le escapó el pis. Lo entendí, pero llegado este punto lloraba yo por dentro. Empezó a comportarse fatal. No podía dejarle hacer cualquier cosa, pero tampoco quería ser muy dura con él, pues sabía por qué motivo actuaba de ese modo, cosa que por otra parte nunca había hecho.Finalmente pude hablar con él y explicarle que sabía que estaba enfadado conmigo, que sabía cuál era el motivo, que le entendía, pero que no puedo estar siempre de vacaciones, que tengo que trabajar….Curiosamente esto, el hablar con él casi como con un adulto, fue lo que finalmente le tranquilizó. ( Y no el castigarle o ignorarle, pensando, como alguien que estaba presente me dijo, que me estaba echando un pulso).Las primeras noches durmió regular, depertándose alguna vez llamándonos y con alguna pesadilla. Yo también he estado durmiendo mal.Y en momentos así todo se me tambalea. ¿De verdad tengo que trabajar?Qué trago más amargo.Poco a poco la situación se ha ido suavizando y espero que vuelva a acostumbrarse a nuestra rutina. Lo que me entristece no son los llantos, pataletas y salidas de tono, sino el pensar que el Chiquinini pueda estar triste. Aunque en mi ausencia me cuentan que está muy bien, no sé qué pensará/sentirá…