Ultraentrenamiento Almería-Málaga

Por Juan Andrés Camacho Fernández @CorredorErrante

No llevo recorridos ni de lejos los mismos kilómetros que el año pasado ni me encuentro tan fuerte, pero tenía claro que quería repetir el ultraentrenamiento de Almería a Málaga, esta vez en agosto y en mi fuero interno, sabía que podría con él.

Sería un simulacro de Spartathlon con el mismo equipo, pautas de nutrición, alimentación y prácticamente, ritmo, con el que acudiré a Grecia en poco más de 7 semanas, salvo que algo fallase.

Tras un pequeño percance por el que por momentos pensaba que perdía el autobús, finalmente me monté en él pasadas las 14:30 de la tarde en la Estación de los Tilos y llegué a Almería cerca de las 17:40.

Salí caminando de la estación hasta el Indalo que sería mi punto de partida, aclimatándome tras varias horas de aire acondicionado al calor almeriense, que rondaba los 36 grados.

Preparé el GPS con el itinerario del navegador y tras una breve foto que colgué en Facebook y unos segundos de mentalización, apreté el botón del start y comencé a trotar.


Punto de partida

Paré un momento antes de abandonar el Parque Nicolás Salmerón para mojarme la cabeza y los manguitos con agua de una de las fuentes y aunque salía tibia, con la brisa que ocasionalmente soplaba de cara notaba un poco de alivio.

No tenía prisa ninguna y me obligué a caminar desde la primera cuesta camino de Aguadulce, tras dejar atrás el primer túnel.

Tenía por delante cerca de 210 kilómetros y quería intentar llegar al trote a la meta, lo más entero posible, para lo que tendría que ir dosificando muy bien las fuerzas desde el minuto 1.

Al salir del túnel me di cuenta de que se había cortado por un momento la grabación del GPS, ya que al no tenerlo en grabación por segundo, al perderse la señal debió detectar que me había parado.

Pensé en parar un momento y resetear la actividad, pero ya había afrontado la distancia en 2 ocasiones previamente en ese sentido y otra en el inverso, por lo que tenía la distancia más que controlada.

La diferencia de tráfico con febrero era abismal, ya que los coches pasaban continuamente y a gran velocidad, por lo que debía tener mucha precaución en los cruces.

Continué a ritmo constante hasta el atardecer, bebiendo en abundancia tanto agua sola como agua con Maurten, que me fue muy bien en mi intento de Ironman.

Ya a la caída del sol aproveché una gasolinera previa al polígono de El Ejido para comprar más agua, reponer los bidones y comerme una de las manzanas Fuji que llevaba en la mochila.

En el momento de salir pesaba casi 5 kilos, de los cuales casi la mitad eran de comida, lo que hacía que por momentos llevase hombros y espalda tensos, pero esperaba que con el devenir de las horas, al aliviarse la carga, fuese aliviándose la molestia.

Decidí quitarme los manguitos y la visera nada más irse el sol, metiendo los primeros en el interior de la mochila y colgando lo segundo de los elásticos exteriores, pero al llegar a El Ejido me di cuenta de que debía habérseme soltado, ya que no la encontraba por ningún lado.


A algo más de 30 kilómetros del punto de salida

Me fastidió bastante haber perdido la visera, no por el valor monetario, sino por el valor sentimental, ya que fue la que me compró Tenllado en el Reto 1000k por el Apego el pasado agosto.

También me preocupaba el sol de la segunda jornada, ya que había estado expuesto pocas horas y entre la crema de sol y la visera iba muy bien, pero me esperaba un día completo de calor.

El sol ya me había dejado KO en la carrera del Ironman de hacía mes y medio, así que para mi era una prioridad ir reponiendo líquidos y protegerme todo lo posible.

Fue un alivio comprobar como iba bajando la temperatura conforme entraba la noche y manteniendo el mismo ritmo, la sensación de esfuerzo iba disminuyendo.

Saliendo de El Ejido recordaba como el verano pasado llevaba molestias estomacales ya por ese punto, andando el tramo completo desde Balanegra hasta Puente del Río y no recuperando las buenas sensaciones hasta pasar Adra.

Este año iba fenomenal, estaba escuchando muy bien a mi cuerpo y aunque conozco de sobra puntos para repostar líquidos sobre la marcha, aprovechaba cada oportunidad para ir reponiendo.

Me encontré, ya cerrando, un bar en la entrada de Adra en el que los parroquianos que esperaban al fresco sentados en sillas de plástico mientras el encargado terminaba el cierre le instaron a que me atendiese y ni me cobrase el agua.

