Mientras en el Parlamento de la nación juegan a que legislan y el ejecutivo en funciones se niega a ser controlado por sus señorías porque no se considera elegido por ese Parlamento, en la calle se preparan manifestaciones otoñales y otras alharacas para ejercer un derecho al disenso y la crítica que algunos grupos parlamentarios no pueden hacer prevalecer en la Cámara Baja. Votarán que no al candidato Mariano Rajoy y, no conformes con ello, visibilizarán su negativa mediante megáfonos y concentraciones multitudinarias a las puertas del Congreso y en las avenidas de la Constitución de las principales ciudades. Quieren revivir el espíritu del 15M. Todo un ejemplo de democracia genuina de la buena, entre venezolana y griega, más semejante a nuestra bulla. Una bulla asamblearia que después ha de acatar las directrices del “Politburó” correspondiente, que decide en nombre del pueblo, de los de abajo, pero desde arriba, a través de sus peones.
Otros, en cambio, se rasgan las vestiduras estatutarias por no aceptar lo que sus propios órganos federales acuerdan, y amenazan con desobedecer lo votado según las normas. Es decir, a algunos las estructuras de los partidos les parecen bien mientras les sirven para llegar adonde han llegado, pero cuando adoptan estrategias que no les interesan, rechazan seguir cumpliendo las reglas. Si no convencen -y no ganan-, rompen la baraja. Algo, también, bastante típico de los pobladores de esta “piel de toro”. Pero algo contagioso: hasta Trump advierte de que cuestionará un resultado adverso en las elecciones norteamericanas. El del flequillo rubio parece hispano.
Salvo excepciones, porque en este país también hay gente de construye catedrales, compone sinfonías, escribe novelas, pinta monas y hasta viaja al espacio como astronauta. Son poquitos, pero son. Raros ejemplares que se levantan cada mañana para ir a trabajar con honestidad y dar todo lo que pueden de sí por amor al arte y con el desprecio de quienes los toman por tontos por no aprovecharse, como hacen los listos, de los peces de colores. Ellos no forman parte del paisaje típico español y resultan extraños, como si fueran alemanes que hablan castellano y cuidan la calidad en lo que hacen. Incluso son puntuales y no se comunican con sus semejantes a grito limpio, leen libros, compran prensa y no aparcan sus vehículos invadiendo aceras o pasos cebra. Portan un DNI que certifica que son tan españoles como usted y yo aunque se conduzcan con educación, respeten al prójimo y cumplan con su deber, sin intentar engañar a nadie, mucho menos a Hacienda. Anónimos y discretos cuando te los tropiezas porque no esperas que haya en este país gente eficaz y que no sepa quién es Belén Esteban ni esté al tanto de la liga de fútbol. Una pena.