En Asunción, el 11 de septiembre de 1888, a las 2 de la mañana, murió Domingo Faustino Sarmiento. Los cazadores de frases póstumas no encontrarán ninguna revelación en esta oportunidad, ya que el sanjuanino estaba dormido. En todo caso, lo último que se le escuchó decir esa noche fue: "¡Bárbaros! ¡Me hacen daño!" Lo hizo en un tono muy alto debido a su severa sordera. Fue su lamento por una necesaria intervención doméstica de los médicos que, se supone, no debería haberle provocado dolor. Pero de inmediato abandonó la queja y sonrío ante la situación.
Uno de los profesionales, Alejandro Candelón, dejó el testimonio de lo que ocurrió aquella mañana. Contó que llegó a la casa el diplomático argentino Martín García Mérou con el fotógrafo Manuel San Martín. Era común en aquel tiempo que se registraran imágenes del cuerpo. Sarmiento estaba acostado boca arriba, en una cama baja, con una sábana blanca que lo tapaba hasta el pecho. El fotógrafo explicó que la mala iluminación más la sábana blanca impedirían una buena toma. Pero nadie hizo caso al comentario y le pidieron que lo retratara de esa manera. Lo único que reveló el revelado (que hizo en el mismo lugar) fue que San Martín tenía razón. No se distinguía la figura yaciente del prócer.
Se improvisó una junta de expertos en opinar y se determinó, desoyendo al fotógrafo, sentarlo en el sillón mecánico que Sarmiento solía utilizar para descansar y relajarse. Cuatro grandotes alzaron el cuerpo y lo llevaron hasta el sillón. Pero se toparon con un problema: la rigidez cadavérica. La cadera y las rodillas habían perdido la flexibilidad. Volvió el cuerpo a la cama y se inició la segunda ronda de consultas. Se decidió que aprovecharían las ventajas del sillón mecánico para colocarlo de la manera más horizontal posible, ubicar al sanjuanino y tapar sus piernas con un género negro para que no se notara la rigidez.
Dijo el doctor Candelón: "Estando el busto y los brazos libres de dicha envoltura, se apoyó el brazo izquierdo en flexión sobre la mesita giratoria del sillón y la derecha quedó reposando sobre el muslo del mismo lado". Según el médico, la intención, a esa altura, era mostrarlo en situación de agonía, algo que por supuesto era un desatino. "Y para dar mayor realce a lo obrado, no faltó el comedido que colocara en la mano derecha del difunto una pantalla común", agregó Candelón.
Mientras todo esto se llevaba a cabo, comenzó a reunirse gente en la calle, convocada por la curiosidad y la noticia: "Ha muerto el general", "Murió el general Sarmiento", repetían. Todos en Asunción lo llamaban de esa manera. Mientras tanto, en el interior de la casa, San Martín hacía su trabajo.
Cuando la imagen póstuma fue difundida en un periódico ilustrado de Buenos Aires, se corrió la voz de que a Sarmiento la muerte lo había sorprendido mientras trabajaba en la corrección de textos propios. Y aún hoy sigue repitiéndose la versión del incansable sanjuanino, a quien sólo la muerte pudo haber detenido en sus tareas..
DANIEL BALMACEDA
“Sarmiento y la foto póstuma”
(la nación, 16.09.13)