A mi con que me atendiese a esa hora me valía y me daba apuro que me regalase nada, pero el muchacho me dejó dos botellas al precio de uno, así que usé una para rellenar los bidones y fui bebiéndome la otra poco a poco.

No iba a ritmo fuerte, así que tampoco me molestaba llevarla en la mano, me la iba pasando de una a otra y pensé en quedármela por si como en la Carretera de la Muerte del pasado febrero, me salían perros en el tramo que tenía por delante.


A mi paso por Adra

La luna era nueva, por lo que alumbraba muy poco, pero además el cielo comenzaba a nublarse, por lo que fue salir de Adra y quedar sumido en la más absoluta oscuridad.

El frontal, que llevaba tiempo con las mismas baterías, alumbraba bastante poco ya, pero hasta que no llegase a alguna población no quería cambiarlo, ya que comenzaba a oír cerca los aullidos de los perros.

De las cuatro veces que he hecho el trayecto, en las cuatro he tenido encontronazos con perros, especialmente entre La Rabita y Adra.

No es ya que ladren desde que me oyen en la distancia, que me da igual, sino que hay aberturas en las verjas de las finca por las que salen y es peligroso tanto por si son agresivos como por los coches, ya que se meten en mitad de la carretera.

El primero me salió poco antes del límite provincial de Granada, uno pequeño, tipo Yorkshire, que salió de entre una de las vallas mientras que otros más grandes, estilo labradores, aullaban con furia tras el metal.

Tuve que darle un par de voces y hacer un amago de lanzarme a por él, ya que conforme se acercaba dejó de ladrar y venía muy decidido, pero al final acabó retrocediendo.


Ya en Granada, primer límite provincial superado.

Pude avanzar sin complicaciones hasta El Pozuelo, donde cambié las pilas al frontal y estuve reponiendo agua en la fuente del pueblo, tanto los bidones como el botellín que llevaba en las manos.

Además de ser una reserva extra de agua, ya que estaba sudando mucho debido al bochorno que hacía, si seguían saliéndome perros y me veía en un apuro lo podía usar de arma arrojadiza, así que no me importaba cargar con ese peso extra.

Llegué a la entrada de La Rabita y decidí ascender bordeando la ciudad en lugar de entrar por ella, ya que el año pasado me salió un pastor alemán enorme al encuentro en el desvío que va a la Playa del Ruso y pasé unos momentos bastante angustiosos.

Al menos descubrí que siguiendo la N-340 sobre la ciudad llegaba a la rambla del otro lado, por donde ahora ascendía, así que aunque implicase un pequeño rodeo, preferí coger ese camino.

Escuchaba una guitarra lejana y muchas voces y al comienzo de la pendiente me di cuenta de que había muchos jóvenes reunidos, sentados en círculo, mientras jugaban a los Hombres Lobo de Castronegro.

La narradora iba dando instrucciones al grupo, que despertaba por turno según sus roles mientras el resto esperaba con los ojos cerrados y cuando llegó el turno del más numeroso, los Hombres Lobo, uno de ellos se percató de mi presencia y le dijo al resto que mirase a la rambla.

Por instinto, apagué el frontal y me quedé quieto un momento, así que cuando el resto miró no vio nada y la narradora le regañó por desviar la atención del juego.

Mientras los lobos debatían en silencio sobre quien sería su siguiente víctima, fui aumentando el ritmo, aprovechando para beber agua y una vez estuve fuera del alcance de la vista, retomé el trote.

Me duró poco, ya que la pendiente me acabó relegando a la marcha hasta casi el tramo final, en el que el potente ladrido de mi amigo el perro me puso sobre aviso.

No sabía desde donde venía, así que avanzaba en tensión, como un resorte a punto de saltar, como hice cuando vi los ojos flotando a palmo y medio del suelo, poco por delante de mi.

Estaba ya fuera de la verja, como esperándome y con una mezcla de furia y angustia, comencé a esprintar mientras le gritaba.

El perro no se amedrentó en absoluto y comenzó a ladrar con potencia mientras se acercaba desde el lateral izquierdo, guardando las distancias.

Por suerte, desde lejos un coche, el primero en horas, nos echó las largas y en el momento en el que el perro dudó yo aceleré más aun.

Ya había ganado terreno, pero aun así se pegó cerca de un kilómetro trotando tras de mi, ladrando; al menos, eso me indicaba su posición.

Cuando por fin, tras una dura cuesta que subí corriendo a buen ritmo, me giré y no vi la luz del frontal reflejada en ningunos ojos, paré de golpe mientras recuperaba el aliento y me recuperaba de la descarga de adrenalina.

