“La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y se agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más” (William Shakespeare, de “La tragedia de Macbeth”, acto V, escena V).
Por el obituario del diario “El País”, que recogía el comunicado de la Fundación AISGE, hemos sabido hoy que Francisco Piquer falleció, a los 87 años de edad, y como consecuencia de una enfermedad, el pasado viernes 11 de diciembre del presente año 2009. Se va con él uno de los últimos representantes de cierta estirpe de actores de dicción precisa y timbre de sonoridad crujiente, dotados de una agradable presencia, pareja a la luminosidad de su imponente voz.
Nacido en Valencia el 2 de junio de 1922, Francisco Piquer Chanza se inició en la interpretación desde muy joven, apenas cumplidos los dieciocho años, contrariando las preferencias paternas que le habrían preferido formándose para ejercer la profesión médica. Pero desde 1940, año de su debut como actor, Francisco Piquer cultivó el oficio de la representación, iniciándose en los escenarios, primero, interviniendo en el medio cinematográfico en la década siguiente y, haciéndose habitual de la pequeña pantalla después, medio que le dio la adyacente popularidad masiva e hizo de su sereno y varonil rostro y de su impecable voz una presencia familiar para el público español a lo largo de los años sesenta y setenta. Concentrando su actividad, finalmente, en la escena, Francisco Piquercontinuó trabajando hasta que la enfermedad que padecía se lo impidió, interrumpiendo su participación en las representaciones de “Desnudos en central Park”, de Mark Rowell, obra que, protagonizada por Emma Ozores y Manuel Galiana, fue estrenada este mismo año que ahora está próximo a concluir. Francisco Piquer ha dejado tras de sí prácticamente sesenta años de labor actoral y un recuerdo imborrable en varias generaciones de espectadores, que hemos tenido ocasión de admirarle en películas tan sólidas como el excelente “thriller” “El cerco” (Miguel Iglesias, 1955), donde daba vida a uno de los atracadores protagonistas, que resultaba herido al recibir una lluvia de plomo fundido en un brazo, en el transcurso del robo, o en el apreciable policíaco “Cita imposible” (Antonio Santillán, 1957), film en el que encarnaba la patética figura del payaso Juanón, claroscuro personaje inolvidable, (y del que algo hablamos aquí con motivo de la entradas dedicadas a EstanisGonzález y a Fernando Rubio). Mucha mayor que en el Séptimo Arte, fue su presencia en televisión. Sus repetidas actuaciones en los espacios dramáticos de la Edad de Oro de TVE, tales como “Novela” o “Estudio Uno”, ostentado rango similar de “galán-primer actor” al de sus compañeros Fernando Guillén, Germán Cobos o Rafael Arcos, son todavía recordados por el buen aficionado, tales como la que brindó en la hoy recuperada en DVD, “Las brujas de Salem”, obra de Arthur Miller que protagonizó para el espacio “Gran Teatro”, bajo dirección de Pedro Amalio López y acompañado en el inmejorable reparto por Irene Gutiérrez Caba, Tina Sáinz, Gemma Cuervo, Lola Gaos, Pastor Serrador, Antonio Ferrandis y un inseguro Vicente Soler, la que se incluía en la adaptación del “Macbeth” shakespeariano que dirigió igualmente Pedro Amalio López, en la que Francisco Piquer representó el inmortal papel del ambicioso noble escocés secundado por los espléndidos Tomás Blanco, José María Escuer, Julio Núñez y con la inmensa Irene Gutiérrez Caba compartiendo el protagonismo como Lady Macbeth, o la que realizó en la adaptación de “Casa de muñecas” de Ibsen, que protagonizó en 1967 junto a Berta Riaza, Agustín González y Andrés Mejuto según la adaptación de Pedro Gil Paraleda y con la dirección a cargo de Ricardo Lucia.
Hoy despedimos a Francisco Piquer, al que admiramos muchas veces (y no sin causa) por su natural elegancia, su sobriedad en el gesto y por su luminosa voz, heredera directa de la de otro galán que le precedió, el inolvidable Rafael Durán. Despedimos a Francisco Piquer, quien obtuvo reconocimientos en el curso de su carrera tales como el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos por su interpretación en “Manos sucias” (José Antonio de la Loma, 1957), acerada (y acertada) muestra de cine negro, rodada en régimen de coproducción con Italia, en la mejor tradición del género, o como el premio Ercilla al Mejor Actor de Reparto en el reciente año 2004 por su actuación en el montaje de “Los árboles mueren de pie”, de Casona.Despedimos al eficaz trabajador que en cine secundó a Pepe Isbert en “Lo que cuesta vivir” (Ricardo Núñez, 1958), a la pareja folklórico-coplera formada por Dolores Abril y Juanito Valderrrama en “El emigrante” (Sebastián Almeida, 1960), a Manolo Gómez Bur en “El grano de mostaza” (José Luis Sáenz de Heredia, 1962) o a Fernando Fernán Gómez en la galdosiana “El abuelo” (José Luis Garci, 1998). Decimos el último adiós a otro excelente cómico que se nos va, a un galán riguroso, ajustado, brillante, dotado de voluntad para el arte y forjado en el oficio. Es decir, se nos va otro de los últimos irrepetibles.
PD: de los labios de Francisco Piquer, que tuvo que morir tantas veces en el escenario y en la pantalla (como, por citar dos ejemplos, en las mentadas “El cerco” y “Cita imposible”), salió la frase que hemos extraído de la tragedia de Macbeth con la cual se abría esta entrada-homenaje al fallecido actor, cuando ante las cámaras de televisión representaba dicho papel. Por aquellas cosas de las adaptaciones, la versión de TVE hacía que el protagonista de la obra la pronunciara tras recibir la estocada mortal de Macduff, en la última escena de la obra, teniendo así un final más relevante que el que originalmente había sido escrito por el inmortal poeta de Stratford upon Avon, que se la hacía decir dos escenas antes, dejándole mudo a la hora de expirar (cosa que hacía, además, fuera de la vista del espectador). Sirva la cita, en todo caso, para consolarnos un poco ante las irreparables pérdidas que lamentablemente hemos de padecer. Tan breve es la vida, tan insignificante, que la muerte, que no es sino su fin, no puede ni debe asustarnos ni afligirnos, amigos. Es sólo el telón, que cae.