Umbe : el viaje a la semilla

Por Pablosolorzano
Como mucha gente siempre quise saber mis orígenes conociendo directamente el lugar desde donde mis ancestros provinieron. Algo un poco complicado de saber ya que como todo peruano soy una mixtura de muchas culturas, pero sobre todo de dos. 
El pueblo donde todo empezó
Por el lado occidental mis ancestros llegaron desde Solórzano, un pueblo al este de Santander, en la Cantabria española, ciudad adonde me he venido a vivir, el azar, el azar; y mi legado andino (por lado paterno) se lo debo a los CONCHUCOS, una etnia cuyas tierras eran las de la zona oriental de Ancash (hoy conocida como “callejón” de Conchucos). Eran guerreros feroces que defendieron su libertad con sus propias vidas. Cuando el español Pedro Cieza de León se refiere a ellos en LA CRONICA DEL PERU dice: “Dios nos salve del furor de los indios, que cierto es de temer cuando pueden efectuar su deseo”.
Umbe siempre me sonó a mito, a aventura. Los parientes siempre decían lo mismo: “Es espantoso llegar”, “el camino es tan horrible”, “el tiempo se detuvo allí” pero nada me arredraba, yo quería llegar algún día allí. Y de pronto el sueño se hizo realidad. Mi padre y el tío Lucho se habían ido por unos meses a construir con sus propias manos la iglesia de ROGACO (el barrio donde mi padre vivió cuando era niño) y ahora, en fiestas de Santo Toribio, patrono del pueblo, era momento de ir a inaugurarla. Y allí estábamos, en un bus muy viejo, que sólo va 2 veces a la semana al pueblo, preparándonos para un viaje mítico.

Umbe. Ancash-Perú.

Mi hermano Angel había llegado de Alemania unos días antes y se sumó a la aventura así que el viaje se hizo placentero junto a él aunque es en sí durísimo pues había que desafiar a la Cordillera Blanca (una de las más altas del mundo) cruzando por caminos en pésimo estado. Nunca en mi vida había visto unos abismos de tal profundidad, tanto que me hicieron sentir por vez primera esa sensación de “tener el corazón en la boca”. Por momentos la carretera desaparecía y el bus tenía que cruzar algún río o a veces teníamos que bajarnos para que pueda seguir avanzando en alguna subida empinada. Pensar que mi viejo había dejado sus tierras, bajando todo esto a caballo, cruzando con “oroyas” algunos ríos y llegando hasta la inmensa y enloquecida CHIMBOTE para luego seguir a Lima, a sembrar en un arenal sin agua las semillas incandescentes de sus sueños.
Pasamos por la fantástica HIDROELECTRICA DEL CAÑON DEL PATO y vimos unos paisajes de belleza salvaje y descomunal. Durante la parada en algunos pueblos el bus se convertía en una especie de mercado ambulante con gente subiendo a vender comida y frutas; y en algunos tramos del camino subían campesinos que, cargando sus herramientas, se hacían espacio para sentarse en algún rincón del bus.
Entramos al “Callejón de Conchucos” y a las 04 pm, luego de  21 horas y 15 minutos de viaje, llegamos hasta SIHUAS, pueblo ubicado antes de UMBE. Allí nos encontramos con el sobrino Concepción (Cunchi). El pueblo se ubicaba en un valle muy estrecho castigado por unos ventarrones tremendos. Compramos víveres para llevar y almorzamos. Luego subimos a la combi que nos llevaría a UMBE a donde luego de 2 horas más de viaje llegamos. Era de noche y se había cortado la electricidad pero por todos sitios se oían los cohetes y las bombardas y las bandas de música; los días de fiesta ya habían empezado.
ROGACO, donde estaba la casa de los parientes, está en la ladera de un cerro por lo que a oscuras la subida se hacía complicada. Pero lo hicimos. Nos encontramos con los tíos, tías y primos que habían llegado desde Lima unos días antes. Fue emocionante reconocerlos en medio de la oscuridad: las lágrimas de emoción, las sonrisas, la gratitud hacia los santos con frases de alabanza por habernos dejado llegar. 
24 de abril: vistas de Umbe
Amaneció frío el día de Santo Toribio y cumpleaños de papá. Le saludamos y abrazamos y nos fuimos a limpiar la iglesia que había construido y que estaba unos metros debajo de la casa. La adornamos con los regalos que habíamos traído desde Lima. Por fin tuvimos la primera imagen de UMBE bajo las primeras luces que tímidamente se extendían en esa parte del mundo: sus tejas coloradas; el verdor como una constante; las crestas de inmensos cerros que eran iluminados por filamentos de luz y, a lo lejos, en el poniente, la “Cordillera blanca” se elevaba dejando ver las nieves eternas de su majestad. Así que aquí había empezado todo. 

Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

Desayunamos y luego visitamos la vieja y abandonada casa de los abuelos. Estaba tapiada, llena de plantas y yerbajos por dentro pero aún se podían ver alguno de sus espacios: un almacén para el trigo y el maíz; la cocina devorada por la maleza pero en la que aún estaba el batán para moler granos; el corral donde dejaban los animales después de pastear y un horno pequeño; las estrechas habitaciones donde mi viejo y sus hermanos dormían en humildes camas y protegidos por pellejos de cordero. La casa estaba rodeada de k´antus (flores rojas), nogales y sauco. Vimos el espacio para hacer tejas, el tío Migdonio, dictado por sus recuerdos, contaba cómo el abuelo las hacía, quemando chamizo, produciendo cientos en su trabajo febril y dedicado. Allí había empezado nuestra historia.

Mi padre, a la izquierda, y algunos de sus hermanos en la plaza de Umbe. Ancash-Perú.

No, no es el "Gran Chaparral"... es parte de la familia. Umbe. Ancash-Perú.


25 de abril: De músicas y tradiciones
¿No te has sentido superior al mundo entero al ver en la plaza de tu pueblo la chonguinada, las pallas o la sachadanza? ¿Qué sol es tan grande como el que hace lucir en los Andes los trajes que el indio ha creado desde la conquista?... EL SEXTO, José María Arguedas.
En la mañana bajamos a la plaza y la fiesta ya había empezado. Una familia y sus invitados habían salido a la calle a bailar. Entre ellos estaban las mujeres vestidas de “Pallas”, personajes a quienes siempre veía en las fiestas familiares de mi niñez, ellas danzaban vestidas de unas ropas impresionantemente hermosas: en la cabeza llevan un armazón adornado de flores, plumas y espejuelos de las que cuelgan cintas largas y de diferentes colores como si fuera una inmensa caballera. También tenían un anako (falda) de pana adornado y bordado con flecos e hilos dorados. Las mangas son anchas y largas como si fueran las alas abiertas de una paloma, de hecho el origen de estas PALLAS se remonta a una leyenda pre hispánica que dice que descienden de la URPI o paloma andina. Delante de ellas, los mayordomos con sus bandas cruzándoles el pecho, dirigían la comparsa e invitaban a todos a bailar.

Las Pallas bailando en la plaza de Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.


El grupo tomó un camino que se perdía entre los maizales y los seguí hasta su casa. Allí había una  “roncadora” que es un conjunto musical compuesto usualmente por 2 músicos que tocan al mismo tiempo un bombo de pellejo de cordero y una flauta muy larga hecha de carrizo. Cuando me vieron entrar me sirvieron chicha en una bandeja hecha de mate. Todo era alegría y baile, un éxtasis vital. Mis parientes llegaron al rato. Volvimos luego a la plaza porque la misa iba a empezar.
 

A bailar a la plaza. Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

Las bandas seguían tocando y los cohetes retumbaban en todo el pueblo volviendo locos a los perros. Las “Pallas” continuaban danzando y así entraron a la iglesia. Era increíble ver cómo un personaje del Perú pre hispánico participaba de uno de los rituales más importantes del mundo occidental: la misa católica. El padre Abelardo recitaba los versículos de la Biblia y las canciones se entonaban en quechua (el lenguaje milenario andino) con una naturalidad fascinante. Mixtura, fusión, mestizaje… Santo Toribio y San Marcos (patronos del pueblo) estaban engalanados sobre sus andas. Mientras que a la entrada de la iglesia estaban de pie, con mucha majestad, los famosos HUANCAS, entre ellos mi primo Claudio, que son algo así como la “guardia privada de los santos”. Vestidos de chaqueta azul y pantalón rojo. Llevaban espadas y máscaras en donde se había pintado una especie de bigote muy al estilo “español”; el remedo era más que evidente. 
Acabada la misa sacaron a los santos a dar una vuelta por la plaza. Mis tíos cargaban a Santo Toribio (nuestro santo familiar) mientras que adelante los Huancas iban danzando y abriendo el paso a los santos. Luego llevaron las imágenes de regreso a la iglesia entre aplausos y vivas. Umbe debe ser de los pocos pueblos en el Perú, y quizás en América, que adora a un santo católico a quienes sus pobladores en verdad vieron ya que Toribio de Mogrovejo pasó por aquí en sus andanzas evangelizadoras.

Procesión de Santo Toribio. Umbe. Ancash-Perú.

Los Huancas. Umbe. Ancash-Perú.

Procesión de Santo Toribio y San Marcos en la plaza de Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

Niños de Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

Afuera la fiesta continuaba. Subimos a casa de la prima Margarita (la hermana de Claudio) con todos los invitados donde también un arpista y un violinista tocaban unos “chimaichis” que todos bailamos, zapateando, aplaudiendo, ondeando los pañuelos. Nos sirvieron chicha de jora en baldes que tomamos mientras bailábamos. Pensar que con el mismo líquido, desde tiempos inmemoriales, los antiguos peruanos también celebraban con la misma alegría, adorando a sus dioses. El escabeche era servido en proporciones descomunales y la casa se llenó de un olor a especias y hierbas frescas. Los invitados habían llegado desde Quinuabamba, Parobamba, Pomabamba, nombres que no se me hacían nada raros ya que los había oído desde niño. Nos despedimos de nuestros anfitriones y con mi familia nos fuimos a la plaza a bailar y reírnos como si tal cosa, éramos los únicos y parecíamos locos. La alegría in extremis es una bella manera de padecer una hermosa locura.