De repente, escuché un ruido muy fuerte justo al lado de mi, como de algo moviendo las ramas del árbol más cercano y casi me da un síncope.

Me giré un segundo mientras aceleraba de nuevo con todas las fuerzas de las que pude hacer acopio y vi unos ojos grandes y un gran par de alas, pero no se qué tipo de ave sería; nos debimos asustar mutuamente.

Mantuve un ritmo más elevado de lo que debía hasta que vi a lo lejos las luces de La Mamola, pero entré en el pueblo mosqueado, ya que veía movimiento por delante de mi.

Le di más potencia al frontal y me mantuve quieto un segundo tratando de adivinar qué tenía delante, pero por suerte, solo eran cabras.


Una de las cabras, en mitad de la carretera

Había tres cabras en la parte izquierda de la carretera y otras tantas, más jóvenes, en el lateral derecho, que es prácticamente un cortado.

Nada más verme dos de las cabras cruzaron la carretera y subieron la pendiente, mientras que una se quedó quieta, observándome desde la distancia, así que aproveché para echarle una foto antes de continuar mi camino.

Continué mi camino hacia Castell de Ferro, aprovechando la enorme pendiente tras El Lance para comerme una manzana poco a poco.

Cuando llevaba más o menos completado el primer tercio de la pendiente me sorprendieron multitud de ladridos cercanos, por lo que eché a correr con un braceo torpe, al llevar una manzana en una mano y el botellín de agua en la otra.

Me fui comiendo la manzana sin apenas masticar mientras corría pendiente arriba, a fin de tener una mano libre y estar preparado por si alguno de los perros salía del cercado de la finca de la izquierda de la carretera.

No fue así, pero me pegué un buen calentón y con las prisas, la manzana me había sentado regular, ya que comenzó a repetírseme, así que una vez que los ladridos comenzaron a perder fuerza, continué el ascenso marchando a ritmo tranquilo.

Un coche de la Guardia Civil me alcanzó camino del final de la pendiente y se quedó un momento en paralelo a mi, bajando la velocidad, pero tras unos segundos, continuó de largo.

Una vez la pendiente se tornó favorable, descendí a trote constante hasta Castell de Ferro, con la duda de si parar en la fuente del paseo marítimo para comer y beber un rato, o repostar y continuar directamente.


Avanzando en mi periplo por la costa granadina

Finalmente decidí comerme un taco, descansando las piernas en el poyete del paseo marítimo.

La verdura olía un poco rara, pero de sabor continuaba estando bien y la carne seguía estando muy rica, aunque sabía que probablemente duraría poco en ese estado con el calor que estaba haciendo.

Tenía las piernas bastante cargadas del esfuerzo en la subida, así que aprovechando que comía, me tomé un ibuprofeno con la idea de reducir el dolor muscular.

Rellené los bidones y el botellín que llevaba en la mano y salí de Castell de Ferro marchando a ritmo suave, tanto para favorecer la digestión como para encarar la fuerte pendiente que tenía de cara.

Cuando en 2018 afronté en julio el mismo recorrido salí de Almería a las 18:30, media hora más tarde que en esta ocasión y me amaneció llegando al túnel de La Rijana.

En esta vez, el amanecer me cogió saliendo de Torrenueva, donde psicológicamente compensaba comenzar a restar kilómetros, ya que quedaban 100 desde ese punto hasta Málaga y en breve estaría en dos cifras.

Descontando...

No había hecho caso aun ni del reloj, que llevaba en modo navegación ni de la chuleta con los tiempos de paso de mi mejor marca en el sentido, pero tenía la sensación de estar haciendo buenos parciales

En cualquier caso no me preocupada, lo importante era llegar y hacerlo entero, así que aprovechaba las pendientes, aunque fuesen suaves, para trotar y corrían en las largas rectas que ahora me esperaban por delante.

Llevaba el estómago raro desde que había cenado, no sabía si por el taco o por el ibuprofeno y me entraron de repente muchas ganas de ir al baño, por lo que me salí a un lateral de la carretera y me puse manos a la obra.

La deposición era muy oscura, de un color sanguinolento, como me había pasado en Los Alcázares y preocupado, escribí a Emilio, de Medrunning.

Le conté el problema, esperando no despertarle al ser bastante temprano, pero cuando me respondió un rato después me dijo que había estado corriendo.

Emilio me dijo la ingesta de ibuprofeno en situaciones de estrés o posible deshidratación está totalmente contraindicada, ya que puede generar problemas renales y digestivos.

Me recomendó beber abundantemente, emplear antiinflamatorios tópicos y para el dolor, tomar o paracetamol o nolotil, pero nunca nada de "profenos" mientras practicase deportes de resistencia (ibuprofeno, dexketoprofeno...).

Por un lado me quedé más tranquilo porque al menos la deposición no era tan maloliente como las que hice tras la primera jornada en las 48 horas de Murcia, pero por otro, decidí beber abundantemente en las siguientes horas, aunque no tuviese sed.

La estación de servicio previa a Motril estaba abierta, así que aproveché para tirar la botella que llevaba en la mano, ya vacía y me compré un botellín de coca-cola.

No tenía sueño, pero el año pasado había desayunado café con churros en Torrenueva y el chute de cafeína me vino genial.

Aprovechando una pequeña pendiente fui a echar mano a los tacos, pero deslié uno y el olor era horrendo, así que descarté por completo comerlo.

No me quedaban manzanas tampoco, así que mis reservas se reducían al líquido que portaba, que iba menguando a gran velocidad ya que aunque la orina no era muy oscura, quería seguir bebiendo para diluir el ibuprofeno.

Tenía pensado parar brevemente en la gasolinera de Salobreña, pero cuando cruzaba el Guadalfeo por el puente decidí que haría una parada en condiciones.

Con la llegada del día el cielo se había ido despejando y de las nubes nocturnas no había ni rastro, así que pensé en desayunar bien a la sombra que debía dar la estación de servicio.


¡Que aproveche!

Compré unas tortitas de arroz con yogur, una botella de agua de litro y medio, otro botellín de coca-cola, ya que el primero me había sentado muy bien y un tarro pequeño de galletas para el camino.

Las tortitas eran monodosis, así que las que me sobraron las eché también en la mochila y tras rellenar uno de los bidones con Maurten, retomé el camino.

Me daba la sensación de que había bebido demasiado ya que llevaba el estómago un poco hinchado, pero como sabía que hasta dejar atrás Salobreña tendría buenas cuestas y ascendería caminando a ritmo suave, esperaba que se fuese digiriendo el desayuno.

Hacía mucho calor, lo que no ayudaba a soportar la pesadez de estómago, por lo que las primeras pendientes a favor una vez dejé atrás Salobreña se me hicieron casi tan duras como las subidas.

Después de dejar atrás el túnel de Velilla salí un momento de la carretera para ir al baño y noté un alivio doble, por un lado, el estómago se aligeró considerablemente y por otro, la deposición era más consistente y algo menos oscura.

Aun así estaba decidido a seguir bebiendo Maurten y agua cada pocos minutos, ya que el calor era sofocante.

Me terminé los bidones llegando a Almuñécar, donde aproveché la pendiente a favor para aumentar el ritmo con la idea de llegar cuanto antes al Hostal Medina, cuya cafetería es parada obligada en el trayecto, independientemente del sentido.


Recargando pilas...

Puse a cargar el GPS en la barra y el móvil con la batería externa y me comí "media" (podéis ver el tamaño) tostada de pan con aceite, tomate natural y atún y una coca-cola.

Paralelamente, pedí una botella de agua de litro y medio con la que rellené los bidones y tras beberme varios buches, decidí llevarla en la mano.

Hacía mucho calor y el año pasado lo pasé fatal en el tramo Almuñécar-Nerja, donde estuve horas sin agua, así que este año no iba a caer en el mismo error.

Al haber apretado en la bajada hacia Almuñécar notaba las piernas bastante pesadas, así que mientras daba tiempo al cuerpo a que absorbiese la comida, me estuve masajeando las piernas con crema fría.

Revisé las redes sociales, avisé a Roberto García, un amigo deportista que quizás se uniese al tramo final del reto de que estaba ya en Almuñécar y decidí ver si había alguna farmacia cerca.

Tenía una a apenas 200 metros, así que tras pagar la cuenta decidí  desviarme momentáneamente de la ruta para comprar nolotil antes de continuar.

Estaban montando la feria en el llano entre Calle Larache y la Avenida Salobreña, así que aproveché para pasar caminando mientras me preparaba para las cuestas que me esperaban camino a Nerja.

El Nolotil y la crema fría obraron maravillas y pese a que el gradiente de desnivel era fuerte, marchaba a buen ritmo, echando a correr con comodidad tras dejar atrás el túnel camino a La Herradura.

Me había bebido casi un litro completo de agua entre el bar del hostal de Almuñécar y La Herradura, así que paré en la gasolinera de la entrada para comprar más agua y un brick de agua de coco, ya que me apetecía algo dulce.

Aproveché la breve parada para ir al baño y empapar el buff y los manguitos, comprobé que los niveles de hidratación eran adecuados y volví al camino bajo un sol abrasador y un aire de terral que parecía querer cocerme.

