UCRANIA 2016: (I) De nuevo junto al Dniéper, sin poder evitar un viaje largo e incómodo

Por Salpebu
Soy consciente de que desde mi residencia en Valencia hasta Ucrania, no menos de 3.500 kilómetros, excepto en épocas de buen tiempo, hay que viajar por vía aérea.He experimentado muchas veces el viaje en avión, con múltiples incidencias, anécdotas y vicisitudes, como la pérdida de los equipajes, las confusiones de vuelos, la escasez de tiempo en las escalas entre vuelos, incluyendo en el aspecto positivo el contacto y conocimiento de personas interesantes.Pero lo sucedido en esta última ocasión en que he venido a Kiev (desde donde escribo) ha superado mis sensaciones de incomodidad desde que estoy acudiendo al bello país del Dniéper.En los últimos tiempos he estado viajando en avión desde Valencia a hasta Kiev en un cómodo vuelo directo de la compañía Wizz Air Ukraine, que en un poco menos de cuatro horas me llevaba hasta el destino.Pero, bien sea por razones financieras, bien por la inseguridad algo latente en la tierra de Taras Shevchenko, esos vuelos terminaron el pasado año y ha sido necesario recurrir a las otras aerolíneas que enlazan con Kiev.Atendiendo bastante a los costes, finalmente medecidí por la compañía de bandera de Ucrania (Mizhnarodny Avialinyi Ukraine, MAU, o Ukrainian International Airlines), que vuela dos veces por semana a Kiev, bien desde el aeropuerto de Madrid o desde el de Barcelona.Opté por desplazarme a Barcelona, por aquello de que siempre es preferible permanecer en la zona mediterránea, pese a que el viaje en el antaño “moderno” Euromed ya no es lo que era, comparativamente con la calidad y velocidad del viaje en AVE a Madrid, y más por las demoras que sufre el tren hasta Barcelona por mor de las obras de construcción del tercer carril del corredor mediterráneo, que se asemejan al “parto de los montes”.Añádase a la duración del viaje a Barcelona (3 horas y 15 minutos) el horario que imponía la salida del vuelo desde Barcelona (13’20 horas), que exigía efectuar los trámites de facturación como mínimo unos cuarenta y cinco minutos antes, para lo que había que llegar desde la estación de Barcelona Sants en un tren de Cercanías que demora veinte minutos (y solamente hay uno cada media hora).En resumen: en lo “ferroviario”, 3 horas y 15 minutos hasta Barcelona, más quince minutos de espera al enlace hasta el aeropuerto, más veinte minutos del tren de cercanías, y después un mínimo de 45 minutos para facturar (el denominado check-in).Ello imponía la salida desde el domicilio de Valencia, no más tarde de las 7 de la mañana, por lo que había que despertar y concluir el aseo personal y cierre de equipajes al menos una hora antes.En esa exigencia horaria, desde las 6 de la mañana, hasta hallarse sentado en el avión supuso un lapso de más de siete horas. ¡Vaya incomodidad!El vuelo desde Barcelona a Kiev resultó cómodo, en un Boeing 737-900, casi nuevo, y la llegada al aeropuerto de Kiev Boryspil, confortable.La primera sorpresa agradable del viaje fue el edificio terminal del aeropuerto internacional kievita, enorme, amplio, moderno y nuevo, con terminados más lujosos que en cualquier país de la Unión Europea, y prolijas indicaciones en ucraniano e inglés (¡ay, los tiempos en que había que adivinarlo casi todo!)Y siguieron las agradables sensaciones, porque el control de pasaportes contaba con más de una veintena de puestos policiales, en los que en dos minutos quedaron solventados los registros (ahora vía escáner).La recogida de equipajes, amplia zona y modernas indicaciones, resultó rápida también, y los trámites aduaneros no fueron en nada distintos a los de España, sin necesidad de controlar nada.Había sido, en verdad, una grata sorpresa este buen acondicionamiento de la terminal, que en cierta medida paliaba la incomodidad del previo viaje de casi diez horas.Y en la llegada, la ilustre profesora Ludmila Stetchenko, tan amigable y servicial como siempre, ya nos estaba esperando junto con su “sobrina” Masha Bratus (hija de nuestra querida amiga, la doctora Elena Bratus), para en su flamante Volkswagen Touareg acercarnos a su domicilio, en el que nos tenía reservado un Nissan en muy buen estado para nuestro uso mientras estuviéramos en Kiev.Eran poco más de las 7 de la tarde, y en el lugar del estacionamiento (amplísima plaza en la zona nueva de Kiev), no se veía nada, lo que motivo llamáramos a nuestro hijo Andrey para que acudiera para recogernos en el Nissan y llevarnos hasta nuestra casa de Vyshhorod, soslayando el enorme tráfico que inundaba por todas partes la ciudad y sus aledaños.Se habían cumplido las ocho de la noche (horario ucraniano) y entrabamos en casa, pero aún faltaba cumplimentar a nuestra nuera, juguetear un poquito con la nieta Mila y saludar a nuestra consuegra, a quienes hubo que dar los regalos y productosacarreados desde España.
Llegaron las nueve de la noche y comenzamos el yantar nocturno, con unas buenas “kotelette” (especie de mini-hamburguesas o albóndigas planas) en esta ocasión de pescado, acompañadas de una buena ensalada con tomates traídos de Valencia, y todo ello regado con un buen vodka, que era imprescindible para los brindis.En conclusión, a la una de la madrugada, con muchocansancio, decidimos terminar la densa tertulia y reanudar las charlas la mañana siguiente. El cuerpo no aguantaba más.Al dejarse caer en la cama, procurando que Morfeo llegara pronto y bien, no pude menos que conjurarme para no repetir un viaje tan pesado.A falta de otro remedio en el momento actual, se hacía necesario viajar desde Valencia en avión, y en otras compañías, como KLM o Air France, o Lufthansa, que, aún con escalas intermedias, evitaban el desplazamiento en tren y probablemente ahorrarían cansancio.En esas estaba la mente cuando la placidez del sueño confirmó que se había cumplido el primer objetivo: llegar.Que no era poco.SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA