Fue una charla rápida en un hotel de Bilbao. El editor tenía asuntos más importantes que atender. Mi intención era hablar de la novela que estoy escribiendo y conocer fechas posibles de su publicación. Sin embargo, para mi sorpresa, la charla fue dominada por aspectos contables. Cuadrante Las Planas no funciona, me dijo, de aperitivo. No al menos como ellos esperaban. Y que eran conscientes de lo arriesgado de la apuesta, como si Cuadrante Las Planas no hubiera sido la decisión libre de un jurado independiente y de prestigio.Tan solo han pasado seis meses de su publicación. No soy un imbécil, no del todo al menos, y conozco las premuras del mercado editorial, pero pienso que es muy poco tiempo para hacer balance. Mi malestar aumentaba debido a que el sustantivo apuesta y los adjetivos difícil, fallido y complicado se mantenían en la conversación. Hablamos un poco de la novela que estoy escribiendo. Le comenté lo que sé del argumento y esbocé algunos personajes. Pareció mostrar algo de interés, pero sus comentarios dispararon las alarmas; tenemos que hacer una novela más pausada, más sosegada; debemos relajar el ritmo respecto a novelas anteriores, buscar el equilibrio; escribiremos una excelente novela. Un plural aterrador. Algo imposible.La mañana era lluviosa y desangelada, pero yo prefería la calle, acabar aquella lastimosa conversación. La apuesta. Como si fuera un caballo de carreras. En un último intento de clarificar la situación, le pregunté por la reedición de Sé que mi padre decía, planteada hacía unos meses. Su respuesta fue mercantil cien por cien. Es cosa vieja. Le dije que es una buena novela, que merecía ser reeditada, pero solo valían las estrategias. Claro. ¿Y por qué iba a ser de otro modo? Tal vez el problema resida en los escritores, en ver a las editoriales como una meta donde cobijarse, en pensar que son el único modo de llegar a los lectores. Entonces, de un modo natural, surgió por mi parte el tema de la autoedición. Su opinión fue desoladora. Es un demérito.Nos despedimos. Busqué la orilla de la ría y el lluvioso y gris Bilbao cayó sobre mí para insuflarme una pizca de buen rollo mientras caminaba hasta Zorrozaurre. Me interné entre viejos pabellones industriales. En uno de ellos encontré un cobijo agradable. Saqué mi cuaderno y continué escribiendo. Al cabo de un par de minutos, el editor quedaba a años luz. Tusquets ya no existía.
* Entrada publicada por Willy Uribe en su blog Adiós Tusquets