Lo bueno es que era difícil que el calor fuese ya a más, al superar los 40 grados por poco, con una sensación térmica bastante mayor.

Recordaba aquellos tramos del reto de Santiago a Málaga del año pasado y el calor que pasamos en Salamanca y Extremadura y en comparación, la temperatura no era tan mala.

Además, tenía mucha agua, algo de lo que carecía el año pasado, así que pensando en positivo fueron pasando las horas y cayendo los kilómetros.


¡Al fin en Málaga!

Avanzaba sin prisa pero sin pausa, ascendiendo las pendientes marchando, aprovechando mi zancada para ganar velocidad en las bajadas y trotando sin gran dificultad en los escasos llanos de la zona de los acantilados de Maro y Cerro Gordo.

Yo estaba optimista y feliz, ya que llevaba más de 140 kilómetros recorridos y podía seguir avanzando a buen ritmo, no tenía molestias físicas reseñables, el estómago iba respondiendo de forma fenomenal y me sentía muy motivado.

Además, el destino me hizo un gran regalo, mis reservas de agua estaban tibias y eran escasas, así que al ritmo que iba bebiendo, volvería a pasar sed antes de llegar a Nerja, aunque en menor medida.

Sin embargo, pasadas las ventas que siempre están cerradas en la zona del límite provincial entre Granada y Málaga, vi unas sombrillas abiertas a lo lejos y a mano derecha, alguien saliendo del interior de uno de los locales.

Era un bar de moteros, que me recordaba al bar "El Último Mohicano" de Mallorca y donde un barman extranjero me sirvió una coca-cola helada en un vaso con hielo que me dio la vida.

Llevaba ya los manguitos y el buff totalmente seco, con el pelo tan caliente que notaba la tempratura con el pañuelo puesto, así que aproveché para volver a refrescarme en el baño y repostar agua.

Me iba a ir directamente, pero en el aire acondicionado se estaba genial, así que con la excusa de masajearme las piernas con crema fría me autoengañé para pasar unos minutos más en el bar.

El contraste térmico fue enorme y rompí a sudar en cuestión de minutos, pero al menos notaba las piernas más ligeras y fresquitas.

Me lancé en las cuestas a favor, recordando el tramo que compartí con Víctor Manuel Godoy en febrero y en las subidas iba guardando fuerzas y subía caminando, disfrutando de las vistas de las calas que me rodeaban.

Veía el calor salir del asfalto, haciendo ondas en la distancia y me imaginaba nadando en las cristalinas aguas que bañaban el precipicio, tratando de distraer mi mente del intenso calor.

Estando a unos 4 kilómetros de la rotonda a las cuevas de Nerja contacté con Roberto García, que preparaba suministros de refuerzo para acudir a avituallarme.

Le mandé mi posición y me di cuenta de que el móvil estaba realmente caliente, pero no le di más importancia.

Estaba muy contento, había pasado la noche muy bien, estaba soportando muy bien el calor y en cuestión de un rato tendría apoyo logístico, así que nada podía salir mal.

De repente, la música que iba escuchando por el altavoz del móvil se paró y noté como vibraba sin parar; imaginé que estaría entrando una llamada, aunque la vibración era constante, frenética.

Cogí el móvil, cuya chapa trasera quemaba y vi que la pantalla estaba bloqueada; como buen técnico, le hice un hard reset con los botones para forzar el reinicio, pero para mi sorpresa, el móvil murió.

Estaba al 70% de batería y ya no vibraba ni hacía absolutamente nada; lo conecté a la batería externa y ni siquiera se encendía el piloto de carga.

Estaba preocupado no ya por la navegación, que era sencilla o porque Roberto no me encontrase, ya que confiaba en lo que lo hiciese, pero estaba desconectado del mundo y no quería preocupar a mis padres, a Mayte ni a las personas que estaban haciendo el seguimiento del reto.

Puse un ritmo trotón pero constante con el fin de llegar cuanto antes a Nerja y pedir a alguien que me dejase un terminal para avisar de mi situación.

Notaba como el calor que desprendía la parte trasera de mi móvil, especialmente el lector de huellas, me quemaba a través del cinturón y la camiseta, así que lo tuve que dejar girado para que le diese el aire.

Por suerte, pasado el Acueducto del Águila, una pareja me dejó un teléfono y pude llamar a mi madre.

Era un Iphone 7 plus con un 10% de batería, así que tuve que ser rápido porque como alargase mucho la llamada iba a dejar sin autonomía al muchacho.

Le dije que buscase en comentarios recientes de mis fotos del reto a Roberto García y le escribiese diciendo que le esperaba en el bar frente a la estación de autobuses de Nerja y que por favor avisase de que estaba sin móvil tanto a Mayte como por Facebook.

