Cuando conocemos al protagonista, hace meses que le echaron de su empleo. Este suceso, en vez de angustiarle, parece haber conseguido un cambio radical en su vida. El lector lo encuentra sometido a una especie de proceso de desintoxicación. Ha dejado Nueva York y se ha trasladado a Lisboa, una ciudad en la que el ritmo de vida es radicalmente distinto. Pero tampoco quiere dejar atrás las dosis de felicidad que le ha proporcionado su pasado, su vida en común con su pareja, una Cecilia temporalmente ausente, pero cuya llegada a la capital portuguesa es inminente. Por eso el protagonista se afana en preparar todo para que el recibimiento sea perfecto: el nuevo apartamento debe ser una réplica lo más parecida posible al que habitaban en Nueva York.
Lo que en principio parece la historia de un hombre enamorado se va tornando progresivamente más oscura en cuanto el lector va avanzando en sus páginas. Poco a poco vamos tomando conciencia de que algo no cuadra en lo que nos están contando y de lo cotidiano vamos entrando en el terreno de lo insólito, en una ciudad secreta que no es la Lisboa del principio, seguramente creada por la imaginación del protagonista, en el que intuimos algún tipo de trauma que le obliga a crearse un mundo propio:
"La lectura tiene un efecto excesivo sobre mí. La superficie de la realidad se me ha vuelto demasiado frágil. Empiezo a leer y voy cayendo en un estado hipnótico y me convierto en lo que estoy leyendo. La realidad tangible la usurpa la otra realidad imaginaria pero mucho más poderosa de las palabras escritas."
La última novela de Muñoz Molina es una historia intimista que es mejor leer de un tirón, para no perder el hilo de un ritmo que la hace muy especial. Lisboa sigue siendo uno de los territorios favoritos del escritor ubetense.