El conflicto bélico en el país del este de Europa también tiene sus manifestaciones en el deporte: jugadores que desertan, convocados al ejército, instituciones en venta, temores multiplicados.
El fútbol de este país parece atravesado por la violencia: la Liga nació tras el desmembramiento de la Unión Soviética y durante la Segunda Guerra se vivió uno de los episodios más conmovedores de su historia deportiva.
De fondo, desde la televisión de su casa en Kiev, se escuchan gritos. No son periodistas sino ciudadanos de Donetsk a los que sus vidas se les escapa entre bombas. En un idioma que Facundo Bertoglio entiende poco, cuentan que dos aviones militares con los restos de 74 de las 298 víctimas del desastre aéreo del vuelo de Malaysia Airlines -presuntamente derribado- en el este de Ucrania salieron con destino a Eindhoven, en Holanda.
Es un nuevo testimonio de un conflicto en el que el fútbol aparece como espejo. "Tengo mucho miedo", dice Bertoglio, nacido en San José de la Esquina, formado en Colón, enganche del Dínamo de Kiev.
Mientras pone en palabras sus temores ya empieza la madrugada en la capital ucraniana. La calle ofrece un silencio que cuenta inquietudes. Bertoglio se encuentra a poco más de 500 kilómetros del foco principal del conflicto, pero lo padece como si las mismas bombas explotaran en la puerta de su casa.
Son momentos difíciles no sólo para Bertoglio. Casi todos se quieren ir. El fútbol lo retrata. El brasileño Edmar Lacerda, mediocampista del Metalist Jarkov, vivió una historia propia de estos días inestables: fue llamado a servir el Ejército de Ucrania, en su condición de nacionalizado. Su esposa, que es ucraniana, no lo podía creer. Sus compañeros del plantel se pensaron que era una broma. En una entrevista concedida a Globo Esporte, Lacerda afirmó que el problema se solucionó gracias a las gestiones realizadas por los dirigentes de su club: "Al parecer, fue un error del Ejército Ucraniano".
Lacerda vive en este territorio del este de Europa desde hace once años y adoptó la nacionalidad en 2011. Expresa su preocupación ante cada contacto -a la distancia- con la prensa. Lo inquieta la tensión que atraviesa actualmente el país, pero indica que la ciudad de Jarkov, donde vive, no fue directamente afectada por los conflictos entre el Ejército de Ucrania y las fuerzas separatistas prorrusas. Sin embargo, todavía lo habita el miedo.
Los que la pasan peor son aquellos que juegan para el Shakhtar, en pleno Donetsk, escenario central del conflicto. Sus jugadores se quieren ir ya. Temen por su vida, según aseguró el brasileño Douglas Costa. El es uno de los seis sudamericanos que el sábado decidieron no regresar a Donetsk, tras el amistoso frente al Lyon. Los otros que decidieron ausentarse fueron los brasileños Alex Teixeira, Fred, Dentinho e Ismaily y el argentino Facundo Ferreyra. En tanto, otros argentinos como Alejandro Gómez, Jonathan Cristaldo, José Sosa y Sebastián Blanco (regresó al país hace un mes y medio), quienes pertenecen al Metalist, ya tomaron la decisión de no regresar a Jarkov. Cristian Villagra, Marco Torsiglieri y Juan Manuel Torres evalúan la situación.
Apenas dos años después de haber sido una de las sedes de la Eurocopa, Ucrania vive días de descomposición también en el ámbito del deporte. La nueva temporada de la máxima categoría del fútbol arrancó el viernes con 14 equipos en lugar de 16, luego de que dos instituciones fueran expulsadas tras la anexión de Crimea a Rusia. Se trata del Simferopol y Sebastopol Tavriya, que terminaron la última campaña junto al resto de los equipos, pero en lo inmediato no integrarán la Liga. También a consecuencia del conflicto bélico, el Shakhtar Donetsk -el más exitoso de los clubes locales- disputará sus partidos como local en Lviv, a mil kilómetros de su ciudad y de su inmenso estadio. No es el único: los otros dos equipos de Donetsk -el Olimpik y el Metallurg- y el Zarya Lugansk tampoco jugarán en sus escenarios habituales.
La Liga Premier de Ucrania nació también en tiempos complejos: la primera temporada sucedió en 1992, tras el traumático desmembramiento de la Unión Soviética. Y se fue transformando -gracias al flujo de millones de los beneficiarios de la caída de la Cortina de Hierro- en una competición de elite, capaz de ofrecer equipos en los cuartos de final de la Champions League y/o de ganar la Europa League (como en el caso del Shakhtar en 2009). Pero la bombas están desmantelando también la estructura del fútbol. O al menos eso parece. Los medios locales ya cuentan que Sergei Kurtshenko -viejo socio del expresidente ucraniano, Viktor Yanukovich (recientemente escapado a Rusia)- analiza la venta de su club, el Metallist. Y existe el rumor de que el mismo análisis está realizando el multimillonario Rinat Ajmetov, titular del Shakhtar.
El fútbol de este país está históricamente atravesado por los conflictos bélicos. Una de las historias más conmovedoras vinculadas al más popular de los deportes aconteció bajo su cielo y en los peores días.
La Segunda Guerra contaba sus horrores a cada paso. Los disparos de las balas que condenaron su victoria fueron los últimos sonidos que escucharon los jugadores ucranianos. No hacía falta que nadie les explicara nada.
Ellos -futbolistas, hombres sufridos en días de guerra- sabían por qué los mataban. Habían tenido una osadía grande: ganarle al equipo que no debía perder. En la Ucrania invadida por la Wehrmacht -las fuerzas armadas de la Alemania nazi-, los jugadores del FC Start (conformado por mayoría de futbolistas del Dinamo de Kiev) habían vencido a esos rivales que -bajo el ala protectora de Hitler- sólo conocían los falsos encantos de las victorias fáciles.
El desarrollo del partido, disputado en el estadio Zenit, fue similar a lo que mostró la película Evasión o victoria (en la Argentina, Escape a la victoria), inspirada en esa cita. Patadas permitidas para el equipo alemán, un gol con el arquero lesionado, infracciones de todo tipo, empujones, amenazas. A pesar de todo eso, el primer tiempo finalizó 2-1 para el equipo surgido en un insólito rincón de Kiev, el subsuelo de una panadería.
Aquel episodio y este fútbol también resultó y resulta espacio de la literatura. El uruguayo Eduardo Galeano evocó a los fusilados: "También para los nazis el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Les habían advertido: 'Si ganan mueren'. Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos".
El mexicano Juan Villoro, preciso observador del inmenso fenómeno de la pelota, puso aquel hecho en su lugar, a su modo y manera. Lo expresó así: "La historia del fútbol mundial incluye miles de episodios emotivos y conmovedores, pero seguramente ninguno sea tan terrible como el que protagonizaron los jugadores del Dinamo de Kiev en los años cuarenta. (...) En la muerte dieron una lección de coraje, de vida y honor, que no encuentra, por su dramatismo, otro caso similar en el mundo". El fútbol de Ucrania, que ahora muere -de dolor y de miedo-, también está preparando su próxima resurrección. A pesar de todo.
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