Tras agradecer a la pareja su ayuda y aún con un 8% les devolví el móvil y continué a buen ritmo hacia Nerja, parando solo en una fuente de un jardín por si tenía agua para refrescarme, pero estaba seca.

Bajé trotando con energía la Avenida Ciudad de Pescia y no paré hasta llegar al bar 7 Mónica, otra parada obligatoria en este tipo de retos.

Tenía ya hambre, así que me pedí otra tostada con aceite, tomate natural y atún y pedí a la camarera cargar el móvil, que seguía muy caliente pero ya al menos se podía coger sin quemarme.

Mientras me preparaba el bocata me convenció para tomarme una tapa de tortilla de patatas, que estaba deliciosa, con la patata cortada en daditos muy pequeños y con el huevo en su punto, muy sabroso.

Casi me había saciado con la tapa, pero como ya estaba preparado el bocadillo, le pedí hacer una llamada para ver si mi madre había podido contactar con Roberto y me comí medio bocadillo.

No había tenido éxito, pero se estaba moviendo por los grupos que tenemos en común con compañeros ultrafondistas y entre todos fueron llamando a unos y otros para conseguir el número de Roebrto.

Estaba ya bastante lleno, así que dejé el otro medio, comprobé que mi móvil seguía muerto y fui un momento al baño para refrescarme.

Cuando ya estaba saliendo escuché que alguien llamaba a la puerta y al asomarme allí estaba Roberto, terminal en mano, que me pasó a mi madre.

Me dio mucha alegría verle, ya que por momentos me temía que estuviese dando vueltas por la ciudad buscándome y más alegría aun me dio notar el alivio en la voz de mi madre.

Insistía en que estábamos en alerta naranja por calor, que en todo el litoral se estaban superando los 40 grados por el terral y que no tenía que demostrar nada, que ya había hecho un entrenamiento fenomenal.

No cambió mi parecer en absoluto, pero creo que la tranquilicé asegurándole que si me encontraba mal o me pasaba algo pararía, pero que quería aclimatarme para el Spartathlon, aunque quizás luego me tronase, como el año pasado.

Le dejé las cosas más pesadas a Roberto, acepté de buen grado la gorra sahariana que me había traído y quedé con él frente al hotel Las Marinas de Nerja, en la salida de la ciudad.


Vuelta al trote

La parada fue breve, comí un poco, me refresqué cabeza y brazos, me puse unas tiritas para evitar el roce de las correas en mis pies, hinchados por el paso de los kilómetros y decidí dejarle toda la mochila y correr solo con el cinturón.

Subiendo...

Hacía muchísima calor y conforme me iba acercando a Málaga la sensación térmica era mayor, pero lo estaba aguantando muy bien recordando otros momentos en los que el calor me había afectado más, refrescándome a menudo y bebiendo abundantemente.

Como Roberto había traído nevera y bebidas frías, preparé una botella con suero hiposódico del que iba bebiendo en las paradas, unas veces con coca-cola y otras veces con agua y así, cada dos o tres kilómetros, haría una parada rápida a un lado de la carretera para reponer.


¡Al trote!

Me encontré justo en el cambio de término de Nerja a Tórrox a Víctor, con la furgoneta y a Antonio Pozo, en moto, que habían salido a buscarme.

Los saludé y me iba a parar a hablar con ellos, pero insistieron que en continuase, así que corrí con renovadas energías, conteniendo las lágrimas de la emoción por el gesto de mis amigos.


Descontando kilómetros

Notaba un poco de molestias en el estómago por haber comido demasiado en Nerja, por lo que fui bebiendo a base de suero hiposódico hasta que me encontré con Antonio José Rojas, del Rincón de la Victoria.

Había ido haciendo el seguimiento del reto y tras muchas horas sin actualizaciones, se fue informando y se enteró de mi percance con el móvil, así que al salir del trabajo compró agua y fruta y vino en mi búsqueda.


Otro de mis ángeles de la guarda

Nos encontramos a la salida de El Morche, donde me entregó una camiseta del club y le dio a Roberto agua fría y sandía para que llevase en la nevera.

No quise comer demasiado porque notaba el estómago raro aun, así que le pedí que buscase Aloe vera o similar para beber y ver si así se asentaba la barriga.

Estaba alucinando por la cantidad de personas que se habían movilizado para ayudarme y todavía quedaba otra sorpresa... ¡Me encontré a Eduardo en la entrada a Lagos!


