En Reencuentro (1960) Hans narra esta historia treinta después de los hechos. Treinta años que ha pasado lamiendo sus heridas. Recuerda como no había encontrado hasta entonces a nadie a la altura de su “ideal romántico de la amistad, ninguno que yo admirara realmente, ninguno por el cual hubiera estado dispuesto a dar la vida, ninguno capaz de entender mi exigencia de confianza, lealtad y abnegación totales”. Conoció a Konradin en un tiempo en que “los jóvenes combinan a veces una cándida inocencia, una pureza radiante de cuerpo y mente, con un anhelo exasperado de devoción absoluta y desinteresada”.
Un alma valerosa, libro póstumo de Uhlman, es una carta de Konradin de 1944 contando desde su punto de vista ahora esa misma historia. No hay ningún hecho nuevo. Qué ocurre con él se sabe desde el final de Reencuentro.
No sé muy bien por qué he vuelto ahora a estos libritos. La historia me ha conmovido un poquito menos que cuando la leí por primera vez, quizás porque median entre las dos lecturas Memorias y Diarios mucho más desgarradores, pero es una ficción que recomiendo.