Supongo que conocéis el precioso poema de Khalil Gibran: “SOBRE LOS HIJOS” (lo tenéis más abajo😉).
Este poema me ha encantado siempre porque su mensaje es tan acertado, y ayuda tanto al aterrizaje en momentos de encabezonamiento nuestro cuando queremos imponer ciertas cosas... Sin embargo, hoy escribo para llevarle un poquito la contraria a este gran escritor en eso de que nuestros hijos no son nuestros.
Si nos ponemos en plan metafísico y profundo, nuestros hijos no son posesión nuestra, de acuerdo. Porque pensarlo así nos lleva a cometer errores tan grandes como el de proyectar en ellos nuestros anhelos y deseos no cumplidos. Pero en el sentido práctico y más terrenal, sí, son nuestros, y no del vecino o de esa madre del parque con buena voluntad y mucha paciencia.
Nuestros hijos agotan, nos dan malas noches, nos regalan rabietas, nos dan sustos de ésos en los que el corazón nos sale por la boca y vuelve a su sitio en décimas de segundo... sí, pero también nos dan algo que nadie más es capaz de dar tan desinteresadamente: su amor. Da igual las veces que nos equivoquemos con ellos, y que sean muchas, nos adoran igual.
Aquí en esta casa somos más humanos que nadie y hay días (como hoy, tras una noche en vela) en que nos supone un extra esfuerzo jugar un rato con ellos a mamás y papás, mirar el recital largo e intenso de canciones y bailes que han preparado y que parece que no acaba nunca, salir un rato al parque para que sigan practicando en bici, hacer una manualidad o leerles un cuento, cuando lo que nos está pidiendo el cuerpo es descanso y silencio. Pero no por ello se los endosamos a la primera persona que pasa por la puerta, que la pobre no tiene ninguna culpa ni de su intensidad ni de nuestro agotamiento.
Por aquí creemos que en la crianza, como en todo, la virtud está en el término medio. Así que les dedicamos todo el tiempo que podemos y pensamos que necesitan, jugando con ellos, leyéndoles un cuento, haciendo salidas en familia o simplemente mimándolos, pero también nos cuidamos de que aprendan a entretenerse solos, de que jueguen juntos, de que se aburran (sí, aburrirse es buenísimo), o de que disfruten de los familiares que quieran llevárselos un rato o un fin de semana.
Digo esto porque no puedo evitar sentir pena por esos niños, que los hay y bastantes, que tienen su tiempo ocupadísimo cada tarde, pero no porque ellos lo hayan elegido sino porque sus padres lo han hecho por ellos. Por los que sus padres piden que tengan un carro de deberes, no para crear un hábito sino para tenerlos entretenidos toda la tarde y ahorrarse el tiempo de asueto. O por esos otros que "se acoplan", literalmente hablando, a tu familia en cuanto oyen a tus hijos salir a la calle porque ya están cansados de su tablet, y cuyos padres no salen, no, pero sí "los sueltan", con premeditación y alevosía, y sin ningún tipo de reparo. Esta situación es bastante frecuente en nuestro día a día, y a mí cada vez se me mezcla más la pena con el enfado, porque al fin y al cabo, los niños no tienen culpa de ser así y de que su "sacarse las castañas del fuego y buscarse la vida" signifique una carga de responsabilidad extra para nosotros, pero llega un punto en que, ante padres tan despreocupados o, simplemente, pasotas o con morro, te dan ganas de soltar alguna impertinencia.
Señores, nuestros hijos SÍ SON NUESTROS, no del vecino, ni de esos señores del parque con cara de maestros en horario laboral. Que igual va a ser eso, que lo llevamos escrito en la frente. O igual no, y es sólo cuestión de jeta y de picaresca.
A mí, ante esto, que como digo está a la orden del día, me queda como consuelo la tranquilidad de estar haciendo las cosas con nuestros hijos de tal manera que quienes los conocen reconocen en ellos a dos niños felices y sanos, con la confianza suficiente como para contarnos todo lo que acontece en sus vidas, con la seguridad de que cuando nos necesitan nos tienen, con la sensación de saberse queridos y no sentir que molestan o sobran, y también, cómo no, con muchos aspectos que aprender y que mejorar, pero en nuestra compañía, siempre. Porque nuestros hijos SÍ SON NUESTROS HIJOS. Que para eso decidimos tenerlos.
Muchas veces, incluso en un mismo día, nos damos cuenta de que criarlos no es ni fácil, ni cómodo, pero ellos no tienen la culpa, al fin y al cabo son niños. La culpa la tenemos nosotros los adultos y nuestra imperiosa necesidad de tenerlo todo controlado, incluido nuestro tiempo. Pero, ¿sabéis qué? Llegará un día en que, justo como dice Khalil Gibran, sus almas volarán de nuestro lado, a la casa del mañana, y entonces será cuando recogeremos lo que hayamos sembrado en ellas. Así que el momento del cultivo es ahora, durante su infancia, estemos cansados o no. Luego quizás sea tarde, y moriremos esperando siquiera una llamada de teléfono suya cuando más la necesitemos nosotros y que, tal vez, no llegue.
Tus hijos SÍ son tus hijos.
Con M de Mami.
(Poema de Khalil Gibran)
“Tus hijos no son tus hijos
Son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma.
No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen.
Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos,
Pues ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas,
Porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (…).
Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”.