Primeros metros juntos

Junto a Eduardo había completado mi primera Carretera de la Muerte, llegando ambos juntos al Ayuntamiento de Málaga 33 horas y 33 minutos después de tomar la salida junto a otros compañeros en Almería.

Sin duda, si llegué en tan buen registro fue gracias a él, ya que desde que salí de Nerja iba ko y él fue tirando de mí tanto física como mentalmente.

Parecía que habíamos viajado en el tiempo, ya que el cielo comenzaba a nublarse, como aquella mañana en la que al final nos llovió y de nuevo estábamos corriendo juntos, por el mismo recorrido y con idéntico destino.


Saliendo de Lagos

Sin embargo, en esta ocasión la historia era completamente diferente, ya que me encontraba totalmente espabilado, físicamente en buenas condiciones y corríamos a buen ritmo.

Tanto que, por momentos y pese a llevar más de 180 kilómetros encima, veía de nuevo el seis en el minutero del GPS.

Eduardo me contaba que había dejado a su mujer en la agencia de viajes donde trabaja y había salido a entrenar un rato.

No nos habíamos cruzado de milagro, ya que había ido a comprar algo a un supermercado cuando yo pasaba por donde él estaba corriendo, pero al salir, se encontró con el equipo de apoyo y se pegó un sprint para alcanzarme.

De haber sabido que me traía esa aventura entre manos, me dijo, me hubiese acompañado sin dudarlo, así que espero que el próximo febrero podamos coincidir y hacer grupeta para la duodécima edición de La Carretera de la Muerte.

Salvo alguna parada para comer sandía, melón o carne de membrillo, beber y refrescarme, Eduardo y yo corrimos sin pausa dejando atrás el litoral torreño a ritmos que hacía horas que no mantenía.


¡A ritmo!

Nos despedimos en la gasolinera de la salida de Torre del Mar, tras lo que busqué un hueco en el llano para ir un momento al baño.

Tenía muchas ganas, pero me costó un momento concentrarme y cuando terminé no era capaz de retomar el trote.

Lo achacaba a que después de un buen rato corriendo a buen ritmo me había quedado un par de minutos parado en seco, me había enfriado y ahora la musculatura se negaba a obedecer.

Trataba de obligarme a trotar cada cierto número de pasos, pero parecía que las piernas no respondían, así que tras pasar el puente sobre el río Vélez decidí que me daría un respiro caminando hasta que viese el coche de Roberto.


Avanzando...

Lo alcancé junto al Karting del Sol de Almayate y aproveché la parada para masajearme las piernas crema fría, comer (poco) y beber en abundancia.

Continué caminando hasta que noté como las piernas volvían a recuperar su fuerza y con la motivación de saber que estaba a menos de 30 kilómetros de la meta, retomé el trote.

Tomé la determinación de establecer un trote suave pero constante y caminar únicamente en las subidas.

Jose Antonio se tuvo que marchar, pero Roberto y Antonio iban esperándome cada pocos kilómetros para darme lo que fuese necesitando.

Poco a poco el sol se fue ocultando y el nuboso cielo se iba oscureciendo, así que al salir de Benajarafe me quité los manguitos y la gorra sahariana y cambié las gafas de sol por el frontal.

Estaba ya a menos de media maratón para cruzar la meta y bicheando los tiempos de paso de la décima edición de la Carretera de la Muerte, llevaba casi hora y media de ventaja con respecto a mi registro de aquel año, que fue de 33:33:10.

Aun quedaba mucho tiempo y podían pasar muchas cosas, pero por los kilómetros que llevaba, sabía que iba a mejorar ese tiempo y quizás también el 32:14:39 del Málaga-Almería del pasado mes de febrero.

No era algo que me preocupase, ya que el tiempo no era un objetivo, pero con la motivación extra de mejorar mi registros previos los kilómetros se fueron haciendo más llevaderos.

Al ir sin música tras tantísimas horas escuchándola, solo y ahora de noche, hubo tramos que se me hicieron bastante más largos de lo que recordaba, pero ahí estaban Roberto y Antonio, listos para avituallarme y sacarme una sonrisa kilómetro a kilómetro.

Cuando llegué a los túneles del Rincón de la Victoria me empezó a entrar un poco de sueño, ya que la luz era muy tenue, tenía un tramo largo solo por delante y las fuerzas iban justas.

No ayudó el tramo completamente a oscuras entre el Peñón del Cuervo y la cementera, ya que tropecé en multitud de ocasiones con los adoquines del suelo, bastante irregular y llevaba los tobillos doloridos.

Me dio mucha alegría volver a ver a Roberto y Antonio, que ya con los 200 kilómetros encima se despidió de mi deseándome mucha suerte y recordándome que puedo contar con él y con muchos otros para apoyarme cuando lo necesite en algunas de mis aventuras, todo un detalle.

