Mis últimas semanas de embarazo no están siendo fáciles. Cuando intentaba quedarme embarazada, no entendía a esas preñadas que lloraban, que se quejaban. Ellas tenían lo que yo más quería y creo que alguna vez llegué a pensar que “a mí nunca me podría pasar algo así“. ¡JA!
Pero, ¿quien puede luchar contra sus propias hormonas? O peor aún, ¿quien puede luchar contra un calendario que parece no avanzar? Aviso: hoy me voy a desahogar, así que quizás no queráis leer más.
Ayer tuve una tarde de esas de lloros incontrolables y de sentimientos irracionales. Porque lo mejor de todo es que soy plenamente consciente de lo ridículo de la situación, pero es que me supera.
Si habéis seguido mi blog, sabréis que el embarazo no ha sido muy complicado, pero tampoco ha sido tan romántico como esperaba.
He tenido la grandiosa suerte de no haber tenido sustos durante el embarazo, excepto la visita a urgencias a las 30 semanas, no ha pasado nada más importante. No obstante, ya os hablé de lo que significa el embarazo de una infértil y lo difícil que es lidiar con los miedos constantes de perder lo que tanto ha costado conseguir.
Creo que mi embarazo ha sido difícil. Me duele en el alma decirlo, pero es verdad. Ojalá hubiese sido una de esas embarazadas que desde que descubre su estado de buena esperanza, se siente guapa, bella, pletórica, duerme estupendamente e irradia felicidad.
Yo no. He estado acojonada durante todo el embarazo, deseando que pasase el tiempo para poder llegar cuanto antes a mi FPP y poder tener lo que tanto anhelo. He tenido dolores durante todo el día durante muchos meses y dejé de dormir bien hace mucho tiempo. Odio mi cama. Llega la noche y me pongo de mala leche porque sé que me espera otra noche de paseos a oscuras.
Amo a mi niño, mi hijo, mi Bichito, por encima de todo y hace tiempo que los miedos de “y si no le quiero cuando nazca?” desaparecieron, porque le toco los piececitos cuando los mueve y muero de amor. Me lo imagino saliendo por mis bajos o asomarse por una sábana verde y lloro de emoción. Estoy deseando que llegue nuestra primera cita a ciegas. Aunque me haya hecho la dura por tener tantos miedos, ha conseguido enamorarme con todas sus patadas y movimientos de culete.
Pero estas últimas semanas, están siendo muy duras y cosas como la dichosa diabetes gestacional, no me lo ponen fácil.
Hace dos días, a una semana de salir de cuentas, volví a ver a mi endocrina, quien sin tener una ecografía en la mano desde las 33 semanas, insiste en que mi niño es muy grande y “tenemos que apretar”. Eso se traduce en subir las dosis de insulina y como no, volver a sufrir hipoglucemias si no estoy 100% atenta al reloj. Y no me equivoqué. Ese mismo día por la tarde volví a tener una bajada de azúcar, después de 2 semanas funcionando a la perfección.
Si unimos la preocupación de la diabetes con los dolores en las dorsales y los calambres en las ingles, y a la falta de sueño le añadimos una pizca de impaciencia y un flus-flus de hormonas, ¿qué es lo que tenemos? Locura transitoria.
Mi frase más repetida estos días es: “quiero parir ya“. Hablo con Bichito y le pregunto que cuando piensa salir de ahí, pero él está muy cómodo y no hay ningún tipo de señal o movimiento de parto inminente.
Estoy de 39+2 semanas y estoy aplicando lo que me recomiendan o leo por ahí para provocar el parto. Pero no pasa nada. Todo el miedo que me daba enfrentarme al dolor hace semanas, se ha convertido en auténtico deseo de empezar a sentirlo. Sí, quiero ponerme de parto, que me duela, poder decir que por fin llega mi gran momento, mi ansiada cita a ciegas.
Siento el tostón que os estoy soltando, pero de eso va este blog. Es mi diario, y estoy segura de que en el futuro agradeceré haber escrito estas líneas. Sobre todo, espero que a Bichito le guste leer lo loca que estaba su madre y cuánto le quería incluso antes de nacer.
Postparto, no te tengo miedo. Estoy lista y preparada ¿A qué esperas?