Frases, principios o perlitas de sabiduría que le surgen a uno o termina uno acuñando a lo largo de la vida, esas son las que me gustan. Os pondré un ejemplo: «Tardas menos en ponerte a hacerlo que en decidir si lo haces o no», y es útil, porque aquí estoy, retomando la actividad en mi blog después de tanto tiempo sin pensármelo siquiera. Se enquistan los comportamientos a nada que uno se descuida, como la mala hierba.
Podría ponerme a explicar aquí por qué deje de escribir, baste decir que que me cansé de la sensación, y digo bien mi sensación de estar «escribiendo solo». Supongo que me dije: «a ver por dónde me llevan la vida y el cuerpo». Y no me ha ido del todo mal. Cuando uno es intenso para esto del reflexionar lo suele ser para eso del vivir.
Y a vosotros qué tal. ¿Ya se lo contáis a alguien?, ¿ya os lo contáis a vosotros mismos.? No es un ejercicio intrascendente, os lo aseguro. En éste ínterin me dio tiempo hasta a acudir aun sicólogo, sicóloga en este caso. Le aguanté las cinco sesiones que dicen que soporta aquel que en el fondo no quiere ir. Una de las pocas recomendaciones que recuerdo es que tratara de escribir lo que me pasaba. Es curioso, pues es algo que ya venía haciendo yo varios años sin que nadie me lo pidiese. Y estoy dispuesto a reconocer que cuanto más he escrito menos perdido me he sentido.
Pensamientos preciosos que quedan en un tintero imaginario, quién sabe si propio o de cualquiera, confundidos con tantos otros tan bellos como ellos, perplejos como yo de estar recluidos allí sin que nadie los contemple, los comprenda, los transmita, ni los quiera. Es incomprensible. Como si hubiese superproducción de hermosura en este mundo en que vivimos.
Hoy he leído una compilación de «palabras bonitas», según el autor del artículo, en un periódico digital. Conocía por suerte la mayoría, aunque fuese de oídas, que esa es otra. «Es peor creer que conoces algo que desconocerlo». Dejadme traer aquí a colación una de ellas. Limerencia, la definición que se aporta en el artículo es confusa: «Estado mental involuntario, propio de la atracción romántica por parte de una persona hacia otra». Yo había leído una definición mejor, acaso más completa, que añade a lo antedicho «…con una necesidad imperante y obsesiva de ser respondido de la misma forma». Al parecer es un término anglosajón acuñado en el año 1977, o sea ayer. Qué bueno que sigan naciendo nuevas palabras acordes a la necesidad de explicar comportamientos modernos. Si bien el de la limerencia es «un mal» tan antiguo como el amar del hombre.
Es apasionante: Amar y esperar que te amen de la misma manera es el origen de la frustración sentimental. Es urgente entenderlo, pues resulta aplicable a la práctica totalidad de las relaciones humanas.
Cada cual ama, si ama, como es y como sabe. No me parece mal ejercicio el de tratar de averiguar y adaptarse alguna vez al lenguaje y el ritmo amatorio del otro. Pero es un error someter a los demás a la presión de amarte como tú esperas o desesperas. Eso es, ademas de imposible, por lo menos mucho tiempo seguido, lo que te hace a ti tan especial, tan intenso, tan romántico y generoso e indispensable para el que te ama tal cual eres. Se me hace que la clave de un amor sano ha de ubicarse en la manera en que tú amas, al fin y al cabo es lo que mejor puedes controlar, y no en la que aman los demás. Con mención honorífica para aquel que además de eso trata de chapurrear el lenguaje del amor de corazones diferentes del suyo.