Paré un momento a beber y coger fuerzas, ya que sabía que estaba a menos de 10 kilómetros de la meta, pero ahora tendría por delante un tramo duro, ya que al ser casi completamente llano, no tendría ningún repecho para recuperar caminando.

Roberto me preguntó si me había cruzado con Elías, que había salido hacía ya un buen rato a buscarme para acompañarme en el tramo final, pero de momento no lo había visto.

Quedamos en vernos de nuevo antes de la meta, a unos 4-5 kilómetros según estuviese el aparcamiento y continué mi camino.

Me alegró muchísimo saber que Mayte vendría a recogerme al ayuntamiento tras terminar con su jornada de Babysitting, así que retomé la marcha con ganas, pero con el paso de los kilómetros comencé a notarme vacío y decidí caminar un poco.

Sabía que era el último bache y que una vez superado, estaría completada la aventura, pero con algo más de 30 horas a cuestas lo que me extrañaba era que el bajoncillo no hubiese llegado antes.

Intenté no pensar en lo que me quedaba por delante, sino recordar todo lo que llevaba recorrido y encontré la motivación para salir poco a poco del agujero y volver a trotar, intercalando tramos cada vez más cortos de marcha con el trote.

A la altura de los Baños del Carmen o así esperaba encontrarme a Roberto, pero debimos de habernos despistado, ya que pasé pendiente y no lo vi.

Poco después escuché una voz conocida y al girarme vi a Elías con la bicicleta.

En algún momento debimos cruzarnos, pero no nos habíamos visto, así que menos mal que decidió dar la vuelta.

Llamó a Roberto para avisarle de por donde iba y de que estaba bien y me dio agua y una barrita de Aptonia para reponer fuerzas, ya que tenía algo de hambre, por primera vez en muchas horas.

Puse un ritmo trotón mientras Elías me contaba su experiencia en un ultra trail que corrió en Miami visitando a su hermana, donde entre el calor y la humedad pasó unos ratos regulares por Cayo Hueso y charlando sobre carreras y viajes, se fueron agotando los kilómetros.

Seguía haciendo calor, pero con la llegada de la noche las temperaturas se habían suavizado mucho y la brisa marina me daba fuerzas para acabar.


Esperando al verde del semáforo del último cruce

Tuve bastante buena suerte con los semáforos, ya que aunque pillé varios en rojo, no había tráfico y pude cruzar sin problema, pero el último me tuvo parado unos eternos segundos.

Cuando finalmente cambió a verde, esprinté como si estuviese haciendo series con mis compañeros del club, subiendo con energía los escalones del Ayuntamiento de Málaga y deteniendo el GPS al tocar una de las columnas.


Últimos metros...


¡Meta!

Con Roberto y Mayte, grandes pilares del éxito de esta aventura


Y aquí con Elías, que me ayudó mucho en los últimos km

31:11:28 fue el tiempo que tardé en recorrer la distancia entre el Indalo de Almería y la columna del Ayuntamiento de Málaga, mejorando al final en más de 2 horas mi mejor tiempo en el sentido y en poco más de 1 mi mejor tiempo absoluto en el recorrido.

Pero lo más importante eran las sensaciones, buenas en la mayor parte de la aventura, la sensación de que había tenido la situación bajo control pese a las adversidades y el haber acabado con energías, derrochando las pocas fuerzas que me quedaban en el sprint final.

Pese a que no llevo tantos kilómetros como otros años, la experiencia y la veteranía salieron a relucir y me dan muy buenas sensaciones de cara al Spartathlon.

Simulacro finalizado con éxito, toca recuperar bien y mantener para llegar a punto a la cita griega.

No puedo finalizar esta crónica sin dar las gracias...

A Mayte, por estar siempre pendiente de todo.

A Roberto, por ser mi sombra desde Nerja; sin él desde luego no habría mejorado la marca en el circuito y los últimos 50 kilómetros hubiesen sido mucho más duros.

A Antonio José, por salir en mi búsqueda con provisiones al ver que estaba en apuros.

A Antonio Pozo, por su seguimiento y apoyo en los últimos 40 kilómetros, dispuesto a ayudar en lo que hiciese falta.

A Víctor Manuel, por estar siempre pendiente y acercase a echar una mano en cada reto.

A Eduardo, por esos kilómetros juntos a velocidad de crucero por la costa de Torre del Mar.

Y a todos los que con vuestros mensajes y comentarios ayudásteis a que el trayecto de Almería a Nerja fuese tan llevadero.

Gracias a todos.