Junto a mi hermano Angel y mis primos.

Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

En la tarde me fui con el primo Lucho a la pequeña choza donde mis sobrinos Cunchi y Julito preparaban la chicha. El sitio debe ser oscuro y el líquido preparado con leña y removida cada cierto tiempo; también se le debe dejar reposar en tinajas de cerámica y, creencia del pueblo, ninguna mujer puede ver el contenido mientras se prepara pues sino se “corta”.
El 26 de abril: Las vísperas
Bien temprano nos fuimos mi hermano, mis primos y yo a caminar por las laderas de un alto cerro donde la familia tenía unos campos que el primo Cunchi cuidaba. Desde allí se veía Umbe en todo su esplendor. El cielo estaba de un celeste imposible y por algunas nubes los rayos del sol entraban como chorros de luz sobre el mundo y, al fondo, hermoso y vasto, el cañón de Rupac sobre el cual mi viejo recuerda haber visto por primera vez unos aviones que habían llegado a la zona a lanzar cajas con ayuda luego del espantoso terremoto de 1948 que destruyó gran parte de la zona y que, en cierta forma, hizo que mucha gente, entre ellos los Solórzano-Medina, mi familia, abandonara el pueblo para irse a la capital. Empezó a correr mucho aire y temíamos que empezara a llover y a haber rayos los cuales son muy peligrosos allí: mi padre, cuando joven, había sido alcanzado por uno mientras sus animales pastaban. 

Umbe. Ancash-Perú.

Una vez abajo nos fuimos a la casa de una vecina a ayudar a hacer el pan. Las mujeres moldeaban la masa con sus manos y las ponían en latas que nosotros cargábamos hasta el horno de barro donde se colocaban. Luego los sacamos y sacudimos la ceniza que tenían encima y, al final, los poníamos en canastos de carrizo.

Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

En la noche celebramos las vísperas de la inauguración de la iglesia. Las tías se vistieron de gala: sombrero blanco, blusas azules ornamentadas con blondas blancas, joyas, pañuelos, polleras multicolores; se les veía hermosas. Empezamos a bailar y luego, siempre bailando, bajamos por la ladera hasta la puerta de la iglesia que íbamos a inaugurar al día siguiente. Esa noche, al amparo de la luz de las torrecillas del templo,  bailamos todo y tomamos chicha y “chinguirito” que es un trago fuerte hecho de caña, limón y hierbas aromáticas. ¡Solo para gargantas resistentes!
27 de abril: El gran día
La tía Miky repicó las campanas llamando a la misa. Se hizo una pequeña ceremonia en la puerta, los padrinos rompieron una botella de champán, cortaron la cinta y develaron la placa obsequiada por mis tíos. Se abrieron las puertas y entramos. Mi viejo y mis tíos estaban emocionados, un sueño se cristalizaba después de casi medio siglo: ROGACO tenía ahora una iglesia. Se ofició la misa y se bautizaron a algunos niños. A la salida mis tías y primas ya estaban vestidas de “PALLAS”, listas para darnos alegría con su elegante danza: movían majestuosamente sus diademas y sus sombreros floreados; daban vueltas, ondeaban sus faldas, eran huracanes multicolores. Luego subimos a la casa para agasajar a los invitados y seguir con la fiesta.


Umbe. Ancash-Perú.



Umbe. Ancash-Perú.

Mi padre bailando con una palla. Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

Niños de Umbe. Ancash-Perú.

Umbe. Ancash-Perú.

En la madrugada salía la combi que nos llevaría de regreso a SIHUAS para tomar el bus hacia Lima. Bajamos por la ladera de ROGACO sin necesidad de usar linternas ya que el cielo era una apoteosis luminar: podíamos ver, cual si fuera una radiante embarcación encallada en mitad del cielo, la Vía Láctea con su resplandor de fanal inerte. No recordaba haber visto algo tan esplendoroso, acostumbrado como estaba a que las luces artificiales de la ciudad me indicaran el camino entre el asfalto, a que me hayan hecho olvidar las maravillas de luz que penden en el temible vacío del cielo. Alumbrados por esa fiesta de luz y guiados por el perenne estridor de los grillos llegamos a la plaza.
Era hora de volver, cargando en el alma el sabor fascinante de un sueño hecho realidad y sobre todo tranquilo y en paz: vi con mis propios ojos de dónde he venido, cuál es mi cultura y cuál es aquél ingrediente importante en mi identidad. Había regresado a la semilla.
Pablo