Durante gran parte de la primera mitad del siglo XX diferentes selecciones de las Grandes Ligas viajaron a La Habana, para entrenar antes del comienzo de la temporada regular; aunque también no pocos vinieron después de concluida la Serie Mundial, con el objetivo de efectuar varios desafíos contra equipos profesionales cubanos y recaudar más dinero.
Estos encuentros quedaron guardados en la historia como las “Temporadas Americanas”. Probablemente una de las más recordadas haya sido la de 1910. A finales de ese año, los Tigres de Detroit llegaron a la capital cubana y su presencia despertó un enorme interés entre los fanáticos del béisbol. Los Tigres eran famosos en esa época, porque jugaron y perdieron tres Series Mundiales consecutivas (1907, 1908 y 1909). La figura más destacada era el jardinero central Ty Cobb; pero, para desilusión de muchos, este pelotero no apareció en la nómina inicial de los Tigres.
Cuenta el historiador Juan Antonio Martínez, en un artículo publicado en Cubadebate, que los empresarios cubanos pactaron doce desafíos, en los que cada jugador de los Tigres recibiría, en total, 1000 pesos; además, todos los gastos estarían pagados. Ese acuerdo no satisfizo a Cobb, quien exigió el doble del dinero.
En un inicio los organizadores de los partidos se negaron a desembolsar la cifra que exigía el jugador; pero la presión de los fanáticos pudo más y, finalmente, Cobb vino a La Habana.
La presencia de Ty Cobb propició que creciera el interés por los partidos. El viejo estadio Almendares Park tuvo grandes concurrencias, pues nadie quería perderse la velocidad en las bases que desplegaba el jugador. Como era habitual, Cobb brilló en varios momentos y también su temperamento irascible lo colocó en diversas situaciones polémicas.
En uno de sus primeros desafíos ganó un concurso ofensivo. Una fábrica de dulces ofreció un premio de 100 pesos al primer jugador que conectara un cuadrangular en la Serie; pero las dimensiones del Almendares Park eran tan desproporcionadas que nadie había sido capaz de sacar una pelota del parque. Cobb disparó una fuerte línea, por encima de la cabeza del torpedero y, gracias a su velocidad, el jugador pudo recorrer todas las bases, así que fue un jonrón dentro del terreno.
Los problemas de Cobb comenzaron a partir del 5 de diciembre de 1910. Ese día, los Tigres enfrentaron a José de la Caridad Méndez, el “Diamante Negro”, quizás el lanzador cubano más impresionante en las dos primeras décadas del siglo XX. En una comparecencia, Cobb no descifró los envíos del “Diamante” y tomó ponche. Esto no le agradó nada y culpó al receptor Gervasio González de obstruir su swing. La discusión no tardó en subir de tono y, entre improperios en inglés y español, Cobb retornó al banco de los Tigres.
En su último turno al bate conectó un imparable y luego llegó hasta la tercera base. Su fama como robador era conocida, por lo que nadie se sorprendió cuando el jugador se desprendió hacia el plato. Esta vez Cobb no solo quería anotar una carrera más. Llegó con el spike bien alto y, a toda velocidad, chocó contra el cuerpo de González. El receptor cayó a varios metros de distancia; pero no soltó la pelota y el árbitro decretó el out. De inmediato González y Cobb se fueron a las manos y los bancos quedaron vacíos. La situación realmente fue complicada y solo la intervención policial aplacó los ánimos.
Una de las mayores críticas contra Cobb era su abierto racismo. A diferencia de lo que ocurría en las Grandes Ligas, en Cuba los jugadores negros sí podían participar en los torneos de béisbol; aunque esto no significaba que en la sociedad cubana no hubiera racismo. La presencia de peloteros negros, en los equipos que enfrentaron a los Tigres de Detroit, tampoco agradó a Cobb quien se negó a saludar al torpedero Sam Lloyd, por el color de su piel.
La jugada más controversial en la que se vio envuelto Cobb fue una discusión por un robo de bases. De acuerdo con el artículo del historiador Martínez, Cobb fue capturado en un intento de estafa, en la segunda base, por un certero disparo del cátcher Bruce Petway. De inmediato vino la protesta y el pelotero exigió que los árbitros midieran la distancia de la almohadilla, porque consideró que estaba más alejada que lo reglamentado. Los árbitros cumplieron la petición y, efectivamente, la base estaba tres pulgadas más lejos; no obstante, mantuvieron su decisión.
Esta historia ha sobrevivido más de un siglo; sin embargo, no todos la toman por cierta. Según una investigación realizada por Gary Ashwill, publicada en su sitio Agate Type, el incidente que conllevó a la medición de la base no es real. Ashwill asegura que los periódicos cubanos de la época, entre ellos el Diario de La Marina y La Lucha, no hacen referencia a lo ocurrido alrededor de la segunda base. Ashwill también cita los reportes de Billy Evans, quien actuó como árbitro principal del juego y nunca mencionó ese hecho. Además, no aparece en ninguna de las biografías del pelotero, por lo que, al parecer, la discusión de Ty Cobb es solo otra leyenda del béisbol cubano.
Antes de que Cobb se incorporara al equipo, los Tigres de Detroit marchaban igualados en la Temporada Americana de 1910, con tres triunfos, tres derrotas y un partido igualado. Con el jugador estrella en la alineación, los visitantes ganaron cuatro de los últimos cinco desafíos, frente a clubes profesionales cubanos y obtuvieron la victoria final en la Serie, por 7 a 4.
Ty Cobb continuó jugando en las Grandes Ligas hasta 1928. Su estabilidad ofensiva fue impresionante, porque después de su año de novato, bateó en 23 temporadas consecutivas por encima de 300, un récord que parece insuperable en las Mayores. Sin dudas la mayor insatisfacción de Ty Cobb fue que, a pesar de ser el pelotero más brillante de su generación, nunca obtuvo un título de Serie Mundial.